Yo sé lo que envenena

Crítica de Ernesto Gerez - A Sala Llena

Evitando el ablande.

“Yo sé, dirás, muy duro es aguantar; mas quien aguanta, es el que existe…”, canta Ricardo en Almafuerte. Y en Yo sé lo que Envenena -frase de Larralde en su oda al humo escupida por Iorio en su monólogo desde el silloncito de Beto Casella, que desbordó las cloacas televisivas y da nombre a la película- los protagonistas aguantan. Los tres aguantan los trapos a su manera, Rama fleteando, Iván de mecánico y de violero, y Chacho en la búsqueda de materializar su vocación. Sosa los delinea con la facilidad de un campeón del mundo, forja un naturalismo no forzado, alejado tanto del férreo autorismo anticlasicista como del extremo realismo -algunas veces, tan potente como artificial- de los actores no profesionales. La propuesta en una primera instancia parece inundada de una iluminación televisiva que resta fuerza a los planos; sin embargo, esas decisiones genéricas (no de género) o de bajo presupuesto dejan de molestar a los pocos minutos, cuando la narración y los cuerpos se ponen por encima del drama de la austeridad y la película empieza a interesarnos y a ser graciosa desde los planos -como en esos primerísimos de la cara desquiciada del serio Iván- y divertida desde las situaciones más que desde diálogos puntuales, aunque, paradójicamente, todo surja de un diálogo puntual de Ricardito.

Yo sé lo que Envenena es, entre otras cosas, un lado B fascinante y cáustico de la caretona La Vida de Alguien, acá no hay compañías discográficas interesadas ni pop para divertir, acá la música pasa por una sala de ensayo chivada y por un pool medio roñoso como el de tantos barrios. Hay pizza, birra y faso pero no desde el lumpenaje “no future” del neoliberalismo noventoso, sino desde la coyuntura del neoperonismo, del choque del laburante con la herencia de los sueñitos liberales, del gil trabajador al trabajador con sus sueños de salvación shampoo, el egoísmo intrínseco del individualismo cool que ya atravesó todas las clases. Porque Chacho quiere ser actor, e Iván -el metalero true que todavía tiene ídolos- quiere triunfar con el metal, pero podrían querer ser directores o críticos de cine, el sueño mongo es el mismo, lo diferente de la actualidad y lo que no admite ni admitió nunca el poder del ala reaccionaria y sus gusanos es que ahora los soñadores también lleguen de los sectores que nunca habían podido elegir. Pero salgamos del divague, lo político aparece de lejos y tal vez sin intención, lo preponderante es la divertida historia de amor de Rama, la representación ajustada de la difícil dinámica de la amistad, del mundo de los motoqueros que fletean, de los verdaderos antros del rock, y de la pelea de unos tipos con pasión, con hambre de gloria, todo con el conurbano de empapelado. Con garra, sentido y poca plata, Yo sé lo que Envenena se erige como una película de overol más profunda que muchas de frac. Enhorabuena, compañeros.