Yesterday

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Un cineasta versátil como Danny Boyle es capaz de abordar diversos registros genéricos: desde la ciencia ficción apocalíptica (“Exterminio”, 2002) al drama de suspenso (“127 Horas”, 2014). Desde que se diera a conocer al mundo, gracias a notables films como “Tumbas al Ras de la Tierra” (1994) y “Trainspotting” (1996), la carrera de Boyle gozó de un gran eclecticismo. Su punto más notable resultó la singular “Quien Quiere ser Millonario” (2008), ejercicio que le deparara un Oscar como Mejor Director.

En su más reciente producción, el inglés construye un verosímil argumental de escasa consistencia, pueril excusa para rendir homenaje un ícono cultural de su Inglaterra natal: Los Beatles. El fenómeno rock nacido en medio de un profundo tiempo de cambios ha sido un objeto de culto cinematográfico, desde los mismísimos tiempos en que la banda causaba inaudito furor a uno y otro lado del océano Atlántico, épocas en donde el rock anglosajón cambiaría para siempre la historia del género como lo conocemos actualmente. El vértigo que causaron estos cuatro magníficos oriundos de las islas británicas no tuvo precedente en la historia del rock.

No obstante, la comunión cinéfila entre The Beatles y la gran pantalla data de mediados de los años ’60, en donde el fenómeno hiciera eclosión. Ejemplo de la perenne simbiosis del cuarteto con el medio cinematográfico resultan un par de colaboraciones legendarias junto a Richard Lester. Se trata de “Anochecer de un día Agitado” (A Hard Day’s Night, 1964) y “Help!” (ídem, 1965), films que los magníficos de Liverpool llevaran a cabo junto al renombrado realizador británico Richard Lester. Por aquellos años, Lester era un talento en ciernes cuya trayectoria ostentaba la Palma de Oro en Cannes por su film “The Knack …and How to Get It”. De allí en más (y sin profundizar en la cantidad de veces que sus integrantes se probaron el traje de estrellas del celuloide) el grupo ha sido objeto de revisionismo cinematográfico, inclusive desde la excusa argumental que nutra la propuesta de un irresistible aire beatle.

En tal sentido, recordamos la película estrenada hace pocos años titulada “Danny Collins” (2015) y protagonizada por Al Pacino; en la cual se tomaba una historia real – un anciano cantante de los años ‘70 descubre una carta que le envió John Lennon hace 40 años- con el fin de otorgarle un giro ficticio potenciando una narración atractiva. Bajo la ecuación del tan mentado ‘que hubiera sido sí…’, Danny Boyle concibe su “Yesterday” de manera similiar. Con guión del laureado Richard Curtis, un experto en la comedia romántica (“Nothing Hill”, “Love Actually”) y quien también ha explorado los terrenos del rock anglosajón (“Los Piratas del Rock”, 2009), aquí se hecha mano al famoso recurso literario de los ‘tiempos alternativos’ para contar una historia que parte de un estándar distópico para edulcorar su propuesta y regalarnos un final aleccionador, desbordante de utopía.

El carácter de credibilidad que nos plantea “Yesterday” luce endeble y absolutamente forzado, bajo el lema remanido que prefigura un esquema del músico frustrado: estrella fracasada que busca abrirse camino de la impiadosa industria discográfica a base de hits carisma y talento por descubrir. El actor indio himesh Patel interpreta a un perdedor que, de la noche a la mañana y gracias a una serie de fortuitos eventos, se convierte en un rockstar de calibre mundial. Sin el más mínimo cuidado por las formas narrativas (ni nuestra capacidad de credulidad y/o cuestionamiento mínimo) Boyle se zambulle, escatimando inversión alguna en tiempo transitivo entre la rutinaria vida de este selfmade man y el apagón mundial que causa la extinción de todo rastro beatle.

“Yesterday” apela a la reconocible fantasía cinematográfica y nos lleva, de forma vertiginosa, al epicentro de una vida sacudida por el éxito inmediato y descontrolado; similar al que vivieron los Beatles hace ya medio siglo, cuando las ‘invasiones británicas musicales’ conquistaron el rock americano. Brindándonos una agridulce dosis del impiadoso mercantilista y bursátil mundo de la industria discográfica, en dónde las estrellas se convierten en meros objetos decorativos que producen hits para satisfacer ventas y colmar estadios deportivos que incrementen las ganancias de la exigente ‘firma’ que lo respalda, el film parece adquirir cierto matiz profundo. Sin embargo, se trata solo de un espejismo. El esquematismo desborda la imagen brindada sobre un productor musical que dista de la figura de Sir George Martin hasta la antítesis. La cara publicitaria del artista ofrece en su abordaje un impiadoso mosaico de una triste realidad, no obstante “Yesterday” persigue fines más lúdicos y prefiere otorgar peso al dilema romántico que vive nuestro héroe inesperado.

Valiéndose de guiños humorísticos que aligeran la propuesta, así como de pequeños homenajes que cimentan el paladar melómano del realizador (habrá menciones a artistas y bandas emblemáticas que forman parte historia grande del rock anglosajón del siglo XX, como The Rolling Stones, David Bowie, Oasis y Radiohead), tampoco faltarán menciones al mundo pop contemporáneo, como la aparición del famoso cantante pop Ed Sheeran. Se sumarán a algunas líneas de diálogo que sólo los entendidos en la música Beatles comprenderán: se cita al tema autoría de George Harrison “While my guitar gently weeps”, con absoluta literalidad, también icónicas ‘tapas’ precursoras y una recreación del histórico ‘Rooftop Concert’. La recurrencia a citas nostálgicas no podía faltar: el otrora ignoto músico convertido en atribulada estrella recorre los lugares más característicos de la Liverpool natal de The Beatles, como si de un city tour se tratara. Aditamento que otorga a “Yesterday” un cáliz melancólico pero bien intencionado; no obstante el vacío argumental resultará un aspecto que termina por condenar el éxito del film.

El nulo verosímil bajo el cual la película se estructura -negando en su resolución las propias fronteras de credibilidad bajo las que se concibe- nos lleva al hallazgo de un apacible y avejentado John Lennon -el enésimo acto nostálgico-, quien sobrevivió la barbarie conocida por todos y vive plácidamente el éxito de ser un perfecto desconocido. Qué decir de la aparición de dos misteriosos ‘fans’ que pueden recordar aquella magia incomparable que hizo vibrar al mundo, haciendo del planeta Tierra un lugar confortable en donde estar si un disco de “The Beatles” sonaba. Esta herramienta de la ciencia ficción denota preocupantes falencias siendo puesta en práctica en las manos equivocadas.

Mundos fantásticos y distópicos (existe peor noción de realidad que la extinción de todo recuerdo Beatle?) prefiguran una aventura romántica (innecesariamente subrayada) obra de Danny Boyle, que entre desatinos y huecos argumentales nos invita a rememorar clásicos de álbumes referentes como Sg.t Pepper´s Lonely Hearts Club, Abbey Road y The White Album, a través de un sinnúmero de pistas que recurren al último lustro creativo Beatle. El repertorio ofrecido durante el metraje nos recordará (por si hiciera falta) la imperecedera frescura y ternura de canciones como canciones “Leti t Be”, “Hey Jude”, “Help!”, “PennyLane” y “Strawberry Fields Forever”. Bien sabemos que la música de Beatles nos invitó a bailar, nos enseño a soñar y nos obligó a creer en un mundo mejor posible.

Pero (siempre lo hay), si la premisa de su desaparición y prueba más fiable sea la no existencia de rastro alguno en la todopoderosa internet – ecos de la masividad de nuestros tiempos- la fuente de referencia se convertirá en una excusa que excede el cliché y debilita la propuesta original, limitando notoriamente sus expectativas. Porque bajo esta noción de ‘memoria formateada’ tampoco existen emblemas literarios como Harry Potter e iconos culturales como la gaseosa “Coca Cola” (malos chistes incluidos). Los azarosos hallazgos que realiza el protagonista (para incrementar su inagotable capacidad de sorpresa) son, a menudo, rematados con latiguillos humorísticos de dudoso timing. Cuando parece que el bueno de Boyle ha perdido su sentido del humor, por allí aparecen Ringo y Paul, amenazando con su presencia en sueños a este artista consagrado en un abrir y cerrar de ojos. Presencia que activa un tardío, pero necesario, acto introspectivo.

Esta joven pasión de multitudes se verá cuestionado en su conciencia moral y replanteará la naturaleza de los actos eticamente cuestionables que llevara a cabo, con tal de prolongar su éxito, no buscado, sino caído de la más fortuita sorpresa. Quien supiera aprovechar la ‘divina providencia’ bajo el mentado lema de ‘que pasaría si…’ medirá el alcance de sus actos y cambiará, drásticamente, su rumbo. Se espera, la resolución será -por demás- edulcorada: el público recibirá con bonhomía a este artista redimido que, al fin y al cabo, acabó siendo un puente entre generaciones, llevando al mundo las canciones de un grupo de superdotados que nos contaron de qué se trataba esa incomprensible fiebre masiva llamada rock and roll, a las puertas de una nueva era. Esta nueva sensación llamada Jack Malik acabará convirtiéndose en un instrumento que, de forma benevolente, transporte la magia creada por otros en sublime acto redentor.

¿Hacía falta? Boyle rescata de las garras de la tentación y la codicia a su héroe caído en desgracia una vez descubierta la fuerza vital de su motor creativo y otorga un final feliz a una propuesta de pobre vuelo intelectual. Si el apagón mundial (tomando una página del manual narrativo sobre el uso de tiempos alternativos como patrones literarios) que funciona como disparador pudo borrar de la memoria toda música creada por estos cuatro fantásticos, vale la pena preguntarse que hubiera sucedido si en lugar de buscar un historial de Google, este incrédulo fan hubiera consultado las bateas de las viejas y queridas disquerías. Simpatía y celebración no equivale a genuino homenaje.