Voley

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Sexo, drogas y rotación.

Esta comedia para adolescentes muestra las andanzas amorosas de seis amigos en una casa en el Tigre.

Con ese aspecto woodyallenesco de nerd torpe y tierno, Martín Piroyansky parece predestinado a la comedia. Surgido de ese semillero de talentos que fue Magazine For Fai, siguió demostrando sus dotes para hacer reír en películas como Sofacama, Cara de queso o Mi primera boda, y como director eligió el mismo camino. Primero con una comedia romántica, Abril en Nueva York, y ahora con Voley, más decididamente humorística.

Un grupo de amigos -cuatro chicas y dos varones- se van al Tigre a pasar Año Nuevo a la casa de fin de semana de uno de ellos. Cada uno de ellos representa arquetipos más o menos identificables en todos los grupos juveniles: el macho alfa, el aparato, la mandona, la aniñada, la intelectual, la cheta linda. Como un equipo de voley, son seis y practican la rotación... amorosa. Hay todo tipo de encuentros y desencuentros sexuales, más que románticos: ahí radica el quid de esta comedia de enredos orientada a los adolescentes.

La película tiene dos aspectos relativamente novedosos para el cine nacional: habla de una franja etaria no muy visitada -la de los veintipico, aunque estos chicos se comportan casi como púberes- y recurre al humor drogón, muy usado en el cine estadounidense pero no tanto aquí. En sus mejores momentos -en general protagonizados por el propio Piroyansky y Violeta Urtizberea, otra egresada de Magazine For Fai-, Voley logra divertir. También, reflexionar sobre esa misteriosa costumbre en vías de extinción llamada monogamia, y sobre la forma de vincularse de “los jóvenes de hoy en día”, como dirían Les Luthiers, aparentemente mucho más desprejuiciados que sus padres a la hora de los bifes.

También hay muchos pasajes menos logrados, en los que estos adolescentes tardíos se ponen demasiado pavos y parecen parte de un Clave de sol del siglo XXI, o de una de esas obras de Darío Víttori de puertas que se abren y se cierran. Y hay otra sorpresa para el medio local, no tan agradable como las anteriores: chistes escatológicos al peor estilo de las bazofias de Adam Sandler, que afean innecesariamente una película digna.