Yo no me llamo Ruben Blades

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrena Yo no me llamo Rubén Blades, documental de Abner Benaim, en el que el cantante, actor y candidato a presidente de Panamá decide dar testimonio de algunos aspectos de su vida pública y privada, haciendo mayor énfasis en su carrera musical.
“Tengo más pasado que futuro. Por eso, este es parte de mi testamento. Quiero que quede grabado mi pensamiento a través de mí, y no por boca de otros”. Así define Rubén Blades sus motivos para protagonizar y producir Yo no me llamo Rubén Blades, un documental que recorre su trayectoria y algunos aspectos de su vida privada.

El veterano director panameño Abner Benaim sigue a su objeto de interés por las calles de su infancia en Panamá y, específicamente, por las de Nueva York, a la que Blades denomina su ciudad por adopción.

Si bien el documental se sigue con interés, específicamente por la energía y vitalidad que Blades le pone a cada testimonio sobre su vida, y porque Benaim no detiene nunca la cámara generando un relato ágil y entretenido con un montaje dinámico, es también cierto que tampoco es demasiado profundo con los diversos puntos que el cantautor va narrando. El mismo protagonista pone límites con respecto a lo que desea que salga a la luz y lo que no.

Por eso, lo más interesante termina siendo el aspecto musical. La creación de varios de sus hits como Pedro Navaja, Plástico o El cantante, y sus connotaciones políticas que definieron a Blades no sólo como un ídolo musical, sino también como un personaje activo de la vida social panameña. Fue candidato a presidente -y queda claro el motivo de la creación de su partido-, aunque lo más interesante de este aspecto reside en mostrar los testimonios de aquellos que se mostraron a favor y en contra de esta candidatura.

Y aunque intenta pasar como un ciudadano más, su nombre y su rostro lo convierten en un artista que no pasa inadvertido. El documental demuestra el ego de la estrella, algunas contradicciones, y su influencia musical en cantantes como Residente o la admiración de artistas anglosajones contemporáneos como Paul Simon y Sting, que tienen breves apariciones.

Pero los ojos de la cámara giran alrededor de Blades y su intención de trascender, con ideas, su arte y opinión del mundo. El documental es bastante abarcativo en ese sentido, y no se puede negar que intenta exhibir todas las facetas del artista y showman de la forma más frontal posible. Pero también varias de estas aristas se parecen más al titular de un diario, que al informe completo sobre la creación de una personalidad que deja una huella indeleble en la cultura latinoamericana.

Como documental musical se disfruta plenamente. La salsa es el género más importante que salió del Caribe y las mayores figuras, desde Celia Cruz a Tito Puente, han tocado con Blades, y los momentos musicales hacen más agradable la visualización. Benaim exhibe también, un poco, la carrera cinematográfica del cantante, que en este momento se encuentra grabando la serie Fear the Walking Dead, aunque sin darle demasiado pie a reflexiones sobre el lugar que los latinos ocupan en Hollywood. También viaja a Harvard, de dónde se graduó como abogado.

Las pocas reflexiones que el artista hace frente a cámara tienen una connotación más existencial: su lucha contra el tiempo, la afirmación de la edad, la conciencia de la mortalidad. Esto se refleja más en la relación con su arte que en una discusión existencialista per se. El aspecto familiar también se refleja brevemente, así como el descubrimiento de un hijo de 37 años. Sin embargo, es poco el lugar que el artista y el realizador deciden concederle a esta subtrama.