Yo, Daniel Blake

Crítica de María Paula Putrueli - CineramaPlus+

LOS DE AFUERA SIGUEN SIENDO DE PALO
Nadie puede poner en tela de juicio los méritos que ha logrado el director británico Ken Loach para posicionarse como uno de los directores más influyentes de su época y más comprometidos con un cine de índole social y de denuncia.
Con su última película, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes del 2016 (premio en el que reincide, dado que ya se había alzado con dicho galardón diez años antes con El viento que acaricia el prado), vuelve a abordar aquellos temas referidos a la falta de empleo, a la burocracia extrema que corre del mapa a quienes menos oportunidades tienen y los deja a un lado de la sociedad, a un costado de un mundo que sigue funcionando solo para aquellos dotados de poder y que convierte en paria a todo aquel que no pertenezca y no pueda jugar bajo las reglas del sistema.
El argumento presenta a Daniel Blake, un carpintero de 59 años, que ha sufrido un ataque al corazón, y a quien los médicos aún no lo permiten trabajar. Allí comienza su odisea al intentar dar batalla por los beneficios sociales que le corresponden. En la búsqueda de un seguro de desempleo, se debe enfrentar al inflexible sistema laboral británico, donde hasta que pueda comprobarse su incapacidad física Daniel deberá seguir buscando trabajo, incluso cuando no pueda aceptarlo en el improbable caso de que lo consiga.
En paralelo y para dejar aún más en claro la intención del director de dar cuenta del mundo injusto donde se mueven sus personajes, Daniel se hace amigo de una joven mujer, madre de dos hijos, en situación económica precaria, la cual no encuentra mejor opción para poder llevar un plato de comida a sus hijos que comenzar a prostituirse.
Otro ejemplo claro de “aquellos que están fuera del sistema” resulta el vecino que se gana la vida vendiendo zapatillas de marca, de manera ilegal claro, y si bien Blake simpatiza con ambos, nunca logra doblegar sus propias convicciones y sigue bajo ese mismo régimen de leyes que parecieran no contemplar derechos para él o su grupo de gente más cercana.
La propuesta tiene buenas intenciones desde la construcción de personajes queribles, sin embargo nunca logra una total empatía con el espectador, quizás se deja entrever demasiado una manipulación esquematizada conducida bajo el golpe sensiblero, que denota un maniqueísmo básico y previsible en todo el relato.
Dista de la calidad cinematográfica que Loach nos tiene acostumbrados, sin embargo es digno de celebrar la coherencia que mantiene el octogenario realizador a través de sus películas, manteniéndose siempre fiel a una mirada cuestionadora, lo cual resulta siempre necesario.
Por María Paula Putrueli
@mary_putrueli