Yarará

Crítica de Federico Bruno - Fancinema

Yarará o historias de cicatrices

“Siempre se puede volver pero no por completo”, canta Bob Dylan en Mississippi y comparte la premisa fundamental con Yarará, el film que dirige y protagoniza Sebastián Sarquís en honor a su padre, el reconocido cineasta Nicolás Sarquís, y su entrañable amigo el escritor Juan José Saer. De esta manera decide volver a Santa Fe del Rincón, noreste santafesino, lugar donde se filmó Palo y hueso -y él fue concebido- para encontrarse con sus protagonistas y sus orígenes. Planea filmar otra película también basada en un cuento de Saer, en este caso El camino de la costa.

Los no-actores que protagonizaron la obra cumbre de Sarquís -padre- nunca dejaron de ser simples vecinos, sumergidos en la cotidianeidad de un pueblo. Los flashbacks con el rodaje 1968 otorgan la carga más emotiva, las personas envejecieron y ya no son las mismas. Pero los lugares parecen serlo, la misma Universidad del Litoral, la cancha de bochas, el mismo Club San Lorenzo y la geografía. La actuación de Juan Palomino es destacable, aunque no diga ni una sola palabra, pero el papel más interesante es el de “Lucio” interpretado por Lucas Lagré, que con muy pocas líneas es una de las aristas fundamentales de la historia dentro de la historia.

Completan el elenco Rudy Chernicof, Héctor Da Rosa, Omar Tiberti y Juana Martínez. La única mujer, “Juanita”, es la más reticente a la hora de involucrarse y aunque ya entrada en edad no pierde su femineidad. Cuando la visitan y ofrecen el proyecto, llevan viejas fotos que la muestran una joven coqueta e introvertida. El esperado reencuentro de los protagonistas (Da Rosa-Martínez) se produce en una proyección que congrega a los vecinos en una esquina histórica y pintoresca del lugar y ahí, recién ahí, parece que el tiempo nunca pasó.

“Vivir es un sueño que cuesta la vida”, citan en el desenlace y desentraman la metáfora onírica con pequeños elementos escenográficos que aparecen en cada una de las cajas chinas que ya se abrieron. Las calles de tierra ya se están empezando a asfaltar y parece que bajo el cemento quedarán enterradas las ruinas de un pueblo que tiene a Palo y hueso como legado principal.

Saer fue un arquitecto de las palabras, de los detalles. No se lo puede leer de un tirón, construyó sus obras para que los detalles sean más importantes que el todo. Esta adaptación libre lo comparte. ¿Son más importantes los personajes o las historias? Al fin y al cabo, todos llevamos marcas, algunas pueden pasar desapercibidas pero tarde o temprano llegan al sistema nervioso central. Como el veneno de una yarará.