Wakolda

Crítica de Juan E. Tranier - La mirada indiscreta

El amigo alemán

Laboratorios, ensayos y teorías genéticas, niños crueles, amores púberes, nazis en la Patagonia, espías secretos, muñecas tétricas que funcionan como analogía tanto de los laboratorios de Auschwitz como de la creación de una raza sin defectos, los cambios naturales del cuerpo de la mujer (tanto en niñas como en adultas), el silencio y la complicidad de una comunidad entera, embarazos de gemelos, etc. Todo esto es Wakolda (2013), la última película de Lucía Puenzo, hija de Luis y directora de XXY (2007) y El niño pez (2009), películas con las cuales comparte cierto universo conceptual que iría desde la identidad de género hasta la obsesión por la genética y la exploración del cuerpo femenino. De las tres películas de Puenzo, se puede decir, sin temor a equivocarnos, que éste es su mejor film a la fecha. XXY y El niño pez sufrían de cierta pesadez, solemnidad y desmadre en la resolución de sus conflictos que nada tenía que ver con el clima propuesto inicialmente. En este caso también hay desmesura, pero ya desde la premisa, que parte de la original e hipotética idea de que Josef Mengele está huyendo y escondiéndose en Bariloche. Idea no tan descabellada, pero tampoco probada, de que la Argentina habría sido un paso previo antes de llegar a Paraguay y terminar sus días en Brasil.

La Puenzo tiene un gran manejo del suspenso y teje una lenta pero escalofriante relación entre un Mengele (Álex Brendemühl) que anda suelto por la Patagonia y la pequeña Lilith (Florencia Bado), niña de unos doce años pero que aparenta nueve. Los momentos más intensos son aquellos donde la acción trascurre puertas adentro, cuando este hombre se muestra interesado por la pequeña y su madre embarazada (Natalia Oreiro). Quiere estudiarlas, proveerles de cuidados y atenciones médicas pero sus intenciones nunca son transparentes ni tranquilizadoras, especialmente cuando no se sabe si sus pretensiones son del orden de la ciencia o de lo sexual, algo de lo cual el padre (Diego Peretti) parece intuir.

Uno de los grandes defectos que tiene la película es la fijación del punto de vista, que en todo momento, o al menos hasta tres cuartas partes de la historia, es llevado por Lilith y, en algunos pasajes, por su voz en off. La propuesta es ver a través de sus ojos a este sujeto aterrador, pero Puenzo traiciona este planteo en pocos pero significativos momentos y, especialmente en el final, donde se abandona la premisa inicial, claramente la más interesante, para derivar, en sus últimos quince minutos, en una apretada película de espionaje internacional, abandonando a Mengele, a Bariloche, a su comunidad y a la joven Lilith, sin darle siquiera la posibilidad de cerrar la película como correspondía. Y, como decíamos, la relación entre Mengele y Lilith es, lejos, la línea argumental más interesante del film, pero Puenzo, quizás no tan segura, decide meter más tramas y subtramas, debilitando y diluyendo la línea principal, llevándose varios personajes por delante y dejando pasar la oportunidad de construir una gran película.