X-Men: Días del futuro pasado

Crítica de Patricia Relats - El Espectador Avezado

Esta película cargaba con todas las expectativas posibles: era el retorno del director Bryan Singer (el mismo que debutó con nada más y nada menos que “Los sospechosos de siempre” y estuvo a cargo de las dos primeras entregas de X-Men), combinaba los castings de las primeras entregas y de X-Men First Class, y se basaba en una saga con viajes en el tiempo que todos los que amamos la ciencia ficción siempre nos anotamos para ver.
Para los que no conocen el tema: X-Men plantea un mundo que pertenece a una Era Atómica, en la cual los cambios en la Tierra y las guerras alteran el ADN del ser humano y permiten ciertas mutaciones. Hay mutaciones pequeñas que pueden ser muy leves (como tener una maravillosa vista y siempre acertar la flecha en el blanco) y hay otras que desarrollan lo que los seres humanos entendemos por “poderes”. Como siempre ha sucedido, el hombre no se caracteriza por ser tolerante a aquello que es diferente y los mutantes tienen herencia de esto. Así es como dos amigos con todo lo que implica, se enfrentan de por vida entre una postura que busca que todos convivan en paz y otro que dice que el que golpee antes vencerá, porque al fin y al cabo nunca los van a terminar de aceptar por miedo a su superioridad y porque él los considera inferiores.
Esta historia inicia en un mundo destruido, una humanidad sometida y los mutantes siendo cazados por unos centinelas que tienen la posibilidad de absorber sus poderes y, por ende, de ser invencibles. Los amigos enfrentados, Charles y Erik, se alían para poder viajar en el tiempo y poder detener esta situación. Pero el viaje es muy intenso y puede dañar la estructura mental con lo cual terminan enviando a un mutante con la capacidad de sanarse a sí mismo: Wolverine.
Mientras se nos presentan hechos históricos reversionados (siempre me divierte mucho cuando hacen esto en los cómics) dentro de este universo, el orden de la sociedad y pidiendo el orden por miedo, terminamos provocando peores catástrofes y la pregunta sigue en el aire ¿Lo que pasa tiene que pasar o es posible detenerlo? ¿Cuánta incidencia puede tener un solo ser frente a todo esto?
Agradecí profundamente que esta entrega no cayera en el exceso de gags efectistas de otras del Universo Marvel, sino que se le imprimiera el drama necesario, el destino y su fatalidad y algún que otro momento alivia esto, pero no lo borra como en el caso de Iron Man 3, por ejemplo.
El elenco enorme que se maneja responde de una forma maravillosa al titiritero de Singer. Plantea matices, montajes paralelos, la teoría del caos y todo eso sin que nosotros digamos cómo puede una situación llevar a otra. El guión funciona como un reloj, pero lo que le da cuerda es el genio de Bryan.
No puedo remarcar más que el trabajo impecable de ambientación, maquillaje y vestuario (excepto, capaz, que si hace muchos años no usábamos a Cerebro, no tendría que parecer una publicidad de Míster Músculo sino tener algo de polvo) y de cómo los actores han defendido a su personaje con su psicología pero sin destacar particularmente una interpretación de otra. Lo cual, en la ciencia ficción, ayuda a la inmersión: no veo los personajes, veo la historia.
Es cierto que hay muchos mutantes que quedan simplemente de decoración, que no se entienden sus historias o que no se habla de su incidencia, pero eso está pensado para los que aman los cómics, para que se emocionen cuando Quicksilver está abrazando a una chica vestida de rojo mientras miran la pantalla conmocionados y saben que es La Bruja Escarlata. Dialoga constantemente con textos previos y creo que eso es lo que nos hace todas las veces decir “que Bryan no se vaya nunca más”.
No se olviden de quedarse a ver la escena post créditos y ya van a ver que salen como salí yo del cine: enojada por no ser mutante.