Yo soy asi, Tita de Buenos Aires

Crítica de Luly Calbosa - Loco x el Cine

Yo soy así, Tita de Buenos Aires debutó en cartelera porteña el pasado domingo en el marco de la Semana del Cine Nacional. Por segunda vez, la directora Teresa Costantini construye desde la ficción un homenaje a mujeres que trascendieron los límites de su época y hoy son íconos históricos. Primero dirigió Felicitas (2009), cuya historia trágica de amor anclada al mundo aristocrático estuvo en su imaginario durante 20 años cuando el sobrino bisnieto de Felicitas le contó cómo el joven se enamora del hijo del jardinero y opone al mandato del patriarcado. Como es sabido, en este cruce de mundos paralelos, muere tras dar rienda suelta a sus sentimientos y, acto seguido, sus padres denuncian a la iglesia. Este mismo espíritu de denuncia se replica en la historia de Tita en contraposición al detrás de escena popular de cantante arrabalera que ladraba al ritmo del compadrito, mientras sufría en carne viva la soledad pese a su arraigo a Luis Sandrini. En este sentido, es interesante cómo Costantini muestra el empoderamiento de mujeres apasionadas que padecieron el amor y las humaniza. Desde esta arista amarra el contexto histórico de época a un espacio-tiempo latente, pese al abismo generacional, para que su legado trascienda y conecte en la modernidad como un despertar colectivo.

A grandes rasgos, el guión transmite pasión artística y afectiva. Atraviesa tres ejes complementarios: soledad, profesión y empoderamiento femenino cuando sacó bandera al hablar del papanicolau y el cáncer de útero cuando eran temas tabú. Desde la ficción y el poco material de archivo de Tita (entrevistas, documentales y películas como por ejemplo: Tango y Guacho), Costantini arma su propio rompecabezas desde los vínculos que genera el elenco protagónico cuando vibra la energía de esta persona/personaje. Así inscribe la narración a un efecto mirilla para que el espectador espíe la intimidad de Laura Ana Merello lejos del Starsystem.

La actriz Mercedes Funes es la encargada de interpretar esta figura emblemática nacida en el mundo orillero de San Telmo, carente de amor. Sin embargo, desde el primer minuto vemos cómo la causalidad de la vida la cruza en su adolescencia con un hombre casado (Mario Pasik -con quien Funes debutó en televisión en Nano-) que la saca del contexto bataclán y, sin imaginar que llegaría a ser Tita Merello, la ayuda a prepararse como actriz y cantante: le enseña a escribir, estudiar y entender de qué se trataba el escenario; tendiendo el puente hacia su popularidad y alejándola de aquella niña que trabajó duro en el campo a la par de los hombres donde adquirió su personalidad avasallante masculina. Este primer lazo fraternal de la trama, que Tita desconocía, al no tener padre y criarse en un orfanato; se refleja en la escena donde se despiden con un abrazo, eterno. A modo cassette, el lado b es su peculiar madre autoreferencial, a cargo de Esther Goris, que se proyecta en el triunfo de su hija e inconscientemente ayuda a tener los pies sobre la tierra por reacción más que por mimesis. Tita aprendió a defenderse sola, varias escenas dramáticas entre ellas dan cuenta de esto, por ejemplo: cuando recibe el premio por Filomena y la madre lo levanta, obnubilada, lo siente como propio mientras Tita está ahí, al costado… como si nada. A ellos se suma el debut cinematográfico de Soledad Fandiño en la piel de Eva Duarte y amiga de Tita; cuyos diálogos y gestos transmiten la vulnerabilidad intrínseca; fuera del protocolo político y accionar social. Sin embargo, la fuerza interior de ambas las potencia para atravesar obstáculos y lograr sus metas a través de una simple postura corporal (pose ante la multitud, Sandrini y Perón).

Párrafo aparte para la dupla Funes-DeSanto que recrea a la perfección el amor-odio de Tita y Sandrini. En este recorte de hombre de época muy masculino, sexy y sensual en contraposición a una mujer dueña de un carácter atípico, fuerte, que las mujeres comenzaron a imitar, Costantini remarca cómo el narcisismo de ser estrellas veneradas por el público no implica felicidad plena. En efecto, Tita vive un amor no correspondido y lucha por dejar de ser la segunda y seducirlo; muy a su pesar, porque quiere casarse y no volver a su pasado donde era un cuerpo al servicio de mostrarse mediante escotes y transparencias para sobrevivir. Esta sinergia aporta un grado de rigor de época que en el constante desencuentro entre estos dos egos que cambió: Tita antepone el amor a lo carnal en pos de un compañero, estable, y que ambos lleguen a destino. En este transitar, Funes logra que la impronta musical se convierta en personaje tanto por su despliegue artístico como coral, que preparó la técnica vocal junto a sus coach Maximiliano Cruz y Marisol Gomez Alarcon. Su registro revela la esencia de los famosos tangos graciosos, como por ejemplo “Mi papito” en el bataclán donde Merello ironizaba con desdén el canto lírico anclado al decir, cómo pegarle a la mujer para que “no joda” al hombre mientras baila junto a dos compadritos y se arregla el moñito en movimientos coreografiados.

Pero también el largometraje denota cómo ingresando a los años ’40/’50 (pre-censura militar) denota un cambio de registro vocal, su voz adulta era más rapera y del fraseo. La clave está en la pronunciación, cada letra le da carácter, sobre todo las consonantes y las ‘S’ del final jamás se le cae: Tita junto a Osvaldo Montes era mas cantada, por ejemplo: “Se dice de mí. Se dice que soy fiera, que camino a lo malevo, que soy chueca y que me muevo con un aire compadrón” o bien “Podrán decir y murmurar”. Sin embargo, en Cambalache de Discépolo deviene en proclamación “Qué vachaché. Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida”; denota que creció y superó aquella etapa de ignorancia donde practicaba homeopatía (otro elemento alocado para la época).

Así, Tita logra su objetivo: es una historia lineal que te deja firme en la butaca esperando qué es lo próximo pese a saber el final. Y al mismo tiempo denuncia un arco de juventud, soledad y éxtasis que culmina en la gloria. Costantini mediante lo bello y poético abre un abanico esperanzador en un campo artístico poblado de hombres, enalteciéndola; humanizando su decir y su alma. Por momentos, la trama se ancla al mensaje del film Lo que el viento se llevó (1940), dirigido por Victor Fleming, pero se distancia cuando conecta el arte como vehículo del ser con lo vital. En este sentido, el recorte elegido de una mujer que tenía todas en contra y, sin embargo, su creatividad y empuje equilibró su enorme soledad es esperanzador. Los personajes están al servicio del empoderamiento femenino. Ojalá el próximo largometraje de Costantini se inspire en alguna mujer icónica que esté viva para homenajearla y saber qué opinión tiene ese ícono luego de verse reflejado en un collage interpretativo.