¿Y si vivimos todos juntos?

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

Un mundo (no tan) feliz

Más cerca de “El exótico hotel Marigold” en el tratamiento amable de los achaques que traen los años, y en las antípodas de la tremebunda y mucho más realista “Amour”, “Y si vivimos todos juntos” muestra exactamente lo que ocurre cuando esa pregunta es llevada a la práctica por un grupo de amigos que ya pasaron los 70. En lugar de internarse en un geriátrico o vivir en soledad, deciden mudarse a una confortable casa y vivir en comunidad, como un grupo de hipies retirados que se reparten las tareas y prefieren cuidarse entre ellos antes que confiar los años que les quedan a desconocidos.
El abordaje del tema parte del tópico que expone uno de los personajes, “pensamos en todo, menos en lo que pasará al final”. El tono elegido es más afable de lo que probablemente ocurriría entre un grupo de personas con personalidades dispares y secretos compartidos o guardados por años. La segunda película del director Stephan Robelin lleva aire fresco a un relato que tampoco reniega de los costados dramáticos, aunque prevalezca el humor. Así, transforma en una comedia amable el relato de la decadencia inexorable, que por supuesto incluye la sexualidad. El elenco de lujo, con algunos próceres de la comedia francesa de los 70 y 80 como Pierre Richard, uno de los actores que llevaron el género fuera de las fronteras de su país, y unas impecables Jane Fonda y Geraldine Chaplin, son parte de un sólido elenco y responsables en buena medida de que lo que en la piel de otros intérpretes y otro director podría haber sido sólo desconsuelo en lugar de una mirada optimista. A pesar de todo, claro.