Wifi Ralph

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Todos sabemos que el imperio de Disney estaba buscando un nuevo rumbo en sus propias producciones animadas y sólo lograba tener apoyo tanto de la crítica como del público por medio de sus producciones con Pixar.
Sin embargo, los productos propios de la compañía por fuera de esa alianza, con un pack de cinco filmes de “Tinkerbell” (“El tesoro de las hadas” “El secreto de las hadas” y “El gran rescate” entre otros) o la saga de “Aviones” –intentando de alguna forma continuar el éxito de “Cars”-, no lograban aportar ningún nuevo éxito contundente que no fuese lanzando alguna una nueva princesa.
Pero en el 2012, “Ralph, el demoledor” logra romper con el molde y generar una propuesta realmente innovadora e instalar, dentro su inmensa galería de personajes entrañables, un nuevo dúo tan particular con el propio Ralph junto a Vanellope Von Schweetz: dos nuevas estrellas salidas del mundo de los videojuegos que exudaban puro espíritu ochentoso.
Seis años después Disney vuelve a duplicar la apuesta con “WIFI RALPH” y presenta la nueva aventura del exitoso dúo, dirigida por Phil Johnston y Rich Moore (quien ya había dirigido para los estudios los filmes “Zootopia” y la primera entrega de “Ralph el Demoledor”).
Una jugadora en la sala de videojuegos accidentalmente rompe el volante de la máquina de Sugar Rush, videojuego que protagoniza, entre otras corredoras, la pizpireta Vanellope.
Allí saldrá en su auxilio su incondicional amigo Ralph y aprovecharán que el dueño ha instalado recientemente como una gran novedad, el servicio de WiFi en el local, para acceder a ese inmenso y prácticamente infinito espacio de la web donde encuentran el único volante que queda disponible online y que, obviamente, el dueño no quiere comprar porque le parece una inversión muy poco rentable, que sería imposible de recuperar en varios años.
Desconociendo completamente el mundo de las redes sociales, aplicaciones y juegos online, casillas de mails y tiendas virtuales de todo tipo y atravesando las inconmensurables posibilidades que internet (les) puede brindar, allí irán Ralph y Vanellope de microcosmos en microcosmos a medida que vayan avanzando en la historia, esquivando pop ups, viralizaciones, virus, antivirus y bloqueadores.
Allí estarán presentes las subastas virtuales de E-bay, el mundo de los buscadores que tienen respuesta para todo, los videos de Youtube al comando de una gran “influencer” como Yesss –que irónicamente a casi todos los productos los dinamita con su “no”- y tantos otros espacios virtuales.
Así es como aparece el mundo de “Oh My Disney”, una verdadera genialidad de los guionistas donde no solamente Vanellope se encuentra con todas las princesas del imperio sino que sirve de vehículo para las escenas más divertidas y disparatadas, en donde Disney se puede tomar el pelo a sí mismo y las supertalentosas princesas pueden jugar sus pasos de comedia suficientemente políticamente incorrectos como para que la platea adulta disfrute de cada guiño.
Como si fuese una gran piyamada entre amigas, aparecen Ariel, Triana, Bella, Valiente (la outsider que ellas mismas definen como “no la entendemos, es de otro estudio” –por la referencia a que es la única princesa de Pixar-), Pocahontas y su mapache, Rapunzel y Mulan como heroínas modernas junto con las imbatibles y clásicas Blancanieves, Cenicienta y la Bella Durmiente, perfectamente aggiornadas a los tiempos que corren, dispuestas a burlarse del feminismo y los estereotipos.
Estas princesas son las que comienzan a despertar, de alguna forma, el nuevo contexto que aborda esta segunda entrega de la saga. Parodiándose sin ningún tapujo a sí mismas, hay un valioso intercambio de “tips” que le brindan las princesas, mientras Venellope las descontractura con un nuevo outfit lejano a sus corsets y sus miniñaques.
Ellas aseguran que reflejada en el agua, cuando entone una canción sobre su sueño más profundo, se prenderán los reflectores y ¡suena la música! (perfecta excusa para presentar más adelante un cuadro musical que homenajea tanto a las clásicas producciones de Disney como a una reciente “LA LA LAND”).
La trama, en ese instante, da un vuelco tan inteligente como inesperado pasando del humor y las aventuras, a una propuesta mucho más profunda y apuntando a los sentimientos, al valor de los propios deseos.
Aun valiéndose de lo remanido que puede resultar el lugar común, Vanellope ha descubierto su “lugar en el mundo”, el despertar de su pasión y esas cosquillas en la panza que le produce el saber que ahí se hace presente su verdadero deseo.
Lo encuentra nada menos que en un videojuego de la nueva generación: saliendo del mundo tan naïf de los caramelos y reemplazándolo por algo más cercano a un mix de “Gran Theft Auto” y “Rápido y Furioso”.
Si bien todas estas princesas parecen ampararse en su orfandad y hasta enorgullecerse de no tener madres –otra gran crítica y chiste interno a todas las desgracias que Disney le hace pasar a sus personajes más clásicos-, “WI FI RALPH” vuelve a duplicar la apuesta y darle no solamente un amigo a Vanellope sino una figura paternal y de contención, verdadero cambio de paradigma en los productos de Disney.
Allí donde empiecen a resquebrajarse los cimientos de una amistad y donde parece que los caminos se bifurcan, Ralph parece entender a la perfección esos versos que entona Serrat cuando a su “loca bajita” la deja crecer, la acompaña a emprender su propio vuelo, que decida por ella, que crezca y que un día… le diga adiós.
Y nos despedimos, con un nudo en la garganta y con la sensación de que el mundo de la animación nos ha entregado, una vez más, un producto tan divertido como reflexivo.
El desafío de soltar, de acompañar ese salto a la independencia que nos proponen nuestros hijos también está presente en Ralph y su complicidad con el delicioso e irreverente personaje de Vanellope (con la carraspera que le imprime la genial Sarah Silverman).
Podremos estar inmersos en ese mundo virtual e hiperconectado, pero cuando hablamos de sentimientos aparecen otras conexiones, otros mundos, más reales y más emocionantes que cualquier espacio virtual.