Ya no estoy aquí

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrena en la Sala Lugones del TGSM, Ya no estoy aquí, escrita y dirigida por Fernando Frías de la Parra. Un relato original y crudo de inmigración en los Estados Unidos.
Ulises debe viajar hacia otras tierras, encontrar nuevos rumbos, porque en su hogar ya no está seguro.

El mexicano Fernando Frías de la Parra propone con Ya no estoy aquí una odisea distinta. El viaje de un antihéroe que debe escaparse de los monstruos de su tierra natal, que le impiden cumplir con sus sueños, para enfrentar otros monstruos, los de la gran ciudad, con sus reglas antinmigratorias y sus prejuicios raciales.

El protagonista de este relato (interpretado por el novel y soberbio Juan Daniel García Treviño) es un notable bailarín de cumbia colombiana de un pueblo mexicano que está al borde de la frontera con Estados Unidos. El personaje forma parte de una tribu urbana que se dedica a bailar en forma solitaria este género musical y participa de distintas competencias locales, donde los artistas logran expresar corporalmente todo aquello que el contexto les prohíbe. La educación de Ulises, y sus compañeros, proviene exclusivamente de youtube y las redes sociales, y así también ganan adeptos.

Sin embargo, el entorno violento del protagonista acaba malogrando sus sueños. Ulises termina siendo testigo del asesinato de su hermano, por parte de una de las tantas bandas que se disputan el tráfico de droga en el pueblo. Para no poner en peligro su vida, y la del resto de su familia, Ulises cruza la frontera y termina en Brooklyn, donde encuentra pequeños trabajos que lo ayudan a subsistir, pero su negación a aprender inglés y a relacionarse con otras personas, le impiden sobrevivir fácilmente.

Una narración sólida y atrapante, una cámara inquieta y en mano (que recuerda el estilo de Ciudad de Dios, pero con menos manierismos publicitarios) y verosímiles interpretaciones de un elenco no profesional, son las herramientas con las que el director de la serie Los Espooky, consigue un retrato crudo y seco de la vida de un inmigrante ilegal en Estados Unidos. A través de los ojos de Ulises, Frías, exhibe la paradoja de un joven al que la sociedad estadounidense obliga moralmente a adaptarse o lo termina expulsando para que enfrente sus temores en su pueblo natal, donde está condenado a muerte.

Frías desnuda, sin juzgar, a un personaje nómade y noble, que no encuentra su lugar en un mundo violento, en el que debe dejar sus sueños y aspiraciones atrás, y elegir vivir de acuerdo a dos sistemas: uno criminal y otro de rigurosas leyes sociales y judiciales, pero que ninguno forma parte de su visión como persona o artista.

Ya no estoy aquí también es una suerte de coming of age, donde el personaje va descubriendo diversas facetas de su personalidad. Aprende a trabajar por un sueldo, tiene una especie de romance con la nieta del dueño de un almacén chino en el que vive, despierta sexualmente, sale a un universo que le es ajeno. Pero su propio resentimiento y rebeldía adolescente le impiden adaptarse completamente. El miedo y la paranoia por ser encontrado, son la principal adversidad que tiene Ulises.

La película de Fernando Frías de la Parra empieza con un ritmo frenético, capturando la esencia y reglas de unas tribus muy específicas de este sector de México, olvidado por el gobierno y las autoridades; denotando la forma de captación y lavado de cerebro que tienen las bandas narcos, para centrarse en las experiencias del protagonista y crear un camino del héroe, distinto y asfixiante.

A la hora de metraje, el ritmo se resiente un poco y algunas situaciones son un poco reiterativas, pero promediando la última media hora, el director retoma la adrenalina y la tensión inicial para generar un cuento angustiante.

Para este punto de la narración, el guionista-realizador ha concretado una empatía absoluta entre el personaje y el espectador, porque gracias a un excelente diseño del personaje, sin discursos ni subrayados, consigue sacar todas las capas y matices de Ulises. Uno logra identificarse con él, sentir sus mismas contradicciones, identificarse con sus desventuras. Y acaso esto es lo más sensato y coherente a la hora de comprender las diferencias culturales y vicisitudes que se atraviesan en estos puntos geográficos. Entender la periferia y mimetizarse con sus conflictos es fundamental para sacar los prejuicios, romper con los estereotipos y evitar la discriminación social.

Frías lo logra porque no subestima la inteligencia del espectador ni de los personajes. No apela a trucos digitales (salvo en una escena de tiroteo) ni clisés. Y a pesar de un par de golpes bajos, y algunas escenas un poco demagógicas donde está al borde de volverse morboso con las carencias de su criatura, nunca pierde completamente la brújula ni la coherencia narrativa. Y esa es la fortaleza de Ya no estoy aquí.