Zenitram

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Más boludo que especial

Rubén Martínez (Juan Minujín) acaba de perder su trabajo de recolector de residuos y se interna en los baños de Constitución. Allí, contra los mingitorios, lo aborda un sujeto misterioso: le dice que tiene algún tipo de poder, que no es alguien del común. Es más, le sugiere que diga su apellido al revés y que vea qué pasa. Rubén lo hace, es verdad, pero en realidad se mofa del fulano: se agarra los genitales en clásico gesto “¡tomá de acá!” y dice “Zenitram”. Y sí, finalmente el hombre vuela. Ese mismo hombre que minutos antes, durante un muy bonito prólogo animado, la voz en off de Luis Luque había definido como “un boludo más, pero especial”.

Y precisamente ese, más allá de las falencias narrativas y de registro, es el principal inconveniente que tiene Zenitram, el film de Luis Barone. Si bien hay interesantes ideas para destacar en esta sátira de los superhéroes con un Superman criollo, el escollo que encuentra la película está en una de sus premisas. El film arranca y termina con secuencias animadas y allí, a manera de prólogo y de epílogo, la voz del mencionado Luque deja en claro el nivel de pauperización de la vida por estos lados del mundo. El asunto es cómo hacemos para que el espectador tome a ese “un boludo más, pero especial” como alguien realmente especial, ya que donde más empeño se hace es básicamente en su parte boluda.

Más aún, la voz en off de Luque pertenece a Javier Medrano, el periodista que toma a Zenitram/Martínez y lo convierte en ídolo popular. Y el personaje de Medrano tiene demasiadas idas y vueltas como para que podamos confiar en él: el periodista tiene que pasar de escéptico (porque no cree) a cínico (porque quiere hacer plata con el freak), para finalmente volverse el mejor amigo del superhéroe (porque lo ayuda en su redención final). Pero entonces, cómo tener empatía con lo que pasa si Medrano tilda al héroe de boludo con poderes. Ese tono canchero de la voz en off es lo que impide que el espectador mantenga algún tipo de conexión con el film: recuerda demasiado al miserabilismo del peor humor nacional, ese que de tan misántropo termina por no generar nada.

Más allá de esta barrera que la película construye, hay un relato. Y uno con bastantes ideas, al menos temáticas. Con Zenitram pasa en muchos momentos que se hace demasiado evidente la falta de un presupuesto mayor, para que los acabados técnicos suspendan la incredulidad y permitan que uno crea en lo que ve. Así uno se queda con la historia del muchacho humilde que descubre sus poderes, se convierte en ídolo popular y finalmente se tiene que ir del país porque no lo comprenden. Cualquier similitud con los ídolos que nos hemos sabido conseguir, no es casualidad.

Porque si bien el universo que plantea el film tiene que ver con un futuro donde una empresa privatiza el agua y hay que comprarla con una tarjeta, y la reflexión mayor pasa por ver qué lugar puede ocupar una persona especial en un contexto de escepticismo tercermundista, de lo que quiere hablar y lo que mejor le sale a la película de Barone, es precisamente cómo los argentinos construimos mitos desde una posición pagana, aunque siempre necesitada de un Dios. El tema pasa por tener un referente a mano para celebrar o demonizar. No otras cosas simboliza el ascenso y caída de Zenitram.

Surgido de la mente de Juan Sasturain, el film se apodera de una iconografía peronista y cercana al nacional-socialismo con sus grandes monumentos y sus edificios paquidérmicos, para entablar un diálogo con el presente. Si bien la referencia política surge precisa y directa, los mayores inconvenientes están relacionados con el hecho de lo que uno puede esperar a esta altura de una película sobre superhéroes. En ese territorio, a Barone le falta imaginación como para poder lograr, aún dentro de las limitaciones de presupuesto, imágenes contundentes y momentos con peso propio. La acción casi no existe, o en el caso de que esté presente, lo estático domina la escena.

A Zenitram, como película de género, le lleva una hora entrar en ritmo. Recién ahí comienza a construirse un relato sobre la base de los cuentos de superhéroes, con la reencarnación de algún personaje en un alter ego más superheroico, y es donde Barone se encuentra más afiatado y logra contar con más ritmo. En esos primeros 60 minutos la película avanza más por concepto que por pericia narrativa: la relación entre Martínez y Medrano nunca termina de parecer real, misma situación se puede dar con la forma distante con la que se muestra la adicción del superhéroe a la cocaína.

Y para colmo de males, está esa maldita voz en off sobradora que aquí y allá sigue burlándose del personaje y de sus posibilidades. No está mal, en todo caso, una mirada cínica sobre el género. El inconveniente es que ese punto de vista no funciona en el plano en que se plantea la situación del protagonista: ¿es posible un héroe de las clases humildes? Si bien Zenitram tiene más ideas que el 90 % de la producción nacional que se estrena anualmente, dentro del universo en el que pretende jugar tiene demasiadas fallas como para considerarla una buena película. Apenas es un soplo de aire fresco genérico y un muestrario de posibilidades para el cine de entretenimiento nacional.