Warcraft: El primer encuentro de dos mundos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Post-cine de superacción

Cruce de caminos: el del cineasta Duncan Jones, hijo de David Bowie, con el del videojuego Warcraft. Jones ha declarado que le gusta el juego y que se propuso para dirigir la adaptación cinematográfica. La carrera de Jones venía bien aspectada, con En la luna y Ocho minutos antes de morir, dos films ambiciosos y de concordia entre crítica y público. No ha sucedido lo mismo con esta producción global, en la que primero figura China entre los países aportantes.

La crítica en general la ha tratado con desprecio, pero el público fan del juego la ha defendido. En productos como Warcraft suelen darse esos cruces y desavenencias: fantasía de orcos gigantes, magos, enanos, hechiceros y humanos, luchas, personajes y situaciones pomposas. También hipogrifos, lobos que funcionan como caballos, imaginario diverso del juego y pretendidos lazos con sagas exitosas como El hobbit y El señor de los anillos más el medievalismo de Game of Thrones. Explicaciones, caras compungidas, peleas, absorciones de energía (visualmente muy efectivas), referencias al Moisés bíblico con un bebe orco, traiciones, rayos, sacrificios y luces de poder.

Jones es un cineasta cabal y desarrolla una película basada en un videojuego sin confusión visual, con lógica narrativa y con magníficas peleas, muy aptas para el lanzamiento en Imax. Sin embargo, a diferencia de otras adaptaciones de videojuegos, como Resident Evil, aquí el atractivo para los profanos es escaso, porque el interés por los personajes y sus situaciones está muy atado a la base de fans y se apela menos a resortes cinematográficos clásicos que a esos factores de venta de "marca previa" que tanto contaminan el cine de hoy. O quizá mejor decir "productos de hoy", resultados de cruces, de aprovechamientos de tecnología, un poco fuera del género de aventuras más entrañable y emocionante, un poco falsos, como esos colmillos que usa Paula Patton, un poco vulgarmente lujosos, con 160 millones de dólares invertidos en buena medida en efectos deslumbrantes y con Glenn Close en un papelito.

Estamos en época de encrucijadas, de la entrada de China como jugador cada vez más presente en el cine global, con películas a medio camino entre lo monstruoso y lo efectivo. Cine un tanto frankensteiniano, quizás algo así como post-cine.