Yo, adolescente

Crítica de Gabriela Mársico - CineramaPlus+

El filme Yo, adolescente de Lucas Santa Ana, director de Como una novia sin sexo (2016) y del documental El puto inolvidable (2017), es una adaptación de la novela homónima de Zabo, que no es otro que Nicolás Zamorano, escritor, músico, y periodista, cuyos primeros escritos, a modo de diario personal, posteados en un Blog, a pocos meses de la tragedia de Cromañón, ocurrida en el año 2005, y del suicidio de su mejor amigo, fueron publicados por Planeta como novela primero, convirtiéndose en obra cinematográfica, después.

Alguien, en alguna parte, tiene que estar pasando por lo mismo

Según el director Santa Ana lo que pretende con su obra es contar la historia desde el punto de vista del adolescente que se cuenta a sí mismo. Santa Ana se declara a sí mismo como “terrorista de las emociones” porque me interesa que el público viva junto a los personajes los conflictos, deseos y aspiraciones y al mismo tiempo se emocione, se ría o se enoje con lo que pase; mostrar el espíritu adolescente de hace quince años, pero no desde una mirada de adulto que los juzga. Si bien no es la película de Cromañón, los personajes viven el dolor de esa época.

Novela de aprendizaje

Yo, adolescente pertenece al género coming of age o novela de aprendizaje. El punto de partida efectivamente está dado por la búsqueda de identidad, y de la orientación sexual, entre otras tantas cosas. El protagonista Zabo (Renato Quattordio), un adolescente de 16 años, pasará un año de su vida, entre el colegio, Parque Chabuco, el barrio en el que vive, conciertos de rock, y fiestas clandestinas organizadas en un galpón, donde corren a raudales alcohol, droga y rock, ya que a partir del incendio de Cromañón, los boliches bailables dejarían de estar habilitados para menores de edad, e incluso las restricciones para entrar a los recitales de rock irían en aumento.

Con la voz de Zabo, a veces en off, a modo de monólogo interior, asistiremos a su recorrida por las situaciones por las que transitan tantos adolescentes, tales como el desengaño amoroso, la pérdida de un ser querido, el suicidio, la angustia y el dolor que traen aparejados, teniendo que afrontar esas instancias en la más absoluta soledad. Ya que la presencia de los adultos es sólo ornamental. Baste recordar a su abnegada madre como una buena ama de casa empotrada en la cocina, o a su padre momificado en un sillón frente al televisor.

Mi chica ideal no puede ser un chico

En la deriva existencial de Zabo, entre el colegio, su casa, el galpón donde hacen las fiestas, y su blog, donde escribe pensamientos y vivencias sobre su diario transcurrir, flota una atmósfera de tensión entre lo que desea, en términos de elecciones sexuales, y lo que se supone que debería desear. Zabo ha perdido a su mejor amigo, Pol, que se suicidó, justamente por no poder expresar su deseo, o bien por no permitirse expresarlo o ejercerlo, y que en propias palabras de Zabo, “no lo vio venir…”

Zabo está enamorado de María, una chica con la que comparte gustos musicales y charlas en el parque, a la que presentará a su amigo en una fiesta organizada en el galpón. A partir del momento en que los descubre besándose, decide fingir, toma alcohol, mucho, y se pone a bailar con otro amigo frenéticamente, simulando estar pasándola muy bien, porque, según sus palabras, “fingir es lo que mejor me sale…”

A partir de este momento, Zabo descubrirá que se siente atraído tanto por chicas como por chicos, y en ese devaneo, entre encuentros y desencuentros, descubrirá quién es, pero en el mismo momento del descubrimiento rechazará eso que es o desea.

En este punto el filme se regodea en mostrar con bastante soltura y sin estridencias los comportamientos sexuales de los adolescentes. Ese ir y venir, aparentemente, sin prestar atención a ese código sexual prescriptivo que regula la sexualidad. Sin embargo, Zabo vivirá tironeado entre la culpa por el suicidio de su amigo Pol, un duelo al que finge sobreponerse pero del que aún no logra recuperarse. A través de sus apariciones, por medio de flashbacks, Pol (Tomás Agüero) se hará presente en las divagaciones de un Zabo nostálgico que lo rescatará del pasado para que lo acompañe en algunos tramos de su recorrido.

Y finalmente, el protagonista deberá sobrellevar las repercusiones de la tragedia de Cromañón, que si bien no logran verse a simple vista, seguirán trabajando en su psique que al igual que una sustancia corrosiva irán minando poco a poco su equilibrio emocional.

Lo personal es político

Los planos detalle que dan cuenta de la estética del collage, a través de los recortes de revistas de rock, fotografías, posters, frases, junto a la banda musical compuesta en su totalidad por músicos de los años 2000, entre ellos, covers de Árbol, Airbag, Pei pa koa, como canciones de Benito Cerati, reproducen el mundo adolescente de los protagonistas con bastante fidelidad.

En retrospectiva, Yo, adolescente, nos muestra con distinta suerte, todo lo que tuvieron que pasar aquellos adolescentes, que ahora son adultos, para encajar, para funcionar dentro de una sociedad injusta e intolerante, renuente a aceptar, entre otras muchas cosas, la diversidad en todas sus formas, o como en este caso, por ejemplo, la diversidad sexual, dada a través de un comportamiento pendular entre la atracción hacia un género y otro; pero que gracias a los quince años transcurridos, ha logrado avanzar en lo que respecta a políticas de género, porque como habría de postular aquel pensador francés, todo lo que ha sido construido históricamente puede ser destruido políticamente.

Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico