Yo, traidor

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

MARIANO MARTÍNEZ VA POR EL PRESTIGIO Y SE DERRUMBA ENTRE LOS CHANCHOS

Más allá de sus videos en Tik Tok, en donde se muestra bailando, cantando o reflexionando (y que, a su pesar, se convirtieron en pasos de comedia involuntarios, alimentando a un grupo de detractores que terminaron por volverlo un icono del consumo irónico), Mariano Martínez también es actor. Ligado a las tiras televisivas, sí, y con más reconocimiento por su físico que por sus dotes interpretativas, pero un actor al fin. Con 43 años, y ya alejado de aquel galán que intentaba ser un héroe de acción junto a Pablo Echarri en la infame Peligrosa obsesión, realiza ahora una nueva jugada para ser tomado en serio. En Yo, traidor, dirigida por el santafesino-cordobés Rodrigo Fernández Engler, Martínez interpreta a Máximo Ferradas, el heredero de una empresa pesquera con gran influencia. Un personaje complejo y contradictorio, al mismo tiempo capaz de esforzarse por conseguir un reel de pesca para su padre (Jorge Marrale), como de manipular los negocios con una empresa norteamericana para su propio beneficio, convirtiéndose en el traidor del título.

Durante la primera mitad, la película funciona como un thriller en donde se mezclan las disputas familiares con el entramado político en torno a la actividad pesquera, a partir de la mudanza de Máximo a un pueblo de la Patagonia. Allí conoce a dos personajes claves para lo que vendrá: Caviedes (Arturo Puig), un empresario poderoso que le ofrece ser parte de su grupo de cara a las elecciones sindicales, y Coletto (Osvaldo Santoro), un pescador con sus intereses puestos en los trabajadores de las pequeñas y medianas embarcaciones. A pesar de no ser muy sutil, con “buenos y malos” bien diferenciados en sus actitudes y sus costumbres, Fernández Engler construye durante un rato una historia con ciertas posibilidades. Desde la disección de los claroscuros de la política pesquera, a la exploración del carácter de Máximo, el único personaje que presenta matices, y al que Martínez trabaja con la ambigüedad suficiente para evadir un juicio rápido por parte del espectador.

Los problemas se dan con la entrada en escena de Maite (Mercedes Lambre), una chica del lugar con la que Máximo se involucra. Si parece que el vínculo entre los dos está tratado con desgano, y que la existencia misma de esa relación no se integra demasiado con el resto de la historia, es porque el personaje de Maite es tan solo una excusa para una vuelta posterior del guion. Lo mismo ocurre con Aguilar: el personaje de Francisco Cataldi, un discípulo de Caviedes que pasa a trabajar como guardaespaldas de Máximo (o algo así), se presenta como un sujeto inestable y misterioso, pero pronto deriva en actitudes que se sienten forzadas. La misma sensación se traslada a toda la última parte de la película, donde las cosas se resuelven de manera torpe, al borde de la confusión. Y la emoción que podría desprenderse del final, ligada a la redención, aparece diluida, sin peso ni trascendencia. Yo, traidor termina siendo fallida (incluso un poco más que eso), pero es un cambio de registro interesante para Mariano Martínez. Al menos, es mejor que escucharlo cantar Crimen de Cerati.