Yo antes de ti

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Una educación sentimental

Como sostuvimos alguna vez en estas páginas, una de los puntalesde la comedia romántica como género está en la protagonista femenina. ¿Las claves? Que enamore al espectador masculino, con la suficiente fuerza para generar admiración y la suficiente fragilidad como para dar ganas de protegerla; y que en la espectadora femenina genere una empatía modélica sin “celos” por lo antedicho. Y también hemos afirmado que ese rol central se ha dividido entre la “heroína winner” (con Meg Ryan a la cabeza) y la “heroína pelotazo” (con Sandra Bullock como buen exponente).
Y ‘Yo antes de ti” apuesta por lo segundo a la máxima potencia: Louisa “Lou” Clark es un poco marginal como la Molly Ringwald de la era John Hughes pero ya salida de la adolescencia, aunque con un vestuario sobreviviente de aquellos duros ‘80. Al mismo tiempo, es aniñada, inculta, pobre y provinciana, como para ser fácilmente “pigmalionizada” por su contraparte, el muchacho rico que supo “vivir a mil” y tuvo los medios para hacerlo. Pero que por otro lado cuenta con un corazón de oro capaz de derrumbar cualquier muralla emocional.
La historia, plasmada por Jojo Moyes en su novela homónima y adaptada por ella misma para la pantalla, podría pasar en Estados Unidos. Pero gana bastante al transcurrir en Gran Bretaña: no es lo mismo ser un white trash americano que un proletario inglés del posthatcherismo. Y es un universo familiar para el que ve regularmente cine: esos centros de empleo como el de “The Full Monty”, las casitas de posguerra de dos plantas, como la que vimos recientemente en “El conjuro 2”, y pueblos que son pueblos desde hace siglos, como en “45 años” o “Brooklyn” (que pasa en Irlanda, pero viene de ejemplo también).
Volver a sentir
Volvamos a centrarnos en el relato. Al comienzo vemos a quien luego se nos presentará como Will Traynor, que enseguida entendemos que es rico, exitoso, con una novia bonita: parece “tenerlo todo”, en los parámetros de nuestra sociedad. Hasta que vemos cómo lo arrolla una moto bajo la lluvia. Luego somos introducidos en la vida de Lou Clark, una chica humilde de 26 años, seis de ellos como moza de la cafetería que la despidió y de cuyo sueldo dependía su familia (madre, padre desocupado, hermana con un hijo). Después de probar otros empleos sin éxito, acepta uno en el que nadie dura: cuidar a Will, que ha quedado cuadripléjico, con la crisis espiritual que esto conlleva.
Como el lector podrá sospechar, hay algo de “Amigos intocables” (el filme francés de Olivier Nakache y Éric Toledano que tendrá su remake argentina de la mano de Marcos Carnevale) pero en clave de comedia romántica: hay una puja por generar en el muchacho las ganas de vivir condimentada por una inocultable atracción, aunque sobre la situación merodea el fantasma de la muerte asistida... lo que nos mete en un terreno de polémica y cierta incorrección política.
Mejor no contemos más y dejemos al lector que devenga espectador para disfrutar libremente de ese encuentro de opuestos, que tiene en su devenir un crescendo, un clímax y un remate emotivo: nada imprevisible, pero bien llevado de la mano de Thea Sharrock, respetada directora teatral en su debut cinematográfico.
Química elemental
Destacamos al comienzo el peso del protagónico femenino, y Emilia Clarke está a la altura de las circunstancias y más allá. Despegándose de la dura Daenerys Targaryen de “Game of Trones”, y de la aguerrida Sarah Connor de “Terminator: Génesis”, puede mostrar su costado más gracioso, ése que deja entrever en entrevistas como en “The Graham Norton Show” o en las bromas pavotas a sus compañeros; el de las morisquetas, la risa rara y la belleza terrenal de 1,57.
Del otro lado, Sam Claflin también tiene que romper su estereotipo, en este caso por fuerza: conocido por el Finnick Odair de “Los Juegos del Hambre”, su perfil se parece más al Will “de antes”, al ganador fachero y atlético de antes del accidente; pero acá se le demanda ser expresivo sólo del cuello para arriba. Y gana, a fuerza de simpatía y buena química con su partenaire.
Entre los secundarios, Janet McTeer y Charles Dance (un compañero de “Game of Trones” con el que Emilia no compartió escenas) aportan humanidad como Camilla y Stephen Traynor, los sufridos padres de él, tanta como terrenalidad ponen Samantha Spiro y Brendan Coyle en la piel de Josie y Bernard Clark, los padres de ella. Omnipresente y firme es la figura de Stephen Peacocke (una especie de Hugh Grant joven y más galán) como Nathan, el asistente terapéutico de Will.
Lucimientos particulares tienen la avispada Jenna Coleman (salida del elenco de “Doctor Who”) como Katrina “Treena” Clark, “la hermana inteligente”, confidente principal de Lou; y Matthew Lewis (el crecido Neville Longbottom de la saga de Harry Potter) encarnando a Patrick, un novio runner demasiado pelotazo hasta para la inimputable muchacha.
Con ellos (y el paisaje galés de Pembroke, con su castillo, como territorio vital) se construye un relato de género que logra escaparle un poco a los marcos. Como la vida de cada uno, más o menos, queramos o no.