Zoolander 2

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Víctimas de la idiocracia

Esta secuela mantiene poco del espíritu audaz y provocativo del venerado film de 2001.

En febrero de 2002 se estrenó en 21 salas argentinas Zoolander, una hilarante sátira al mundo de la moda dirigida, coescrita y coprotagonizada por Ben Stiller. Si bien estuvo lejos de ser un éxito comercial (fue vista por apenas 79.580 personas), se convirtió con el tiempo (gracias a los videoclubes primero y al cable después) en una película de culto.

Ahora, 14 años después, llega la demorada secuela lanzada en nuestro país en... ¡156 pantallas! en función de la ansiedad de cinéfilos de variadas edades (desde adolescentes hasta adultos) por reencontrarse con los patéticos modelos Derek Zoolander (Stiller) y Hansel (Owen Wilson) y el (no menos patético) malvado Mugatu (Will Ferrell).

Sin ser el bochorno, el despropósito que tantos críticos estadounidenses adelantaron (ellos tuvieron la posibilidad de ver la película de forma anticipada mientras que aquí no se organizaron funciones de prensa), el resultado es decepcionante.

Más allá del esperado regreso de Zoolander y Hansel y de algunos pocos hallazgos, da la sensación de que esta segunda entrega no va mucho más allá de un remedo de las películas de James Bond en clave absurda, una sumatoria de gags reciclados y una acumulación de pequeños papeles (o simples cameos) de actores (los regresos de Milla Jovovich, Justin Theroux, Billy Zane y Christine Taylor, más Kristen Wiig, Kiefer Sutherland, Fred Armisen, Jon Daly, Benedict Cumberbatch, John Malkovich o Susan Sarandon), músicos (Sting, Katy Perry, Ariana Grande, Demi Lovato, Justin Bieber, M.C. Hammer), modelos (Naomi Campbell, Kate Moss), diseñadores de moda (Valentino, Vera Wang, Marc Jacobs, Tommy Hilfiger, Anna Wintour) y un largo etcétera.

La película arranca por las calles de Roma con unos motociclistas persiguiendo y luego acribillando (¡sí!) a Justin Bieber, quien alcanza a sacarse una foto moribundo, subirla a Instagram y decir que los rockeros (como si él lo fuese) serán siempre los defensores de “El Elegido”. Penélope Cruz (peor que nunca) es Valentina Valencia, una agente de la división de modas de Interpol que investiga la muerte de otros músicos (Madonna, Bruce Springsteen, Demi Lovato, Lenny Kravitz, Usher) en similares circunstancias.

Nuestros queribles (y narcisistas y egocéntricos) antihéroes, por su parte, se mantienen durante años de incógnito luego de una tragedia (el derrumbe del Centro Zoolander): Derek vive sólo en una cabaña medio de la nieve, mientras que Hansel lo hace en el desierto acompañado por una secta new age que practica todo tipo de orgías.

Gracias a las gestiones de Billy Zane (haciendo de Billy Zane y con la misión de hacer unos horrorosos chivos de Netflix) los otrora enemigos se reunirán en Roma para regresar al mundo de la alta costura y los desfiles, para recuperar al hijo de Zoolander (un gordito que vive en un orfanato) y luchar contra el payasesco Mugatu del siempre desatado Ferrell.

Si Zoolander fue, de alguna manera, una pequeña y provocativa película que anticipaba la idiocracia de este mundo, su secuela es una producción mucho más grande y bastante menos ingeniosa. La maquinaria de Hollywood devorándose nuestros mejores recuerdos...