Zew

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

El documental de Irene Kuten narra el pasado y presente de su padre, Zew, ese hombre que nació en un campo de prisioneros de la isla de Rodas en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, donde llegaron sus padres escapando del nazismo. Tras una odisea que fortaleció a esos padres y al propio Zew, arribaron a la Argentina en 1949, donde ese joven fue inscripto en migraciones como José, hecho que marcó el inicio de una nueva historia pero que también revalorizó aquella que la precedió, la que Zew se ocupa de mantener viva a través de los relatos. De esta forma, su hija honra ese espíritu al escindir su documental en dos partes que se entrecruzan irremediablemente. El pasado de Zew y su familia es revisitado por su nieta Gina con su voz en off y con viñetas animadas; y el presente es mostrado por Kuten a través de la cotidianidad de ese hombre de enorme sensibilidad.

La obra de la realizadora comienza con una cita de José Saramago que rescata el valor de quienes emigraron y garantizaron, de esa forma, ese futuro, ese “pan que su tierra le negaba” a las generaciones posteriores (Kuten reúne a dichas generaciones en un final austero y nostálgico), y continúa con postales de Zew recorriendo la ciudad. Desde charlas con un peluquero que dejó atrás a su Uruguay natal a otras con un profesor de magia, Zew es definido a través de sus actos, como cuando se asombra ante la historia dual de las mariposas (“una de encierro y otra de libertad”) y ante ese clima inigualable que tiene la tradición oral cuando se comparten los trayectos y se reivindica la ancestralidad.