Welcome to New York

Crítica de Laura Osti - El Litoral

No aclaren porque oscurece

Abel Ferrara, Gérard Depardieu y Jacqueline Bisset, tres pesos pesados del mundo del cine, se juntan para ofrecer una versión fílmica de ficción basada en un hecho real que tuvo enorme repercusión periodística en todo el mundo: el caso Dominique Strauss-Kahn.

Ferrara aclara al comienzo de su película, Welcome to New York, que el guión no se ajusta a los hechos reales en los que se inspiró, a los que dice no conocer en detalle, como cubriéndose ante posibles demandas. Pese a ello, Strauss-Kahn acusó recibo y amenazó con querellarlo, y su hoy ex mujer se mostró públicamente ofendida por el contenido del film.

Además de este recaudo formal, la cinta empieza con una falsa conferencia de prensa en la que el actor Depardieu, haciendo de sí mismo, explica que odia al personaje ficticio que interpreta y da sus razones, pero también dice que como actor le gusta meterse en la piel de personajes que le provocan rechazo a él como individuo y que se divierte al hacerlo.

“No aclaren porque oscurece”, diríamos en buen criollo. La cuestión es que el tema todavía está fresco porque el caso explotó en 2011 y se llevó puesto al entonces director gerente del Fondo Monetario Internacional, quien en ese momento pretendía precandidatearse para presidente de Francia en la interna socialista, apoyado por su esposa, la periodista Anne Sinclair.

De modo que el espectador informado tiene presente todo lo que trascendió a través de los medios de comunicación acerca del asunto y el realizador cuenta con eso, ya que trabaja constantemente con sobreentendidos, y apela a ese juego del contraste entre ambos discursos que inevitablemente se produce en la mente del observador.

Todo este prolegómeno viene a cuento porque constituye una dificultad al momento de analizar la propuesta. Si se hiciera un esfuerzo para ver el producto ignorando el caso real, lo que se ve es el relato de la estrepitosa y escandalosa caída de un hombre poderoso en el mundo de las finanzas internacionales, presuntamente víctima de sus debilidades personales y de sus adicciones descontroladas.

Para ilustrar esto, Depardieu construye un personaje que parece estar en celo permanente y que se comporta como un animal grotesco. La película se inicia con una serie de escenas orgiásticas-escatológicas en hoteles, en las que se ve a Devereaux (tal el nombre del personaje), gruñendo, manoseando y baboseando a mujeres, siempre rodeado de “gatos” y de asistentes privados. Escenas que parecen corresponder más a una película pornográfica que a una de crítica política. Y después de esa catarsis, viene el mazazo del arresto y el proceso al que es sometido el protagonista.

A partir de ese momento, el relato opta por mostrar la intimidad del matrimonio Devereaux-Simone, que obviamente entra en crisis. Ambos empiezan a hacerse reproches y ventilarse trapitos al sol, mientras los abogados tratan de sacar las papas del fuego, cosa que les costará mucho dinero.

Tal como ocurrió en la vida real, finalmente, los cargos fueron retirados y el acusado quedó en libertad, pero tuvo que abandonar su carrera política-profesional y su matrimonio derivó en divorcio, desapareciendo de la escena internacional como una estrella que se apaga abruptamente.

Pero, si se mirara la película como una suerte de mensaje cifrado a través del cual se quisiera sugerir alguna interpretación capciosa de los hechos de dominio público, también se podrían encontrar indicios que alentarían algunas sospechas, pero aunque es una tentación, sería querer leer debajo del agua y meterse, tal vez, en especulaciones riesgosas.

En suma, la película es provocadora y no responde a un perfil definido en cuanto a género, y tiene solamente un valor genuino a rescatar y es el extraordinario trabajo actoral del grandioso Depardieu, que se devora literalmente la pantalla. Muy bien acompañado por la bellísima Bisset, en su papel de consorte herida en la intimidad pero una fortaleza helada puertas afuera.