Warcraft: El primer encuentro de dos mundos

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El gran problema actual de la cinematografía, o de los productores, es creer que realizando traslaciones de videojuegos tienen asegurada una cualidad suprema. En realidad lo único que podrían tener asegurado, y sólo en parte, es el reflejo en la taquilla a partir del origen de la producción.
Pero como hablamos de cine, la chispa original, la fuente que otorga la idea primaria para el filme, en un principio, supongo, convertido luego en guión cinematográfico, debería desaparecer en la proyección del mismo.
Con esto quiero significar que no importa su umbral, si es literatura, o historia, o hasta pictórica, recuerdo “Ronda nocturna” (2007), de Peter Greeneway, o “El molino y la cruz” (2011), de Lech Majewski, ambos basados en pinturas, de Rembrandt y Pieter Brueghel respectivamente. Por lo que su origen no importa, si lo cobra el resultado y si hablamos de mundos, personajes, desconocidos, es de vital importancia la fundamentación en la creación de ese nuevo y desconocido universo. Situación que la producción que me ocupa peca por varios motivos.
Dicho esto, es posible instalarse como por fuera de los fans del video juego para analizar otro material con un sustento diverso, que si bien se apoya desde lo audiovisual, es otro lenguaje.
La historia es sencilla, un enfrentamiento entre dos grupos diferentes, uno que combatirá a partir del instinto de autoconservación, y el otro por desaparición de las posibilidades de vida en el propio, por conquistar nuevos mundos con la necesidad de extinción de sus contrincantes, con algunos agregados, nada nuevo bajo el sol, mundos paralelos, magia, fantasía,
De original poco y nada, su relación es casi directamente proporcional bochornos como “Dia de la independencia 2: Contraataque”” de reciente estreno en Argentina, o “La guerra de los mundos” (2005), por citar algunos.
Entonces todo depende de la forma de instalar un verosímil que permita desarrollar el relato a partir de la creación de ese universo, con su simbología, mitología y arquetipos, que para la mayoría de quienes frecuentamos salas de cine son desconocidos.
El primer pecado de ésta producción radica en que deja de lado la importancia de quienes le darán existencia al producto: los espectadores.
Es imposible que produzca empatía con nada y nadie, pues a partir de la cantidad de personajes que se despliegan, con sus inherentes subtramas, claro que muchas de ellas deberían ser innecesarias. Con momentos de protagonismo para cada uno de ellos, que lo único que logra es una superficialidad extrema en todo y la imposibilidad de elección por parte del espectador de priorizar alguna, sobre todas y cada una de las pequeñas historias dentro de un relato que debería englobarlas, y no soóo no lo logra, sino que además, esas líneas argumentales en vez de ser causa de la anterior y efecto de la próxima, sólo logran competir por el valor propio dentro del supuestamente constituyente de todos, lo que produce una falta total de fluidez y ritmo sobre lo contado. Además, y casi inevitablemente, cae en una cantidad de cliches que la tornan extremadamente previsible, ergo aburrida.
Si a esto le sumamos, como para llenar el cartón, el subtitulo, cuya traducción del original seria “El Origen”, para el caso llamarla “primer encuentro...” da lo mismo, lo presumible se hace omnipresente.
Tenemos de todo y para todos. El filme comienza con una escena en la cual dos personajes están por enfrentarse y uno de ellos se instala como el narrador que nos cuenta que la guerra entre los Orgs y los humanos del reino de Azeroth lleva ya demasiados años. Hay un gran flashback que, por supuesto, logra que el retorno funcione para que el cuento se construya de manera progresiva, lineal, pues bien, porque siempre hay un pero, esa escena nunca retorna, deberá suponerse que será en alguna de las próximas que continúen con la saga.
Entonces tenemos en tanto presentación de ambos bandos, los jefes, o sea los poderosos, enfrentados entre si, los secuaces de cada uno de ellos, los héroes, sus necesarios sacrificados para que ellos sobrevivan, los otros sacrificados para que el relato tenga más definida su secuela. La llave de la puerta del reino que se abre o cierra como por arte de magia, esto no es una chanza, es así. Las descendencias que por generaciones continuaran en la disputa, hasta una historia de amor tipo “Romeo y Julieta”, siendo estos sólo algunos de los relatos. ¿Demasiado, no?
Por supuesto que la grandilocuencia de la cinta también dice presente, desde el diseño de arte, partiendo del la dirección de fotografía sería la única que más o menos cumple con su cometido, siguiendo con el maquillaje de unos para terminar con en el vestuario de otros. La banda musical infaltable y del mismo tenor insoportable, nunca soporífera, pues haciendo alarde de el último grito de la moda en tanto tecnología, juegan con un sonido, por ellos mismos calificado como envolvente, ¿Será que nos están queriendo empaquetar? Pues en realidad uno debiera aquí decirles que están confundiendo sonido, en tanto variable de capacidad narrativa, con volumen y efecto producido.
Hasta las escenas de batallas, que las hay, haciendo uso de un montaje de acción como corresponde, aparecen como insubstanciales en la sumatoria al relato, no son de buena factura, no se siente el clima que debería reinar en la escena, no se percibe el fragor de la misma,
El director Duncan Jones había dado muestra de un cierto talento con sus filmes anteriores, “Moon” (2009) y “Código fuente” (2011), posiblemente aquí se haya visto sobrepasado por la infinidad de situaciones y elementos que deseó abarcar, tampoco se destacan las actuaciones ya que todos los personajes son débiles en su construcción y de un desarrollo demasiado unilateral, sin variables que no permite el lucimiento de ninguno.