X-men: Primera Generación

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Las dos caras de la diferencia

Cuando en 1963 Stanley Martin Lieber (más conocido como Stan Lee) tuvo la idea de unos superhéroes inexpertos cuyos poderes provienen de una mutación genética, sintonizó con la realidad de su tiempo. Después de todo, a esa altura los nacidos en 1944-45 (cuando comenzaron las experiencias con armas atómicas) ya rondaban los 17 ó 18 años.

Pero también se inspiró en una sociedad estadounidense que estaba cambiando, agitada por los movimientos de igualdad de derechos. Por un lado, los primeros grupos de diversidad sexual, que reivindicaban una “diferencia” que comenzaba a notarse en la adolescencia. Por el otro, los afroamericanos, encabezados por dos líderes: el reverendo Martin Luther King Jr. (ejemplo del reclamo pacífico) y Malcolm X (referente de la revuelta violenta).

Y es en los ‘60 donde Sheldon Turner y Bryan Singer (director de los primeros tres filmes de X-Men, ahora en la producción y el guión) ubican la historia de “X-Men: primera generación”, combinándose con hechos reales.

Crisis

El comienzo retoma la célebre escena del campo de concentración, donde Erik Lehnsherr descubrió sus poderes, para luego ser investigado por un oscuro personaje. Por otro lado, se ve la acomodada infancia del pequeño telépata Charles Xavier y su encuentro con una niña metamorfa llamada Raven.

Ya en los ‘60, el descubrimiento del fenómeno mutante lleva a la agente Moira McTaggert a convocar a Xavier, ahora un genetista. Sebastian Shaw (aquel que experimentó con Erik) está planeando generar una escalada entre Estados Unidos y la Unión Soviética para que la raza mutante prevalezca sobre la humanidad. Para eso cuenta con varios colaboradores mutantes, entre los que se cuenta la sugestiva telépata/piel de diamante Emma Frost.

En ese contexto se conocerán Charles y Erik, para comenzar a reclutar mutantes y enfrentar a la amenaza en ciernes. Con la crisis de los misiles cubanos de fondo, estos “diferentes” tendrán que tomar posiciones frente a una humanidad que comienza a temerles, y de la que algunos deben ocultarse (aquellos cuya apariencia los separa de la sociedad).

Esencia

Por supuesto, como corresponde en estos filmes, los creadores hacen una verdadera melange de personajes, sin guiarse demasiado por temporalidades. Así, del grupo original en los cómics sólo aparece Hank McCoy (Bestia) cuya mutación azul se adelanta; aparecen los tardíos Shaw y Frost (cuyo poder de diamante se sumó en la última década), o la aparición de Alex Summers (Havok) antes que su hermano mayor Scott (Cíclope).

Pero lo importante en estos casos es capturar el espíritu que animó a estos personajes desde su origen: un grupo de personas que usa sus poderes para defender a una sociedad que les teme y trata de destruirlos, confrontando a aquellos que por búsqueda de poder o de venganza luchan por la supremacía del que tal vez sea el siguiente paso en la evolución.

También se atrapa el contexto de la Guerra Fría, en el que fueron gestados los superhéroes de la Marvel: una era de intrigas y espías, en la que cualquier superhumano podía ser un elemento clave para terciar en la candente geopolítica.

Desarrollo

Se dice que Matthew Vaughn es un fanático de los X-Men, tanto como el propio Synger. Y eso es un elemento clave para cuidar el producto y tomarlo en serio. Director y productor/guionista cooperan para retomar la calidad del producto de los tres primeros filmes, algo que se había abandonado un poco en “X-Men orígenes: Wolverine”.

La narración es fluida (se incluye una gran cantidad de información, excelentemente dosificada) y la reconstrucción de época incluye material documental, mientras que la tecnología ficticia tiene la estampa hoy anticuada de los cómics dibujados por Jack Kirby. Por lo demás, la puesta visual (fotografía, dirección de arte, efectos especiales) luce similar a las primeras entregas. Para los fanáticos, aparecen aquí remozados los clásicos trajes negros y amarillos, que caracterizaron a la primera formación (y siguieron usando los estudiantes).

Encarnación

Generalmente los filmes de acción, y las obras corales no suelen dar oportunidades para el lucimiento actoral, pero acá hay cierto margen. Por razones obvias, se lucen James McAvoy como un juvenil Charles Xavier (bastante interesado en chicas, y en proceso de convertirse en el sabio Profesor X) y Michael Fassbender como un Erik Lehnsherr todavía a medio camino entre su humanidad (en términos espirituales y no genéticos, entiéndase) y el resentimiento que va gestando a Magneto, convirtiéndose en lo mismo que aquel que lo “creó”.

Jennifer Lawrence demuestra que no la eligieron por su belleza para interpretar a Raven/Mystique, mientras que Nicholas Hoult hace un Hank McCoy sensible y divertido. Rose Byrne compone a una aguerrida MacTaggert, que debe soportar frases “como por esto no hay que poner mujeres en la agencia”.

Del lado de los villanos, a Kevin Bacon no le cuesta mucho ponerse en la piel del inescrupuloso Sebastian Shaw, mientras que a January Jones le basta su figura (siempre desabrigada, y con algo de la Barbarella de Brigitte Bardot) y su pose desdeñosa para interpretar a la temible Emma Frost.

Llama la atención la participación de reconocidos actores en papeles menores, como Oliver Platt, Matt Craven, James Remar o Michael Ironside.

Procesos

Entre las peculiaridades (además de una inexplicable ubicación de Villa Gesell en una zona parecida a Bariloche) está la falta de cameo de Stan Lee (quien suele reservarse una aparición en todos los filmes marvelianos) y la fugaz presencia de Hugh Jackman como Logan (fuera de créditos) entre los candidatos quienes vieron “X-Men I” saben cómo será el reencuentro.

Y hacia allí apunta el relato. Como todas las precuelas (una palabra que se acuñó para la segunda/primera trilogía de “La guerra de las galaxias”) nos cuentan el pasado de personajes que conocemos, y algo del proceso que los llevó a ser lo que son. El compasivo Xavier y el inflexible y sanguinario Magneto alguna vez fueron amigos y parecieron compartir un sueño; las ideas y lo hechos los pusieron en bandos opuestos. Casi como en la vida real.