¿Y si vivimos todos juntos?

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Una comunidad de viejos amigos

La población humana envejece, las expectativas de vida se van ampliando a medida que mejoran las condiciones y los cuidados. Hoy, los que integran la llamada tercera edad conforman un grupo importante en todas las sociedades modernas. Constituyen un colectivo con características propias, ya sea por ser protagonistas de una trayectoria histórica y cultural que convive con nuevas manifestaciones, ya sea por ser un destacado sector del mercado como consumidor de bienes y servicios especialmente diseñados para ellos.
Esta realidad se ve también reflejada en el cine. Las personas mayores son espectadores asiduos, han crecido con el séptimo arte y son fieles seguidores de este hábito. Y están logrando también ser considerados protagonistas interesantes de historias que merecen ser contadas.
En los últimos meses se han podido apreciar tres películas que abordan la temática de la tercera edad desde distintos puntos de vista: “El exótico Hotel Marigold” de John Madden; “Amour” de Michael Haneke, y ahora “¿Y si vivimos todos juntos?”, de Stéphane Robelin. Los temas comunes son los achaques físicos propios de la edad, la soledad, la relación con los hijos ya adultos, el duelo por la muerte de algún ser querido, la enfermedad, la imposibilidad a veces de valerse por sí mismo, el riesgo de padecer demencia senil, el fantasma de la internación en un geriátrico, los recuerdos que acechan, la falta de una idea alentadora de futuro...
Las respuestas a esos desafíos pueden ser variadas. En “¿Y si vivimos todos juntos?” un grupo de amigos que transita por el último tramo de existencia en este mundo decide afrontar la cuestión juntándose en una casa, en donde se proponen cuidarse unos de otros como una familia. Eso para evitar la soledad y el abandono en instituciones.
En tono de comedia, Stéphane Robelin reúne a dos parejas y un solterón que se conocen desde hace más de cuarenta años, durante los cuales han compartido ideales y aventuras inspirados en los preceptos libertarios que marcaron las décadas de los ‘60 y los ‘70. Hoy, ya todos septuagenarios, siguen siendo fieles a aquel ideario que marcó su juventud, haciendo un culto de la amistad y la respuesta comunitaria a los retos de la subsistencia.
La película reúne a varias glorias del cine: Geraldine Chaplin, Jane Fonda, Claude Rich, Pierre Richard y Guy Bedos, a quienes se une el joven Daniel Brühl, en un relato ameno y cálido, pleno de humanidad y frescura, en el que no se evitan los temas más espinosos ni los más dolorosos, pero se los aborda con naturalidad y confianza, tratando de desdramatizar las cuestiones más duras.
En la amplia casa de Jean (Bedos) y Annie (Chaplin), se van a reunir Jeanne (Fonda) y su esposo Albert (Richard), y también Claude (Rich). Jeanne está gravemente enferma pero decide no operarse mientras se prepara mentalmente para morir con dignidad, lo único que le preocupa es dejar solo a su marido, que empieza a manifestar síntomas de un Alzheimer incipiente. En tanto que Claude tiene muy afectado su corazón y su hijo decide internarlo en un geriátrico. Jean, viejo activista defensor de causas sociales, no soporta la idea de que sus amigos sufran y terminen en manos de extraños, entonces convence a Annie, su mujer, de llevarlos a vivir con ellos.
En esa convivencia, surgirán emociones y situaciones de todo tipo, que irán desde demostraciones del afecto más profundo hasta peleas por el resurgir de viejas rencillas entre ellos. Todo eso estará matizado por la presencia joven de Dirk (Brühl), un estudiante extranjero contratado por Jeanne para pasear el perro de Albert y que de paso intentará escribir una tesis sobre la tercera edad, apoyándose en su experiencia compartida con los ancianos, viviendo en la misma casa.
Así, todos conforman una gran familia y logran sobrellevar las dificultades apoyándose mutuamente.
La propuesta de Robelin es delicadamente sencilla y se apoya en el humor para tratar los temas más sensibles, logrando como resultado una tierna película que se percibe como una caricia para el alma.