¿Y... dónde están los Morgan?

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Si uno se topa con ¿...Y dónde están los Morgan? en un micro de larga distancia o en un avión, le parecerá un buen programa. La voz de Hugh Grant dejando un patético mensaje telefónico en la casa de su mujer, de la que se acaba de separar, refiere a tantas comedias románticas que el inglés ha hecho y que han perdurado en el tiempo. Y cuando vemos que ella es Sarah Jessica Parker, una famosa vendedora de mansiones que no le perdona una infidelidad, estamos preparados para las idas y vueltas, peleas y reconciliaciones, terceros en discordia y así. Pero a los diez minutos, la película pega un vuelco y el interés no sólo se le agota a los espectadores sino, parece, a los actores también.

¿Que sucede? Una de esas ideas que raramente funcionan: ambos están caminando por Nueva York y son testigos de un asesinato mafioso. El criminal los ve y a ellos les aconsejan meterse en el Programa de Protección de Testigos, pese a su negativa a dejar la ciudad.

Juntos, a la fuerza, van a parar a Ray, Wyoming, un pueblito tan exagerado que, salvo los supermercados, nada parece haber cambiado desde los '50. Todos usan armas, los osos andan sueltos, los hombres trabajan y las mujeres cocinan, los Demócratas son como alienígenas (lo mismo que los vegetarianos) y allí las cosas no se resuelven... de otra manera.

Ambos mundos chocan y tras los previsibles fastidios y errores, los Morgan verán que, tal vez, tienen una nueva posibilidad.

Este nuevo subgénero neoconservador, de moda en los últimos años (La propuesta, Nueva en la ciudad y Hannah Montana, entre otras) puede tener mejor o peor factura, más o menos gracia, más allá de su previsibilidad. Esta no tiene ninguna. A Grant se lo nota incómodo y no sólo porque el personaje debe estarlo: cuando dice algo supuestamente gracioso parece mirar a cámara como diciendo "¿qué quieren? No fue idea mía".

Y a Parker tampoco parece agradarle mucho la situación, ni se siente química alguna con Grant. Se los nota como fastidiados: con el guión, con el otro, con el director. Y como la película arranca con ellos separados, tampoco es fácil imaginarlos como pareja.

Viniendo de un director que hizo con Grant una muy simpática comedia llamada Letra y música, Los Morgan es una decepción absoluta. Recuerden, si uno se la topa en un micro o en un avión, tal vez termine apagando o agarrando un libro a la media hora.