El regreso de un gigante En el 45 aniversario del mítico manga, Mazinger Z vuelve, esta vez, en forma de película y bajo la dirección de Junji Shimizu, encargado de un corto del popular Yu-Gi-Oh! y de cuatro episodios del también exitoso Slam Dunk, todo por supuesto dentro de la animación japonesa conocida como animé. En el caso de Mazinger Z: Infinity, el formato es el mismo y la historia transcurre diez años después del último enfrentamiento entre el mecha más famoso y su enemigo, el Doctor Infierno. El mundo del manga (cómics japoneses) y el animé (animación, ya sea para TV o cine, de ese mismo país) hace rato que dejó de ser consumido por una minoría que buscaba una alternativa al bombardeo estadounidense en términos de novelas gráficas, películas y series de televisión. Así, gigantes como Dragon Ball, Los Caballeros del Zodíaco, Sailor Moon o Pokémon son títulos ya conocidos para el gran público. Pero esto no acaba ahí. Desde historias de lo más fantásticas hasta relatos de altísima profundidad y temáticas adultas, el del manga y el animé es un universo de lo más basto e interesante de explorar con historias como la de Mazinger Z, tal vez no tan popular como las antes mencionadas pero con una rica historia que atraviesa diversos formatos y que la ubican como una de las referentes del género de los mecha o robots gigantes (el reciente estreno de Titanes del Pacífico es una buena referencia de esto para quienes no son consumidores de la temática). Una década ha pasado desde que el héroe robótico que le da nombre a esta historia se enfrentara con el malvado Doctor Infierno. En este contexto, Koji Kabuto, piloto encargado de comandar a Mazinger Z a la victoria, es un próspero científico en el laboratorio de energía fotónica que dirige Sayaka Yumi, hija del fundador de esta prestigiosa institución que básicamente tiene el control de la comunicación, el transporte y la vida en general de las personas. Por su parte, el profesor Yumi, lejos de borrarse de la escena cuando el mando de su empresa cayera en manos de su hija, es ahora el Primer Ministro de Japón, paso lógico dada su popularidad y llegada con la gente. Cuando una misteriosa forma de vida (de enormes proporciones, lógicamente) aparece en las inmediaciones del Monte Fuji, el profesor debe recurrir a la ayuda de Koji y Mazinger Z, dando inicio así a un nuevo enfrentamiento entre las fuerzas del bien contra su más temible enemigo. La lógica pregunta que se presenta cuando una historia clásica hace una reaparición consiste en las triquiñuelas a las que recurrió para mantenerse vigente sin atentar contra todos esos elementos que la convierten en un clásico. Y en este sentido, me temo que no hay muy buenas noticias. Si bien en términos visuales y de presencia de escenas de acción la película es un canto al viejo animé y al manga que lo viera nacer, la historia central es bastante pobre mientras experimenta una constante caída en términos narrativos que desemboca en un desenlace tan insípido como decepcionante. Y si a esto le agregamos que ese toque de frescura se lo quisieron dar mediante temáticas como la importancia de la ecología en favor de la sostenibilidad, la aplicación de la energía limpia fotónica como el combustible del futuro y pobres acercamientos al tema de la inteligencia artificial, terminamos de redondear una obra que visualmente se destaca pero que a la hora de contar una historia descansa olímpicamente en el bagaje que implica tener en su título el nombre Mazinger Z. La nueva Mazinger es una buena oportunidad para que los fanáticos reactiven algunos puntos nostálgicos que parecían dormidos pero falla estrepitosamente en la captación de un nuevo público que, paradójicamente, bien pudiera estar esperando un buen animé al que dedicarle su tiempo.
Muchas películas y pocas historias Ready Player One es la adaptación cinematográfica de la novela homónima escrita por Ernest Cline quien, junto al célebre Steven Spielberg, le dio forma de película a una obra de ciencia ficción que homenajea a la cultura pop de los años ochenta. La producción cuenta con las actuaciones protagónicas de Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, Simon Pegg y el ganador del Oscar Mark Rylance. El año es 2045. Wade Watts, un adolescente que como muchos en Estados Unidos vive en carne propia la pobreza que azota a todo el mundo en este futuro distópico, encuentra sus únicos momentos de felicidad en el programa de realidad virtual llamado Oasis. Se trata de un verdadero universo al que todos acceden (y cuando digo todos es todos) por medio de un visor y unos guantes hápticos que permiten interactuar con los innumerables mundos que conforman Oasis y lo que hay en ellos. De esta manera, la gente hace amigos en Oasis, va a la escuela por medio de Oasis, pelea en violentas guerras virtuales en Oasis o, como en el caso del joven Wade, se dedica a conseguir modestas mejoras para su personaje o avatar ya que la pobreza también se traslada a los usuarios de Oasis. Pero por más desolador que el presente de Wade parezca, su futuro está a punto de cambiar. Resulta que esta historia comienza cuando el genio creador detrás de Oasis llamado James Halliday, una especie de combinación entre Einstein y Steve Jobs, muere. Pero la noticia viene junto al testamento de Halliday. Dada su poca popularidad, escasez de amigos y una familia inexistente, este genio moderno ha decidido heredarle su monstruosa fortuna y el control total de Oasis a quien sea capaz de resolver su acertijo. En medio del interminable Oasis hay escondidas tres llaves y quien las encuentre podrá tener acceso al también oculto huevo dorado de Halliday, objeto cuya posesión equivale a hacerse con la mencionada herencia. Durante cinco años nadie puede obtener siquiera una pista de este misterio por lo que el mundo da un tremendo vuelco cuando la primera llave es encontrada por el anónimo Wade Watts. La sinopsis precedente corresponde tanto a la novela de Cline como a la adaptación para la gran pantalla de Spielberg pero lamentablemente ese es uno de los pocos puntos de contacto entre las dos obras. Tal vez sea por la utópica ambición de querer adaptar una novela tan rica en elementos en una sola película o por el error de juicio de poner el foco en ciertos lugares en desmedro de otros, la conclusión que surge en este humilde lector de la novela de Cline es que su versión cinematográfica le hace poca justicia. En la obra escrita lo que tenemos es un formato de búsqueda del tesoro apasionante que, mediante un protagonista entrañable, nos invita a resolver misterios cuyas pistas residen en canciones de rock, videojuegos como el Pac-Man o el Asteroids, películas como El Resplandor, Volver al Futuro o Star Wars y demás elementos de la cultura pop que, reunidos en una sola historia, son la panacea del nerd moderno. Y encima tenemos un antagonista genial de la mano del CEO de la compañía rival a la de Halliday (Nolan Sorrento) que quiere hacerse con el control de su competidora y no escatimará recursos para conseguirlo y un grupito de personajes secundarios geniales que establecerán relaciones amistosas y románticas con el bueno de Wade Watts. Solo un final a toda orquesta y una reflexión a modo de moraleja realmente profunda podrían terminar de darle forma a una verdadera obra maestra y el libro de Ernest Cline también los tiene. El problema es la película. A pesar de sus 140 minutos de duración, la versión de Spielberg nunca logra meternos en ese clima de frenética investigación nerd que Wade experimenta durante todo el libro, ya sea urdiendo en su mente de pequeño fanático de la cultura pop retro o buscando las canciones, películas, videojuegos y series de TV que Halliday amaba y que lo llevaron a incluirlos en su monumental desafío post-mortem. Esa competencia feroz entre usuarios, empresas como la de Sorrento y el bueno de Wade queda minimizada a un puñado de escenas elegidas con poco criterio en las que el protagonista logra avances en su búsqueda casi de casualidad y no gracias a su ingenio y habilidad. Las referencias a toda esa cultura pop sí dicen presente pero ese pobre criterio de elección vuelve a aparecer por lo que la casa de El Resplandor, la moto de Akira, el Gigante de Hierro, el Delorean o un mecha-Godzilla enorme son penosamente desaprovechados. Y si había poco espacio para incluir todas esas referencias y darle la importancia que cada una tiene en la búsqueda del huevo de Halliday, mucho menos tiempo hay para desarrollar la relación de Wade con sus amigos Sho y Hache, su enemistad con el malvado Nolan Sorrento y la que el libro propone como una magnífica historia de amor con la misteriosa Art3mis. Todos esos elementos que hacen a la historia que Ready Player One cuenta en su versión novelada y que son su mayor logro son desperdiciados por una película que los minimiza hasta el tamaño de una mera excusa para poder reunir en una sola cinta a las obras clásicas antes enumeradas. La novela de Cline es un relato genial que tiene referencias magníficas de la cultura pop que tanto amamos y por eso es doblemente maravillosa, pero si en vez de canciones de los 80, videojuegos y películas clásicas, la búsqueda del huevo de basara en elementos de la historia antigua de Andorra, la historia igual funcionaría perfectamente y nos atraparía. La película de Spielberg, sin esas referencias y homenajes a otras obras, no es nada.
Entender para perdonar Catorce nominaciones a distintos premios a nivel mundial y siete galardones conseguidos preceden a esta producción libanesa que, en medio de todas esas distinciones, puede jactarse de haber llegado a las cinco finalistas que hace algunas semanas pugnaron por el Oscar a Mejor Película Extranjera y que finalmente terminó obteniendo la chilena Una Mujer Fantástica. Toni, mecánico de una populosa ciudad libanesa, riega sus plantas como lo hace todos los días. Y como también ocurre a diario, parte del agua que cae al piso encuentra destino callejero a través de un caño que sobresale de su balcón. Yasser, palestino de origen que se encuentra en el Líbano para ejercer su profesión de capataz en una obra en construcción de la zona, recibe el agua sobre su cabeza, hecho que lejos de enojarlo lo hace reparar en el detalle de que un caño sobresalido como el que Toni tiene en su balcón va en contra de las regulaciones locales de construcción. Amablemente, pone a disposición de Toni a sus albañiles para reparar esta falla pero sólo encuentra rechazo y enojo por parte de este irritable mecánico. La situación continúa y cuando Yasser se dispone a irse, la discusión pasa a mayores por lo que el capataz termina insultando a Toni verbalmente. Este decide que no tiene ganas de soportar ese agravio y lleva a Yasser ante un tribunal de justicia. La película de Ziad Doueiri, guionista y director en este caso, empieza con una historia muy pequeña para después ir virando hacia donde sus intenciones realmente apuntan. Incluso ese comienzo, conforme la demanda hecha por Toni hacia Yasser va avanzando en las distintas etapas burocráticas hasta alcanzar la del juicio oral, puede encontrar al protagonista hasta algo ridículo en su afán de encontrar justicia voraz ante un insulto que, en última instancia, ni siquiera fue tan grave. Pero esto no hace más que preparar el terreno para los eventos que siguen. Porque mientras tenemos claro que Toni es un hombre de pocas pulgas y carácter irritable, también vamos viendo que Yasser es un trabajador esforzado, humilde y de buenas intenciones que no quiere pleitos con nadie. Pero la verdadera sutileza del guion en este sentido reside en el origen religioso y étnico de cada personaje, que paulatinamente va quedando cada vez más claro ya que de eso se trata realmente la disputa entre Toni, libanés católico, y Yasser, inmigrante palestino. Como consecuencia de este inicio, lo que sigue es un entrelazado de escenas que combinan momentos en que estos dos personajes se encuentran en la intimidad, como el que inicia su tumultuosa relación como enemigos, y otros que los enfrenta en el carácter público que su juicio tiene. Pero lo que nunca se detiene es esa marcha que va hacia adelante, que nos lleva a recorrer un camino sólidamente construido hacia una reflexión total que incluso excede el conflicto cristiano-palestino en el Líbano. Porque a partir de una situación particular como el altercado entre Toni y Yasser, pasando por un conflicto general e histórico como el que ocurre en el país donde transcurre esta historia, la película consigue un mensaje universal sobre las disputas territoriales, religiosas y étnicas que vienen separando a la humanidad desde el origen de los tiempos. Análisis personales, religiosos, coyunturales, históricos, filosóficos, políticos, burocráticos, familiares y humanos encuentran su espacio en esta obra total que da vuelta a sus dos personajes principales como un par de medias a través de una narración dramática inteligente, precisa y sutil para decantar en una reflexión que termina siendo el broche de oro de una película que, al margen de ganar o perder un premio u otro, es imprescindible en estos tiempos.
En los zapatos del otro. Moglie e Marito es la ópera prima del director Simone Godano, quien se vale de las brillantes actuaciones de Kasia Smutniak (Perfectos Desconocidos) y Pierfrancesco Favino (Rush, Guerra Mundial Z, Ángeles y Demonios) para proponer una comedia romántica muy actual, con grandes ejercicios de empatía y un toque de ciencia ficción con ribetes fantásticos bastante original. Andrea (Favino) y Sofía (Smutniak) llevan diez años de casados en un matrimonio que, a pesar del esfuerzo que vienen haciendo por sostenerlo dada la corta edad de sus dos hijos, parece destinado a seguir el camino del divorcio. Y justo la noche en que a Sofía se le ocurre plantearle a su esposo la posibilidad de la separación definitiva, este no tiene mejor idea que pedirle a su mujer que lo ayude con el experimento que está realizando. Andrea es médico y ha dedicado los últimos años de su carrera a desarrollar una máquina capaz de leer, interpretar y expresar los pensamientos de la gente con el fin de ayudar a personas que padecen distintas discapacidades a poder comunicarse. Pero lo que parecía un gran avance en su investigación termina en desastre cuando el improvisado experimento final que involucra a su esposa no sale del todo bien. Y “no sale del todo bien” es quedarse corto. Porque la falla en la máquina durante el experimento termina con los pensamientos, recuerdos y personalidades de Andrea y Sofía trasladados de uno a la otra. Sofía sigue siendo Sofía, pero en el cuerpo de Andrea. Y Andrea sigue siendo… bueno, ya me entendieron. Si bien la premisa del cambio de cuerpos ya la hemos visto antes, el análisis de la obra de Simone Godano genera interés a partir del enfoque actual que el director le imprime a su obra. Obra que si bien puede resultar algo densa y predecible luego de ese primer punto de giro que supone el cambio de conciencias entre la pareja protagónica, paulatinamente va generando interés conforme su tono va adquiriendo seriedad. Primero ligeramente cómica con todos los chistes habidos y por haber que se nos puedan ocurrir en el campo del hombre en el cuerpo de una mujer y viceversa para luego ir desarrollando ese mensaje de empatía que Andrea y Sofía están obligados a dar mientras experimentan ya en forma adulta y no tan graciosa el hecho de estar en los zapatos del género opuesto. Una mirada igualitaria que reivindica todos esos valores por los que lucha el feminismo en la actualidad a nivel mundial quedan bien expresados por esta película gracias a una sensibilidad final que pocos esperarían dado su comienzo banal y burlón. Mujer y Marido puede aparentar ser una comedia ligera cuyo mayor atractivo parecería consistir en la forma –brillante, por cierto– en la que Kasia Smutniak y Pierfrancesco Favino interpretan personajes que no se condicen con su propio género pero es bastante más que eso. Probablemente sus frases no estarán citadas en las pancartas de las marchas feministas ni sus personajes se erigirán como símbolos de esta revolución pero su mirada mundana y terrenal logra, en algún punto, captar la esencia de un fenómeno que hace tiempo ha pasado a ser una realidad.
Vivir y sufrir para contarlo. “Boston Strong” fue el slogan que acuñó la gente de esa ciudad luego de que el 15 de abril de 2013 un atentado terrorista con dos bombas caseras dejara un saldo de 3 muertos y 282 heridos, aunque uno solo de esos 282 fue quien inspiró la frase. Dirigida por David Gordon Green y protagonizada por Jake Gyllenhaal, esta es la historia de ese sobreviviente: Jeffrey Bauman. Quienes hayan escuchado apenas de pasada lo ocurrido en la maratón de Boston esa mañana de abril de 2013 tal vez encontraron más cercanía con los hechos luego de la película de 2016, Día del Atentado. Sin caer en spoilers dado que hasta sería recomendable verla antes de ir sobre Más fuerte que el destino, vale decir que aquella historia hacía foco en un oficial de policía en particular que fue clave en los días posteriores al atentado para organizar la búsqueda de los culpables. Y si bien el enfoque detectivesco prima, la obra protagonizada por Mark Wahlberg se hace un tiempo para mostrar esa unión que llenó los corazones bostonianos a partir de diversas historias de superación luego del evento. Y Jeff Bauman es protagonista de la más emotiva de ellas. Porque si Día del Atentado es una película que, dentro de su carácter ficcional, documenta los hechos luego del atentado, Más fuerte que el destino capta el espíritu del hecho a nivel humano. Jeff Bauman, en un intento más por recuperar el amor de Erin tras otra de sus tantas rupturas y reconciliaciones, acudió esa mañana a la zona de la línea de llegada de la maratón de Boston para exhibir la pancarta de apoyo que le hiciera a su enamorada, una de las participantes del evento. Y fue a escasos metros de su ubicación donde se produjo la detonación de uno de los explosivos, borrando de un plumazo todo lo que lo rodeaba, incluyendo las piernas de Jeff desde las rodillas hacia abajo. Un elemento a tener en cuenta respecto de la película es que si se indaga en su ficha técnica se podrá ver que entre sus guionistas figura el nombre de Jeff Bauman. Y si bien eso nos hace partir de una base de realismo total para conocer cómo vivió el momento del atentado, su posterior recuperación, el reconocimiento de la gente y su colaboración con la policía para dar con los culpables, la parte humana es lo que aparece como lo más interesante. No solo su familia y amigos formarán parte de esta historia de superación sino que la película hará foco en la relación entre Jeff y Erin a partir de un acontecimiento que cambiaría su relación y sus vidas para siempre. La culpa que ella siente por ser la causa de que Jeff se encontrara en la maratón ese día, la forma que él tiene de expresarse respecto de esta y otras consecuencias del hecho, la evolución de una relación ya de por sí con vaivenes a partir de lo ocurrido con sus consecuencias físicas y psíquicas y el instinto de supervivencia humano como característica propia de toda persona son solo algunos de los elementos que la película aborda con sinceridad, crudeza y, sobre todo, un compromiso total en pos de inspirar a otros, cosa que indudablemente Jeff Bauman hizo. Con actuaciones protagónicas soberbias de Jake Gyllenhaal (Jeff), Tatiana Maslany (Erin) y Miranda Richardson (Patty, la madre de Jeff), Más fuerte que el destino es una historia tan desgarradora como emocionante que demuestra, como casi siempre ocurre, que el amor es una fuerza tan misteriosa y maravillosa que verdaderamente consigue milagros.
Un conejo revolucionario. Con dirección de Will Gluck (Annie, Easy A, Friends with Benefits), Las Travesuras de Peter Rabbit es la adaptación cinematográfica de la obra infantil que Beatrix Potter escribiera e ilustrara a principios del siglo XX. Fusionando recursos técnicos que combinan la animación moderna con algunos toques en 2D y la presencia en pantalla de reconocidos actores como Domhnall Gleeson, Rose Byrne y Sam Neill, la película se presenta como una buena mixtura entre lo real y lo animado que logra entretener a grandes y chicos por igual. La película se plantea como una especie de altercado entre el dueño de una finca en la Gran Bretaña rural y un simpático grupo de animalitos que intentará hacerse con los productos allí cultivados como fuente de alimento. Se trata de un grupo bastante revoltoso de conejos que, liderado por el valiente Peter, lucha por conseguir los codiciados vegetales de la granja del gruñón señor McGregor. Pero resulta que este anciano debe abandonar su hogar en un altercado que involucra a un camión de helados bastante colorido por lo que su casa se la queda su sobrino, un ex empleado de Harrods que tiene intenciones de venderla, generando así un nuevo dolor de cabeza para Peter y sus amigos. En un análisis macro, la película de Will Gluck cumple y con creces el doble propósito que el cine moderno le exige a este tipo de producciones. Su público objetivo, es decir los más chicos, podrán disfrutar de hora y media de aventuras muy coloridas, con personajes bien construidos desde su atractivo y carisma, buenas dosis de carcajadas y una historia que no aburre en ningún momento; mientras que los más grandes que los suelen acompañar a la sala de cine podrán decir que tampoco se aburrieron con una película que técnicamente es impecable ya que se toma muy en serio la difícil tarea de combinar personajes enteramente realizados en computadora con actores de carne y hueso al tiempo que no descuida una historia que está equilibradamente salpicada de guiños y referencias algo más adultas. El carácter revolucionario del intrépido Peter, el buen antagonista que encuentra en el señor McGregor (Gleeson) y el componente romántico que aporta la adorable Bea (Byrne) terminan de redondear una obra que no se olvida tampoco de la estética y las bases de donde proviene, cosa que podemos ver en el detalle de que haya un personaje llamado Bea, alguna que otra escena animada con los recursos de la vieja escuela 2D y otros pequeños homenajes que vale la pena descubrir in situ a la obra de principios del siglo XX de la autora Beatrix Potter. Un apartado curioso de esta película tiene que ver con un detalle en particular de uno de sus personajes que es alérgico a las moras, de hecho hay una escena donde es “atacado” con ese fruto, acto por el que algunos protestaron alegando que se toman los síntomas de una alergia como defectos o debilidades. “Es muy real que las personas experimentan el miedo y la ansiedad durante una reacción alérgica (a menudo referido como una sensación inminente de fatalidad) y esto es un asunto serio. Permitir esta condición (presentada en la película) perjudica a nuestros miembros porque alienta al público a no tomarse en serio el riesgo de reacciones alérgicas y esta actitud despreocupada puede hacer que actúen de forma tal que podrían poner en peligro a una persona alérgica”, cita parte de un comunicado realizado por la asociación Kids with Food Allergies. Inclusive en algunos medios circuló el rumor de la orquestación de un boicot contra la película por este motivo, a lo que la productora principal de la cinta, Sony, junto a su realizador Will Gluck se disculparon alegando que nunca fue su intención transmitir ese mensaje. En última instancia esto quedará a discreción del espectador pero resulta interesante que películas pensadas para chicos aborden este tipo de temas tan serios y actuales aunque por supuesto desde una óptica inclusiva que fomente la diversidad y no ataque con bases discriminatorias. Polémicas al margen, la sensación que queda después de ver Peter Rabbit es que la película recrea un maravilloso mundo literario de buena manera, conquistando el corazón de los más chicos mientras les guiña el ojo a los más grandes con una historia entretenida, graciosa y de notables recursos visuales.
El apuro de volver. El reciente ganador del Oscar Guillermo del Toro continúa, ya sin dirigir pero desde el rol de productor, con su ambicioso proyecto de Titanes del Pacífico, esta vez con la secuela de la película que diera inicio a la saga en el año 2013. Ya sin la presencia en el elenco protagónico de Charlie Hunnam e Idris Elba, la segunda generación de pilotos Jaeger será comandada por los trabajos de los ascendentes John Boyega y Scott Eastwood. Año 2020. La Tierra es invadida por monstruos de dimensiones titánicas capaces de borrar de un manotazo ciudades enteras. Su origen: una grieta o brecha abierta en las profundidades del océano pacífico que conecta nuestro universo con el de estos monstruos que reciben el nombre de Kaijus. En la primera entrega de esta historia fuimos testigos del nacimiento de los Jaegers, robots de alta tecnología que equiparan en tamaño a los Kaijus con el objetivo de derrotarlos y que tuvieron éxito mediante una victoria que parecía definitiva. Lejos de eso, diez años después la amenaza Kaiju parece estar más presente que nunca y serán los mejores exponentes de una nueva generación los encargados de salvar al mundo. Ya sea porque el final de la primera película daba un verdadero cierre a la invasión Kaiju (probablemente porque la secuela todavía no era parte del plan) o por la necesidad de darle un poco de originalidad a una trama destinada a caer en la repetición, la cuestión es que esta nueva entrega del universo de los Titanes del Pacífico hace demasiado foco en sus personajes en desmedro de lo que cualquier espectador va a ver cuando saca la entrada para una película de estas características: los monstruos. Su aparición ridículamente tardía no hace más que darle lugar a una trama irrelevante entre personajes que compiten para ver quién es el más capo o cuál tiene la historia familiar más traumática. En una inevitable comparación con su predecesora, lo que acá tenemos son personajes más sosos que en la película anterior (con protagonistas cuyas historias traumáticas, razonablemente acotadas, hacían a la trama principal) y aún así se los desarrolla interminablemente en sus disputas que luego terminan en la nada. A favor de la película vale decir que se supera en términos de efectos visuales, incluye un buen giro en torno a uno de los personajes principales y sus verdaderas intenciones y, también desde el punto de vista técnico, viene con una buena dosis de planos generales cuya función es que tomemos verdadera dimensión del tamaño tanto de los Kaijus como de los Jaegers, cosa que en la primera película era más difusa. Dando un claro paso atrás como secuela, esta Insurrección de los Titanes del Pacífico apenas si logra mantener viva una historia de mechas que, como representante de ese género, es una de las pocas a nivel de cine de gran producción por lo que esperamos que continúe, aunque no por este camino.
Drama queen made in Argentina. La Reina del Miedo marca el debut como directora y guionista de Valeria Bertuccelli quien, además, es la protagonista de esta comedia dramática que cuenta en su elenco con figuras como Darío Grandinetti y Gabriel Goity. Presentada en el prestigioso festival de Sundance, la película recibió el Premio Especial del Jurado en el rubro Actriz Protagónica. Tina (Bertuccelli) es una talentosa actriz que se encuentra en el pico de su carrera y su historia comienza en los momentos previos al estreno de su unipersonal en el Teatro Liceo. Con una personalidad obsesiva y severos trastornos de ansiedad, este simpático personaje nos invitará a recorrer ese camino que la separa del que tal vez sea el momento más importante de su carrera mientras los problemas y eventualidades no se hacen esperar. Pero lo que no estaba en los planes de nadie era el llamado de Lisandro, el mejor amigo de Tina, que desde su casa europea le cuenta sobre la mortal enfermedad que lo aqueja estableciendo así un duro paréntesis en los preparativos de Tina para su estreno. La Reina del Miedo funciona porque se toma todo el tiempo necesario para construir las bases muy complejas de lo que termina siendo una historia muy simple. Pero cuidado con las palabras. Compleja significa profunda e interesante, no rebuscada. Y simple es carente de exageraciones o elementos rimbombantes, que toca las teclas justas. Porque a fin de cuentas lo que tenemos es un personaje con problemas que para ella significan el mundo y que para la gran mayoría de la gente pueden parecer nimiedades y que cuando se golpea de frente con lo que podríamos llamar una de esas cosas “importantes” de la vida puede ver las cosas en la perspectiva correcta. Dicho así todo parece soplar y hacer botellas pero la verdad es que es mucho más complejo que eso, sobre todo si la cuestión busca ser llevada a la pantalla. Bertuccelli logra, tanto desde la dirección como desde la actuación, componer un personaje paranoico, perseguido y clínicamente ansioso que, a la vez, resulta gracioso, interesante y que permanentemente transmite la sensación empática de “a mí me pasa” o “yo estuve ahí”. Pero ¿no estamos hablando de una actriz famosa preocupada por si un árbol de su jardín va a caber en la sala de teatro para su obra unipersonal? ¿Cómo alguien normal podría identificarse con eso? La pregunta es válida. Y ahí reside el valor del personaje. Porque a partir de su forma de ser y de exteriorizar sus sentimientos es que logra universalidad, algo muy difícil de por sí que acá se ve agravado por el hecho de tratarse de una figura tan distante de “la persona normal”. El personaje de Tina podría ser una actriz famosa, un ama de casa, una ingeniera industrial o una astronauta y siempre nos identificaríamos con su forma de tomarse la vida. Por eso es un personaje brillante. En adición a esto, esa construcción de base que tiene la película a partir de su protagonista queda muy bien sustentada por los personajes secundarios, como la empleada de Tina de origen paraguayo, el empleado del sistema de seguridad que protege a su casa o las pobres almas que ayudan a que el unipersonal de esta desequilibrada actriz pueda estrenarse en tiempo y forma. Por medio de pequeñas escenas con todos ellos (sumada a una de distinto tono pero igual efecto con su ex marido interpretado por Darío Grandinetti) es que se cimentan esas bases para que el mensaje final de la película tenga el peso dramático que sí consigue lograr maravillosamente en el desenlace. Un actriz largamente probada y por demás talentosa como es Valeria Bertuccelli se anima a más encargándose también la dirección con un resultado tan positivo que solo puede hacernos esperar que este sea apenas el nacimiento de la carrera de otra brillante directora argentina.
No se metan con una madre. Ganadora del Globo de Oro a mejor película extranjera y obviada, incluso de la nominación, por los Oscar en esa misma categoría y a pesar de todos los pronósticos, En Pedazos es la nueva obra de Fatih Akin protagonizada por Diane Kruger en uno de los papeles más comprometidos de su carrera. La película comienza con una estructura clásica de presentación de los personajes en un estilo prácticamente de “había una vez”. Pero esto está lejos de ser una fábula inocente propia de Esopo o Samaniego. Con quien nos encontramos es con Katja (Kruger), una madre de familia de mediana edad que supo tener su pasado oscuro, con temas de adicción a las drogas de por medio, pero que en el último tiempo ha encontrado la estabilidad emocional con base pura y exclusivamente en su marido y su pequeño hijo. La tragedia se hará presente en su vida cuando un atentado en el centro de Hamburgo acaba con las vidas de su esposo Nuri y su hijo Rocco. En un análisis segmentado de la obra de Fatih Akin hay que decir que los méritos aparecen y en cantidad. Ahora bien, cuando la mirada sobre la película pasa a ser integradora es que aparecen algunas discordancias. Tenemos distintos momentos y ese adjetivo aplica en todas sus acepciones. Empezamos con la mencionada presentación de los personajes, siempre con el foco en Katja, pero con el cuidado suficiente para dejar en claro que esta reformada madre tuvo un problema de drogas en su juventud, que su esposo es de origen turco y cuando la conoció estaba en prisión por tráfico de drogas también, que los padres de Katja no aprobaron esta unión y que el actual es un contexto de gran violencia en Europa con atentados a pequeña, mediana y gran escala que están a la orden del día. Este fragmento inicial con pocas escenas logra cimentar magistralmente todo lo que vendrá. Y lo que viene son otros momentos completamente distintos del inicial en cuanto a climas pero igual de efectivos individualmente. Primero con el período de dolor que Katja experimenta tras la muerte de su familia (aquí el foco puesto en el excelente trabajo de Diane Kruger), luego con el cariz policial que toma la película a partir de la investigación que se realiza para encontrar al o los culpables del atentado (la pista de odio racial y el pasado criminal de Nuri son dos elementos fundamentales para esto que vuelven a resaltar la importancia del inicio de la película), más adelante cuando la obra se convierte por momentos en uno de esos relatos de género que transcurren enteramente dentro de una corte con su juicio correspondiente (y esto tiene que ver con los avances de la investigación de la policía) para ulteriormente desembocar en el tramo final que encuentra a la protagonista bastante recuperada de su shock emocional y lista para conducirnos al desenlace donde su ubica la verdadera tesis de la historia. Y será en esta última parte donde aparecerán los principales problemas. Porque a partir de la decisión final que Katja toma respecto de su situación y del proceso que experimenta para llevarla a cabo es que llegamos a una resolución que desde el punto de vista narrativo y de peso simbólico resulta algo banal, entendido esto como un tramo final que no está a la altura dramática de esos cuatro o cinco momentos previos que parecían prepararnos para algo más. Están presentes los planteos, están las formas que nos generan tremendo interés por las temáticas que abordan y la manera que tienen de hacerlo, están los personajes adecuados, están los climas, está el ritmo. Falta ese broche de oro que termine de amalgamar todo lo previo y tal vez ahí, por un pequeño detalle que no lo es tanto, reside la diferencia entre un Globo de Oro y un Oscar.
Un regreso inesperado. El clásico de los videojuegos, Tomb Raider, vuelve a la gran pantalla luego de quince años. Con una nueva estética, renovados efectos visuales y la acción de siempre, el director Roar Uthaug está a cargo de este retorno que cuenta nada menos que con la ganadora del Oscar, Alicia Vikander, para ponerse en la piel de la emblemática Lara Croft. De un tiempo a esta parte hemos tenido varios ejemplos de “resurrecciones” de películas o personajes clásicos que creíamos que por el momento habían agotado sus posibilidades cinematográficas. Blade Runner, Jurassic Park o el reinicio de Los Cuatro Fantásticos son solo algunos ejemplos de esto que, partiendo del prejuicio de la falta de ideas o creatividad para la invención de personajes frescos, nos han dejado todo tipo de conclusiones que van desde la remake innecesaria, la continuidad algo forzada y la historia justa para revivir a un clásico en toda su gloria. La nueva Tomb Raider se encuentra un poco en el medio de esto. Lo que tenemos es a una Lara Croft algo más juvenil si la comparamos con la versión que propuso Angelina Jolie a principios de la década del 2000. Lo que sí se repite es la figura paterna ausente en la vida de Lara y sobre esa pérdida no tan consumada es que girará la trama de esta nueva etapa de Tomb Raider. Resulta que la joven Croft se rehúsa a firmar los papeles necesarios para heredar la gran fortuna de su padre ya que esto significaría asumir como un hecho la muerte de Lord Richard Croft. De esta manera es que vemos a una Lara distinta, tratando de ganarse el pan con el sudor de su frente y para ello hará gala de sus grandes habilidades físicas en una escena inicial con bicicletas bastante lograda. Pero la parte de “Tomb” en el título no está puesta porque sí por lo que más pronto que tarde sabremos que la desaparición de Lord Croft fue la consecuencia de una investigación arqueológica que el empresario iniciara cuando su hija era solo una niña y que lo depositó en una isla prácticamente inaccesible donde presuntamente encontró la muerte. Cuando Lara finalmente accede a hacerse con la fortuna de los Croft descubre una pista dejada por su padre que la llevará a retomar la investigación con el doble objetivo de saber lo que pasó con su padre y evitar que se propaguen los males de una maldición oculta en la tumba de una antigua emperatriz japonesa. Si el fanático del universo Tomb Raider está buscando una versión renovada de Lara Croft y que a su vez esté a la altura de la historia que la precede, debe saber que Alicia Vikander es la respuesta a todo esto. Combinando su enorme capacidad actoral con un despliegue físico formidable y algunos gestos onda “badass” que la vuelven todavía más atractiva, esta brillante actriz sueca logra captar al personaje en todas sus facetas, incluso en el acento británico. Ahora bien, ya sean fanáticos o no, si lo que se busca es una película entendida como obra integral es otro cantar. Durante gran parte de la película da la sensación de que todo el proyecto cae en los hombros de Vikander y, si bien ella es impecable, no puede hacer nada frente a una trama troncal bastante pobre, un villano poco carismático, un grupo de actores secundarios que ni de casualidad están a la altura de Jon Voight (el primer Richard Croft) y un compendio de escenas de acción a cual más inverosímil que no solo le quita realismo a la historia (algo perdonable dadas las características de este género) sino que refuerza el hecho de que la película es el personaje, todo ocurre porque Lara Croft es perfecta e invulnerable. Esa chatura narrativa es su principal talón de Aquiles. La nueva Tomb Raider desilusiona por su historia pero promete por su actriz principal siempre que este caso sea el de una primera película que abrirá el horizonte para una serie de secuelas que, ya hechas las necesarias introducciones, se anime a ir a fondo con un personaje que puede y merece mucho más.