Yuki y Nina

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Distancia.

Hippolyte Girardot, un actor acostumbrado a películas de directores exigentes como Godard o Desplechin, asume por primera vez el papel de realizador junto a Nobuhiro Suwa, uno de los más grandes cineastas japoneses en actividad. El encuentro se presenta particularmente atractivo, pero el resultado de la asociación entre los dos talentos resulta decepcionante. Durante casi una hora, Yuki y Nina se asemeja a una mala caricatura de las películas del nipón, lejos de la gracia y la precisión de M/Other o de Una pareja perfecta. Si bien están presentes sus característicos planos fijos donde los protagonistas se enfrentan, desaparecen fuera de campo, regresan y se vuelven a enfrentar, el dispositivo es demasiado visible y poco natural. Yuki y Nina es una película dual, a menudo torpe y especialmente malograda en la primera hora, cuando la puesta en escena realista de Suwa luce forzada. Sólo las últimas secuencias permiten elevar el nivel de una obra que parece contaminada por la incomprensión entre dos autores.

La película adopta el punto de vista de una niña mestiza de nueve años que sufre la separación de su madre japonesa y su padre francés (interpretado por el mismo Girardot). A pesar de sus reticencias y de su voluntad ingenua por hacer reaparecer el amor entre sus progenitores, la pequeña se ve obligada a seguir a su madre a Japón. Pero cuando todo parece encaminado, Yuki decide huir con Nina, su mejor amiga. La separación es un tema recurrente en la obra de Suwa, que en esta ocasión se ve afectado por el tono de algunas actuaciones y subrayado por la difícil convivencia entre distintas culturas. El otro gran problema de la película es la dirección de actores, la interpretación del dúo de protagonistas adultos no refleja con sutileza el choque de una separación. La actuación excéntrica de Tsuyu Shimizu atenta contra el verosímil de la primera parte de la película y estropea escenas cruciales. Hippolyte Girardot se muestra incómodo, como si no se acostumbrara a estar delante y detrás de cámara. Nobuhiro Suwa reivindica constantemente su compromiso con un determinado realismo, pero Yuki y Nina suena extrañamente falsa.

En la última media hora, las ideas de puesta en escena de Girardot permiten que la película tome una dimensión inesperada. En su fuga, Yuki se pierde en una fascinante caminata por el bosque que establece un vínculo entre el presente y el futuro, entre su vida francesa y su traslado a Japón. Una suerte de viaje espacio-temporal con el que por fin la película despega y se torna interesante gracias a una atmósfera fantástica que nos sumerge en el subconsciente de la niña. El giro narrativo inscribe la violencia de la ruptura en el centro del relato sin mostrarla. La estética del tramo final y la inesperada resolución se encuentran muy alejadas del universo de Suwa, sin embargo dejan ver la atracción de Girardot por la cultura japonesa. El bosque es un fuerte símbolo del universo nipón, un laberinto misterioso, secreto y poblado de fantasmas que resulta ideal para expresar el desconcierto de la pequeña Yuki. Sin embargo, esta mágica balada final no alcanza a ocultar las dificultades de la película, que son el resultado de una dualidad demasiado fuerte y de la ausencia de alquimia entre dos personalidades con lenguajes diferentes. La falta de coherencia en algunos pasajes está justificada en parte por un montaje hecho a cuatro manos entre Japón y Francia. La separación que evoca Yuki y Nina es también la de dos cineastas que no pueden cohabitar plenamente, dos individuos en apariencia cercanos, pero cinematográficamente distantes.