Yo vi al Diablo

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Las ondulaciones en el tiempo.

Para juzgar una película como Yo vi al Diablo (Visions, 2015) no podemos pasar por alto el hecho de que gran parte de los exponentes más interesantes de terror que pululan en el mercado internacional no se estrenan en Argentina o con suerte se editan en formatos para el consumo hogareño vía Blu Ray/ DVD o streaming, lo que en el fondo implica que caen en el terreno de un bajo perfil que no suele hacerles justicia (hablamos de films con un largo recorrido en festivales especializados o que vienen siendo objeto de comentarios elogiosos por parte de las huestes de fanáticos del género). En contraposición, películas impersonales una y otra vez llegan a las salas tradicionales sin mayor explicación que la del usufructo fácil a través del público adolescente, un esquema que genera “pan para hoy y hambre para mañana” porque el consumidor inexperto actual se transformará en un cínico.

En relación a lo anterior, a decir verdad la propuesta en cuestión tiene un pie en cada orilla ya que por un lado se despega sutilmente de las convenciones del horror contemporáneo sin ser una obra de ruptura ni mucho menos (los giros del relato son leves pero alcanzan para dislocar la monotonía del rubro) y por otro lado el film respeta los preceptos de la clase B con un destino manifiesto orientado a las plataformas de “video on demand” (de hecho, así llegó al público en Estados Unidos, aun antes de la edición hogareña). La realización incluye ecos de Inside (À l’intérieur, 2007) y su eficacia se debe en primer término al director Kevin Greutert, un profesional muy prolijo -conocido por haber sido el responsable de los eslabones finales de la saga de El Juego del Miedo (Saw)- que aquí repite todos los aciertos en la puesta en escena de su opus previo, la también cumplidora Jessabelle (2014).

No cabe la menor duda de que Isla Fisher, la protagonista de Yo vi al Diablo, es una suerte de reemplazo dramático de la Sarah Snook de Jessabelle, debido a que ambas elevan el nivel actoral prototípico del género y logran construir personajes verosímiles que bien podrían haber caído en el cliché más intrascendente. Hoy Fisher compone a Eveleigh Maddox, una mujer embarazada que viene de sobrevivir a un accidente automovilístico y que se muda junto a su esposo David (Anson Mount) a un valle de California para reabrir un viñedo, un viejo sueño del señor. Por supuesto que casi de inmediato cosas insólitas comienzan a suceder a su alrededor y amplifican sus traumas: en el medio de una fiesta una distribuidora de vinos entra “en trance” en el dormitorio de su casa, los vecinos parecen dedicarse a actividades un tanto ilegales y hasta un extraño con capucha merodea su hogar.

Lo que parece otra típica historia de fantasmas en pena, posesiones y/ o casa embrujada de a poco va extendiendo su rango de influencia a fuerza de multiplicar los eventos y apuntalar el suspenso bajo una inteligente dosificación de la información, siempre manteniendo el punto de vista sensato de Eveleigh. Otro elemento atractivo es el elenco de secundarios, con actuaciones ajustadas de la veterana Joanna Cassidy y de varias caras conocidas de la televisión como Jim Parsons (The Big Bang Theory), Gillian Jacobs (Community) y Eva Longoria (Desperate Housewives). Desde ya que la buena ejecución narrativa de Greutert no alcanzaría su objetivo si no fuera por una vuelta de tuerca final acorde con el desarrollo, y es allí donde el guión de Lucas Sussman y L.D. Goffigan consigue cerrar un relato ameno sobre el dolor vagabundo y todas esas ondulaciones en el tiempo que dejan las tragedias…