Yo vi al Diablo

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

Yo vi un bodrio

Resulta casi incomprensible que entre tantas buenas películas del género nacionales se estrene este adefesio yanqui tan olvidable como insufrible.

Sobre todo por la capacidad del género de terror para sobrellevar sus carencias: falta de presupuesto, de actuaciones dignas o de argumento, muchas veces se solventan gracias a n tomarse demasiado en serio su ridícula propuesta y así lograr divertir al espectador. En Yo vi al Diablo (Visions, 2015) no pasa absolutamente nada destacable: la película aburre siendo lo peor que puede pasarle a una película de terror.

La historia comienza con Eveleigh Maddox (Isla Fisher, Nada es lo que parece) en medio de un accidente automovilístico. Ella oficiando de narradora nos cuenta el trauma con el que convive al enterarse que la mujer con quién colisionó perdió a su hijito en el siniestro. Ahora ella está embarazada y los fantasmas la acosan cuando se muda con su marido a un viñedo en medio de un paisaje rural. Sola en la casona comienza a tener visiones donde el miedo a perder el embarazo afecta su psiquis.

Al principio se puede apreciar una intención de mezclar algunas ideas de clásicos del género como Poltergeist: juegos diabólicos (1982), El conjuro (The conjuring, 2013) o El bebé de Rosemary (The Rosmary’s Baby, 1968). Nada más alejado de eso, la película no se atañe a ninguno de los tópicos que podría o debería (ni el miedo al embarazo, ni el miedo a adaptarse a un nuevo hogar); los toma para luego olvidarse de ellos y hacer un superficial telefilm con tintes melodramáticos cuán telenovela de las tres de la tarde.

De una u otra manera las cosas empiezan a encajar como si se tratara ya no de una maldición del más allá o algo sobrenatural, sino una cuestión de resolver un caso policial atando cabos con las “visiones” del título original (más acorde a la película, ya que vemos más el reloj que al Diablo). Un rompecabezas forzado, tirado de los pelos por el antojo de sus guionistas.

Hay películas que no asustan, que no impactan, que no tienen presupuesto para generar ningún tipo de clima o efecto decente (Noche alucinante es un buen ejemplo), sin embargo, consientes de sus carencias, doblegan su propuesta convirtiéndose en sumamente divertidas. Aquí no sucede ni una cosa ni la otra. Es peor, no sucede absolutamente nada más que el tedio.