X-Men: Dark Phoenix

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

[REVIEW] X-Men: Dark Phoenix.
La larga y enrevesada espera ha terminado. La conflictiva filmación y sus «reshoots», el patearla siempre a un improbable día de estreno, y las cientos de palabras escritas al respecto desde que Disney adquirió 20th Century Fox queda atrás como la larga e irregular historia de los mutantes que iniciara Bryan Singer en 2000 para la Fox.
«X-Men: Dark Phoenix» de Simon Kinberg llega a las salas de cines intentando cerrar un proceso de casi veinte años de historias y protagonistas, siempre conservando la mira en la saga de Charles Xavier y sus alumnos de la mansión. Narración que toma elementos de la Saga de Fénix Oscura de Chris Claremont para contar la última odisea de los X-Men pre inclusión al todavía en expansión MCU, Universo cinematográfico de Marvel.
Decimos esto porque es pertinente a la hora de conectar con este film, esta suerte de despedida que sin nostalgia alguna da el cierre a una larga conversación de los mutantes y su público, ese que sostuvo su fe en la saga a fuerza de esperar que la siguiente fuera la mejor. Cosa que pareció posible con la llegada de Matthew Vaughn y su «First Class» en 2011, cinco años después de un cierre que ha muchos dejó con sabor a poco. Ese tercer acto de la primera trilogía que no supo estar a la altura de su título, «The Last Stand»(2006) de Brett Ratner, que también intentó una aproximación al célebre Phoenix de las viñetas.
Esta vez, en un extraño déjà vu, como si de repente tuviéramos nuestro propio «Días del futuro pasado», regresamos a la saga del Fénix, que escribe y dirige Kinberg, productor y guionista que hace su estreno cinematográfico como director. Un film que podría haber tenido una mejor recepción si la historia hubiera intentado alguna novedad con respecto a su predecesora.
Para ser sinceros, las novedades que hay en cuanto a los tópicos tratados son tan esperados como mal encarados, pero vayamos desde el principio. La historia da inicio con la pequeña Jean Grey dando rienda suelta a su poder en el automóvil en el que viaja con sus padres, en una escena dramática si las hay, que muestra de alguna manera el espíritu que impregnará el resto del film. El salto temporal nos lleva a 1992, donde el grupo ya conformado y celebrado de los X-Men ejecuta un rescate espacial en el que ella, Jean, absorberá una extraña formación luminosa con aires de entidad ectoplásmica rojiza, dotándola de un, si cabe a su gran don, poder extraordinario que cambiará su vida y la del mundo.
El hecho es que el Profesor X jugó con su mente cuando era una niña, encapsulando sus recuerdos más dolorosos, como la muerte de sus padres, en un recóndito escondrijo de su subconsciente, y que ahora frente a su cambio recupera de la manera más traumática, desestabilizando por completo a nuestra heroína. Hasta allí el espectador tendrá una aventura muy al uso del género, que de repente comienza a tambalear en un drama existencial y de superación, que utiliza a los personajes como Charles Xavier como receptores de todo lo tóxico que el mansplaining puede ofrecer. Algo bastante distinto al personaje que hasta ahora había brindado la saga.
Pero más allá de cuestiones puntuales como cierta banalización de tópicos tan presentes hoy en día, el film se convierte de a poco en un errático viaje de autodescubrimiento que deja al resto del elenco como comparsas de una fiesta a la que son ajenos. Así se perciben, apocados y chatos; que pasan de amar y proteger a odiar y querer destruir y viceversa sin grandes conflictos. Hasta el mismo personaje de Jessica Chastain, ese Vuk, que no es la emperatriz Lilandra Neramani ni mucho menos; más bien un apocado Skrull con ambiciones, que se comporta como un T-800 de la saga Terminator, ayuda a plantear de manera concreta el proceso de la joven.
Simon Kinberg falla en la narrativa que confunde de sobremanera los temas, aunque varias de las secuencias de acción están bien llevadas, ya que ciertamente es en muchos momentos una página de cómic en movimiento, gracias a la fotografía del Oscarizado Mauro Fiore y el vistoso diseño de producción de Claude Paré. Pero el entretejido se derrumba cuando los personajes parecen sujetos a las expectativas de la historia, aunque con ello se lleven por delante sus características vistas en films anteriores.
El nudo de la historia, es decir; la recuperación del pasado oculto de Jean, el descubrimiento de su inmenso poder capaz de sostener a la entidad Phoenix, el rescate de su voluntad de ser y hacer de acuerdo a sus decisiones, y en consecuencia la exploración de su rol de empoderamiento y aceptación, una especie de diosa sobre la vida y la muerte, se pierde en un mar de situaciones mediocres de manipulación y viaje con inicio pero sin final, interrumpido por los otros que no suman, más bien confunden y se mimetizan. ¿Qué diferencia a Charles Xavier de Vuk? Ambos buscan manipular a la joven, el primero con las ansias desesperadas de aceptación pública y mantener controlado un poder que no podrá manejar, la otra para recrear un planeta destruido y darle un hogar a su raza. ¿Y ella es la villana?