Vuelo Nocturno

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

LA DOMESTICACIÓN DEL ZORRO

“Había aterrizado en un campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas. Ese viejo Ford en el cual rodaba no tenía nada de particular ni tampoco el apacible matrimonio que me había recogido
-Lo alojaremos en casa esta noche…
Pero en un recodo del camino se descubrió a la luz de la luna, un bosquecillo y detrás de esos árboles una casa. ¡Qué casa extraña! Compacta, maciza, casi una ciudadela. Castillo de leyenda que ofrecía, al trasponer la entrada, un refugio tan apacible, tan seguro, tan protegido como un monasterio.
Entonces aparecieron dos muchachas. Me consideraron gravemente, como dos jueces apostados en el umbral de un reino prohibido. La menor hizo una mueca de fastidio y golpeó el piso con una varita verde. Una vez hechas las presentaciones, ellas me tendieron sus manos en silencio con un aire de curioso desafío y desaparecieron.
Estaba divertido y encantado a la vez. Todo era simple, silencioso y furtivo como la primera palabra de un secreto”.
(“Oasis”, capítulo V de Tierra de hombres de Antoine de Saint-Exupéry)

El extracto de la obra del francés encierra los elementos más sobresalientes de la nueva película de Nicolás Herzog: la estadía del aviador en Concordia, Entre Ríos, el castillo de la familia Fuchs Valón, las llamadas princesitas argentinas, la leyenda sobre la inspiración de su obra cumbre El Principito, el supuesto enamoramiento y el oasis; un combo que el director plasma en un juego contrapuesto de biografía y representación. Por un lado, el uso de gran variedad de material de archivo, entrevistas a Edda y Suzzane Fuchs Valón, el recorrido por el castillo donde se crió Saint-Exupéry en Lyon y las grabaciones que le envió al cineasta Jean Renoir durante 1941; por el otro, la puesta en escena de recortes a la manera de visiones de esas dos niñas y del encuentro azaroso y significativo entre los tres.

Pero en Vuelo nocturno (La leyenda de las princesitas argentinas), tal vez el objeto más preciado y que oscila de forma constante entre los ejes antes mencionados sean las fotos, ya que no sólo funcionan como registros o documentos que ayudan a volver tangibles los recuerdos, sino que apelan al contacto con el espectador. Al inicio, las primeras imágenes se pasan como si estuvieran en un proyector (tanto por el efecto como por el sonido) o se utilizan como punto de partida de una recreación, por ejemplo, en la foto de la escalera. Este mismo recurso lo adapta en la primera representación cuando el padre de las chicas exclama “A ver, ¿me escuchan?” y luego se muestra que no se refiere al espectador, sino a las hijas que están fuera de campo.

El uso de los testimonios tiene una fuerte connotación temporal ya que, en el caso argentino, expone ese momento del pasado y las consecuencias en el presente, lo que significó su corta residencia en el país cuando trabajaba para organizar la red de correos y su estadía en el castillo San Carlos.

Mientras que las declaraciones francesas parecen más ligadas a un clima de misterio y conjeturas acerca de lo vivido por el escritor en Argentina y se centran un poco más en las inspiraciones para las diferentes novelas. Sin embargo, se puede pensar que ambos castillos y las formas de habitarlos –en Concordia funciona como atracción turística y se realizan representaciones de la llegada del piloto y en Lyon se busca convertirlo en museo– producen cierto lazo en la historia del hombre que quedó maravillado por la domesticación de un zorro salvaje.

Las fotos se proyectan, se interrumpen por segundos, se recrean, se materializan pero, al final de cuentas, lo que vuelve una y otra vez son los rostros de las niñas, de las dos princesitas que lo conquistaron desde que, en un lugar remoto y lejano, le hablaron en francés.

Por Brenda Caletti
@117Brenn