Yo vi al Diablo

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Salvo la última secuencia, que le da un giro casi inadecuado por lo que fue constituyendo durante todo el resto del texto, y la primera escena, convengamos que esta de muy buena construcción y presentación de la protagonista, todo lo demás del filme respira sobre la maravillosa “El bebe de Rosemary” que Roman Polanski rodara en 1968.
No es un homenaje, ni es una copia, podría hasta verse como una relectura del texto y esto es lo que le da valor a la propuesta: la anterior transcurría en Manhattan, ésta en un valle en California; aquél tenía como personajes secundarios, y no tanto, miembros de la cultura europea, ahora son latinos, inmigrantes ilegales, con toda su cultura plagada de pensamiento mágico.
Los protagonistas eran Guy Woodhouse (John Cassavetes) y su esposa embarazada Rosemary (Mia Farrow), ahora el matrimonio está conformado por David Maddox (Anson Mount) y Eveleigh (Isla Fisher), el único punto en que la nueva versión le saca varios cuerpos de ventaja a la anterior. ¿No me va a comparar a Mia Farrow con Isla Fisher?
Ambos textos entran en configuración a partir del embarazo de la protagonista. Es sabido de las fantasías horrorosas que desarrollan algunas mujeres durante el embarazo, y de eso tratan, ambas establecen la dicotomía ciencia vs. Religión, pues si existe el diablo, indefectiblemente existe Dios.
Si bien en ningún momento “Visions”, tal el título original de ésta producción, bastante más acorde al relato, abandona del todo esta cuestión dicotómica, sus personajes secundarios y el espacio físico donde transcurre la mayor parte de las acciones le hacen perder preponderancia, con la rara excepción del personaje de Helena (Joanna Cassidy) cuyo aporte, en momentos en que todo parece desbarrancar, es fundamental para el sostenimiento del interés, desde el personaje como desde la actuación.
La gran diferencia entre ambas producciones está en cómo el director franco-polaco realiza un catalogo de formas de insinuar el terror en lugar de mostrar, en ésta ocasión todo ello se ha extraviado, en su haber contamos con una buena estructura, y su inicio aporta los lugares obligatorios para una película que circula libremente entre el thriller y el terror, igualmente el director le da una impronta que establece antes la sugerencia que el sensacionalismo, y se agradece.
El realizador Kevin Greutert sigue a rajatabla la letra escrita en éste tipo de producciones, debe cumplirla para ser considerada del género, con oficio usa la receta, aunque al mismo tiempo con templanza.
Los rubros técnicos, que son quienes resultan imprescindibles para la creación de climas y sensación de suspenso, solo cumplen a medias su cometido, del montaje clásico del género, a la grandilocuencia de la banda sonora se le suma la dirección de arte, el manejo de la luz y la fotografía, todo en función de sostener el relato.
El final produce un giro innecesario que da por tierra todo lo construido, se aparta de “El bebe de Rosemary” para acercarse a “La mano que mece la cuna” (1992)
Lo mejor de ésta película está en su protagonista, parecería ser demasiada actriz para el producto final, es más, siempre que veo a ésta Isla quiero ser Chuk Noland, el personaje de “Cast away” (2000).