Zanahoria

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Carne podrida

La dictadura militar en Uruguay se extendió desde los 70 hasta 1985 y, al igual que la de Argentina, comparte la trágica página de la historia contemporánea de desaparecidos y procedimientos aberrantes denunciados en absoluta soledad por familiares de las víctimas u organismos de derechos humanos, quienes no tuvieron un enfático respaldo de partidos políticos –tampoco de la población civil- sino más bien cierta indiferencia más allá de casos puntuales. Por eso la posibilidad de que el Frente Amplio uruguayo, que candidateaba a Tabaré Vázquez (elegido recientemente como el sucesor de Mujica) para alzarse con la presidencia en 1984 ante una dictadura militar en franca decadencia y pérdida de poder alimentaba las esperanzas de muchos para remover secretos del pasado y así conocer el destino de desaparecidos, entre otras asignaturas pendientes con la democracia y con el pueblo uruguayo.

Ese es el contexto histórico político donde se desarrolla este thriller coproducido entre Argentina y Uruguay, Zanahoria, segundo opus de Enrique Buchichio (El cuarto de Leo) inspirado en un hecho periodístico real protagonizado por dos periodistas de un semanario de izquierda, Alfredo García (Abel Tripaldi) y Jorge Lauro (Martín Rodríguez), quienes recibieron y tuvieron contacto con Walter (César Troncoso), quien decía haber trabajado en inteligencia y formar parte de un grupo que esperaba el momento político para contar la verdad sobre la dictadura uruguaya. Estaba dispuesto por entonces a revelar, entre otras cosas, la denominada Operación Zanahoria, llevada a cabo por militares uruguayos que enterraron desaparecidos en los cementerios clandestinos ubicados en los cuarteles, de forma vertical como las zanahorias, y para ocultar los restos plantaron árboles en el lugar.

Así las cosas, con ciertos recaudos pero conscientes de que la información y su publicación constituía un hecho periodístico sin precedentes, ambos periodistas decidieron involucrarse hasta las últimas consecuencias en las erráticas misiones propuestas por Walter para dar con la información que estaba compuesta por documentación, filmaciones de torturas y datos con nombres importantes. Lo cierto es que Walter transmitía en sus conductas y cambios de planes continuos una ambigüedad que despertaba sospechas sobre la veracidad de sus relatos y en ese juego de poder y ambición de los periodistas se nutre la trama de Zanahoria, algo que en la jerga periodística se denomina la venta de carne podrida cuando las fuentes no son confiables y no se tuvo la capacidad de discernir y chequear correctamente la información.

El film de Buchichio transita por los andariveles del thriller político pero cae en dos pendientes pronunciadas que terminan por precipitarlo: en primer lugar la altisonancia de los diálogos y en segundo su obsesión explicativa que incluso malogra el desenlace con un subrayado en off sumamente innecesario. Da toda la sensación que habiendo elegido el género como estructura para dar cuenta de los hechos reales pero desde la licencia de la ficción, el resultado final de Zanahoria refleja que por su peso y trascendencia para la época esta historia daba para mucho más.