Vuelta al perro

Crítica de María Fernanda Mugica - La Nación

La idea de recuperar el sentido perdido de la identidad propia, mediante un viaje al lugar de origen, tiene una fuerte presencia en el cine argentino. La vuelta al perro, dirigida por Nicolás Di Cocco, trabaja sobre esa idea, pero lo que la diferencia de muchas otras películas es que la búsqueda de su protagonista se extiende también a un impulso creativo, que se convirtió en una sombra de lo que alguna vez fue.

Ricardo Darring (“como Darín pero con dos erres y una g al final”, según explica el protagonista), interpretado por Daniel Di Cocco, es un actor, director y dramaturgo que supo tener éxito, pero ahora es reconocido por su participación en la publicidad de un banco. Acosado por las deudas y con pocas perspectivas, vuelve a Salto, su ciudad natal, en donde el intendente le ofrece financiar la puesta de la obra que lo consagró. Allí se reencuentra con viejos amigos, su amor de la juventud y varios conflictos sin resolver.

La vuelta al perro tiene un planteo inicial atractivo, que pierde algo de fuerza en el medio, cuando se concentra en las aventuras del director y sus amigos por la ciudad, con una comicidad un tanto forzada. Pero ese interés original se recupera cuando el foco regresa a lo que el teatro significa para este personaje abatido y sus amigos, que encuentran en la obra una oportunidad para redescubrirse, en lo individual y lo colectivo. Otro aspecto notable de la película es el planteo en torno a la complejidad de las relaciones entre el arte como expresión creativa y el uso que la política, teñida por la corrupción, pretende hacer de él.