X-Men: Días del futuro pasado

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

De regreso al futuro

Los robots están a la orden del día, desde los colosos de Titanes del Pacífico hasta la remake de Robocop, así como los exoesqueletos que próximamente se verán en Al filo del mañana, la nueva ficción sci-fi de Tom Cruise. En X-Men: Días del futuro pasado, la acción arranca en el año 2023; el mundo está gobernado por centinelas, una legión de robots asesina de mutantes y sus aliados humanos. En el momento más crítico, Magneto (Ian McKellen) y Professor X (Patrick Stewart) consiguen que Kitty Pryde (Ellen Page) use sus poderes para enviar a Wolverine (Hugh Jackman) al pasado; la misión de Wolverine es evitar que Mystique (Jennifer Lawrence) elimine al científico Bolivar Trask (Peter Dinklage), futuro diseñador de los centinelas. O sea, para cerrar las asociaciones robóticas: la nueva X-Men es como Terminator, pero a la inversa.
Con excepción del desatinado escenario de 1973 (más que burdo, por ejemplo, en comparación con la recreación que del mismo año hiciera la serie inglesa Life on Mars), es indudable que en términos de diseño, coreografía y efectos Días del futuro pasado es la película más innovadora del momento y pone al director Bryan Singer en la cúspide de su carrera. Pero así como el debut de X-Men en 2000 resultaba inacabado en su concepción visual, su hilo narrativo era más sólido que el de esta última entrega. Los mayores problemas de la película son los incesantes vaivenes entre pasado y futuro, recortes que aparte de abusivos complican la trama, así como (y este es un viejo problema) la inclusión de mutantes de gran potencial con poco peso en el argumento. Notables son, en cambio, las apariciones de Quicksilver (Evan Peters) cuando rescata al joven Magneto de 1973 (interpretado por Michael Fassbender) o dejando en offside a sus adversarios. Esta dinámica, junto a bromas internas incomprensibles para los no aficionados, hace de la película un compromiso ineludible para los fans.