Zama

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Un pecado irreparable en tanto filme se presente es que aburra, se torne tedioso, esto sucede con el último “opus” de la directora Lucrecia Martel, posiblemente el más afanoso de toda su producción.
Ambicioso por lo difícil que debe haber sido la traslación del texto escrito por Antonio Di Benedetto a mediados de la década de 1950, considerado una de las cumbres existencialista en el orden vernáculo.
Hay una encomiable y rigurosa creación de atmósferas, climas, apoyado siempre por la dirección de arte, el retrato del espacio físico como prioridad para dar cuenta del relato mismo que queda traspolado al de una actualidad, la del libro, pero que en filme se transforma en insoportable, grandilocuente, pretenciosa.
Estamos en presencia de un claro drama histórico. Todo gira en derredor de un oficial menor de la corona española y transcurre el siglo XVIII. Don Diego de Zama (Daniel Gimenez Cacho) se encuentra varado en un pueblo perdido al norte de lo que conformaba el virreinato del Río de la Plata esperando un traspaso que nunca llegará.
La realización podría haberse instalado en la estética y narrativa del absurdo beckettiano, con elementos de una vaguedad surrealista, dentro de una medio misterioso. Pero no, nada de eso ocurre.
Todo tiene una impronta festivalera, y cito a Luciano Castillo, director de la Cinemateca de Cuba, quien en su texto “Como hacer una película para ganar un Festival en Europa” dice: “…Aún así no son escasos los nuevos cineastas latinoamericanos que siguen una receta no escrita - pero de resultados infalibles - al gestar una película con las miras puestas en esos certámenes cuyo espaldarazo puede ser definitivo en su itinerario a través de un premio. No olvidar la existencia de directores, críticos y jurados que conciben el cine como una forma de tedio.
Tómese una historia que apenas alcanza dramatúrgicamente para un corto y extiéndase durante el mayor tiempo posible. Un ingrediente primordial, muy apreciado por el paladar de críticos y jurados……
Inserte grandes planos generales en que un personaje va de un extremo a otro del cuadro sin motivación alguna ni aportar nada a la narración. Demore todo lo que pueda en pantalla el plano….
Evite los movimientos de cámara y deje que predomine el estatismo. Búrlese de esa regla tan aferrada en algunos guionistas de que antes de los ocho minutos debe ocurrir algo que contribuya a progresar la acción (si es que existe), al fin y al cabo usted opta por la «desdramatización» tan en boga hoy (léase estética de la monotonía)…...”
Si para muestra basta un botón, la primera escena muestra a nuestro héroe parado en una playa, mirando a la nada absoluta, luego a manera de voyeurista aficionado se pone a contemplar unas nativas desnudas y es increpado por ellas. Huye. Pero este inicio, ese acto no vuelve desde el personaje, nunca retornará en el filme.
Luego se incurre en otras cuestiones bastante más sutiles, dentro de imágenes, bellamente fotografiadas, el texto instala a dos personajes en dichos contradictorios sobre un mismo hecho, no hay definición sobre la certeza de cada uno, en ese caso el narrador omnisciente, omnipresente, debería haber dado algún otro dato para que la interpretación del espectador tenga elementos de análisis y no flote inerme.
Dicho de otra manera, un personaje dice haber matado a un bandolero, el otro dice que éste personaje siempre falsea, y ahí termina esa disquisición.
Luego, y a partir de un salto temporal, vemos al susodicho fallecido, vivito y coleando. Entonces estamos ante una ruptura, una alteración temporal en la secuencia cronológica del relato, pero ¿hacia atrás o hacia delante?. La de mayor peso lógico es hacia el futuro, pues sino habría grandes problemas de montaje, situación improbable, pero como también hay una puesta en juego de delirio onírico del personaje, no se puede saber que es exactamente.
Tampoco ayudan para atrapar la atención de los espectadores las diferentes interpretaciones. Nadie sale del todo bien parado, no son creíbles en sus performances, el actor nacido en España, aunque sea más mejicano que ibérico, tiene un rictus facial que parece más un problema de parálisis facial que interpretación, igualmente desperdiciados aparecen Lola Dueñas, Matheus Nachtergaele, Juan MInujin, Daniel Veronese, entre muchos otros.
El otro punto que se presenta como irritante es la banda sonora, totalmente alejada del relato, su estética y su estructura narrativa, no es empática, no genera climas, no genera nada, sólo molestia, a menos que su función sea impedir que el espectador se duerma.
Dicen que la directora dio una explicación sobre ambos casos, pero como decía Krzysztof Kieslowski, “si tengo que explicar algo, entonces el filme no funciona”, y le aseguro que el polaco algo sabia de lo que estaba hablando.