Zenitram

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Luis Barone es un director extraño… y maldito dentro del cine nacional. Su filmografía no es precisamente destacable, aunque tuvo un meritorio reconocimiento gracias a Los Malditos Caminos (2002) un extenso y abarcativo documental. Pero también tuvo una interesante ópera prima: 24 hs, Algo está por Explotar (1997). Pero la maldición comenzó con El Tigre Escondido (2003), un thriller filmado en el Tigre, que nunca pudo estrenarse porque en la película actúa, Omar Chaban. Esta fue la insólita y única razón por la que la película nunca pudo exhibirse públicamente,

Tras varios años de post producción, al fin se pudo estrenar Zenitram, ambiciosa co producción española sobre el primer superhéroe argentino llevado al cine oficialmente, abriendole las puertas a El Eternauta (¿la dirigirá Enrique Piñeyro?).

Pero Zenitram está lejos de ser una película pensada para las masas y un público infantil adolescente.

Entre un tono seudo bizarro, el clase B, el homenaje y la burla hacia los superhéroes estadounidenses, se filtrea una burda sátira social, que se ríe de los argentinos y nos describe de la forma más surrealista posible, anclándose en las costumbres, el vocabulario y las tradiciones icónicas.

Se trata de una película costumbrista con elementos de ciencia ficción y mensaje ecologista (Barone estuvo involucrado en Sed Invasión Gota a Gota, documental de Mausi “Martinez” sobre la escasez del agua).

La película nunca intenta trascender como una obra popular, capaz de ser el “éxito” de las vacaciones. Casi es lo opuesto, y el problema de la película es una falta de coherencia narrativa y de intensiones.

Parecen viñetas de historietas aisladas. Divertidas ideas inviduales e independientes sobre un tema utópico (como sería un superhéroe argentino) a las que les falta un nexo. Excelentes, imaginativas y ocurrentes decisiones son resueltas a veces, con escenas insípidas, que no terminan de cerrar. Como el chiste que empieza bien y al final no alcanza el nivel inicial que tanto prometía.

A su vez, no se logra comprender si Barone quiso crear una comedia bizarra pretenciosa al mejor estilo Alex de la Iglesia, o una propuesta clase Z como las joyitas de Farsa. Y por este motivo, por ser demasiado abarcativo en las subtramas, en personajes, en intenciones, en incluir chistes, es que la película se pierde… vuela demasiado alta, pero cae en pozos de aire.

Uno recuerda por momentos a El Día de la Bestia o Acción Mutante, en otras escenas uno cree estar viendo Plaga Zombie, con el costumbrismo de Esperando la Carroza.

Pero también tiene esa falta de cohesión que tenía, por ejemplo, The Spirit de Frank Miller. La estética, a la vez, mezcla el retrofuturismo de Superman (a la vez, hay citas textuales a la película de Donner de 1978 y la “remake” del 2006). Hay personajes que aparecen y desaparecen de la nada (El Presidente interpretado magníficamente por Daniel Fanego) y otros cuya aparición es demasiado forzada como The Thinner (¿Qué hace ahí Steven Bauer?). En cambio la misteriosa e inexplicable aparición del “empresario” que le da los poderes a Zenitram y nunca más aparece es un acierto… justamente por el misterio que despierta.

Pero, a pesar de la confusión en la logística del guión, algo funciona de forma indefectible: el humor, la ironía, el sarcasmo. La burla hacia los símbolos.

No se salva nadie, ni los recolectores de basura, ni las empresas extranjeras que nos roban el agua (¡Es cierto! Este futuro no me parece demasiado delirante), ni los Kirchner, ni los periodistas vividores, ni los conductores faranduleros… ni Maradona se salva.

Realmente tiene escenas y ocurrencias desopilantes.

Las interpretaciones son irregulares. Mientras que Minujin y Luque se lucen en sus roles protagónicos, al igual que Fanego y Jordi Molla como los villanos, es realmente una lastima que la lacónica, inexpresiva, aunque bonita, Verónica Sánchez sea “la chica” de turno. No convence ni un minuto su presencia delante de la cámara. Error de casting serio forzado por el convenio de co producción… y completamente desenfocado aparece Bauer, en un intento fallido por tener una “estrella” de Hollywood que pueda hablar español.

Zenitram es un gran despliegue nacional que no sé si va a poder cubrir los gastos de producción. Se trata de un film, al que le va a costar encontrar su público. Porque entre los homenajes al cómic nacional, el humor político (definitivamente, el punto más alto de su argumento), la crítica a las empresas multinacionales y efectos especiales, tan absurdos y elementales al principio, pero bastante bien resueltos en el final, se encuentra una película entretenida, interesante, pretenciosa y al mismo tiempo nostálgica.

Increíblemente extraña es la sensación con la que sale el espectador tras su exhibición. Satisfactoria, pero a la vez, incompleta. Varias buenas ideas con resultados ambiguos juntos en un experimento que uno intuye que podría haber sido mejor, pero a la vez mucho peor, mucho más solemne, grandilocuente y decepcionante.

Este Zenitram no deja con la boca abierta, no es asombrosa y no se nota que haya sido esa la intención de sus realizadores.

Sin embargo, no me extrañaría si de acá a 15 años (época en la que transcurre la historia), se convierta en una película de culto: mientras estemos pasando nuestras tarjetas de crédito por encima de las canillas para sacar un poco de agua, la basura cubra nuestras cabezas, alguien prometa limpiar el Riachuelo… diremos… como necesitaríamos, entre nosotros a un… Zenitram.