Vivir al límite

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

El nuevo héroe de acción.

La cámara de Kathryn Bigelow no deja de moverse. No es que la directora de Punto límite no sepa que así nunca puede construir suspenso o empatía con los personajes. Como la buena escuela de Paul Greengrass, el movimiento pseudo-documental agota físicamente (sí, leyeron bien) al espectador. Y sabe cuando parar, aminorar el ritmo y crear suspenso. Es algo elemental si estamos hablando de una película dividida en secuencias de acción que involucran (en su mayoría) a un grupo que desactiva bombas en Irak.
Lejos de abordar la guerra en Irak desde una visión más política, Katrhyn Bigelow ofrece una excelente película de acción antes que un panfleto pro o anti-guerra. Eso no quiere decir que de diversas interpretaciones (como la que aquí se puede leer) refuten cualquier especulación política o ideológica (¡¿que sería si no tuviera carga ideológica?!).
El protagonista es William James (atención a este nombre: Jeremy Renner) un marine que desactiva alguna de las más complicadas bombas en Irak. Es un sujeto temerario. Es la afirmación de la frase con que inicia la película "La guerra es una droga", del periodista norteamericano (corresponsal de guerra) que también es el guionista, Mark Boal. Will ve una bomba, y encuentra un desafío. Cada vez que debe desactivar una, se juega la vida. Y la de sus compañeros. Pero poco parece importarle. Que el hombre es eficaz, no hay dudas (desactivó casi 300). Su ingenio, su hábilidad para pensar como su enemigo lo hace un soldado ejemplar. Sin dudas, con más tipos como este, EEUU ganaría la guerra. El problema es, desde luego, que la adicción a la adrenalina lo hace un peligro para sus propios compañeros. Es por lejos, uno de los personajes más interesantes, duros y complejos (hay un flashback en la película, que agrega todavía más matices) que haya visto el cine bélico. Es también uno de los más originales.
A Will no lo motiva la venganza, el honor a su patria, o la defensa de su familia y nación. Sólo le interesa encontrar un nuevo y letal desafío. No puede estar quieto. Guarda una caja con distintos detonadores. Son las cosas que pudieron haberlo matado. Entre ellos está su anillo de bodas. Will es humano. Establece relaciones con otros (un chico iraquí llamado Beckham, por ejemplo), pero su actitud es tan extrema, que sólo consigue choques con el sargento Sanborn (una espectacular interpretación de Anthony Mackie, que merecía una nominación al Oscar). Este es un buen tipo, con intenciones nobles. Pero no soporta a William, y tampoco, sospechamos, soporta la guerra. Aún siendo un tipo duro, sabemos que preferiría estar en cualquier otro lugar menos ahí, en Bagdad, protegiendo a un psicópata que pone en riesgo su vida.
Howard Hawks decía que una buena película tiene 3 o 4 escenas buenas y ninguna mala. Con Vivir al límite cuento más de 3 o 4. Una involucra una de las explosiones más memorables del cine. Otra, el lazo de vida y muerte que une a Sanborn/James (y una de las más tensas de la película). El traje de protección que parece salido de un viaje a la luna (de hecho, la primer secuencia sugiere que estos muchachos no están en la Tierra). Podría seguir (la secuencia donde no se puede quitar la "suciedad" bajo la ducha) pero no quiero adelantar muchas cosas.
La cámara de Bigelow es una de las más virtuosas que se puede ver en cine desde Vuelo 93 o El ultimatúm Bourne, con el agregado que acá, la directora de K-19 aminora los ritmos cuando es debido para que nos compenetremos con los personajes. Así mismo, los puntos de vista no sólo significan estados de ánimo de los protagonistas, sino también la ubicación de los enemigos. Y ese es otro acierto: nunca hay un enemigo presente y claro en la película. Sí, sospechan de varias personas. Y la cámara revela posibles escondites, donde quizás, se esconda el arquitecto de las bombas. Pero nunca sabemos con certeza. Es una paranoia constante. La cámara se mueve. Parece un documental, pero no lo es. Nos agota, y cuando estalla una bomba, lejos de sacudirse aún más, se inmoviliza y un super slow-mo muestra todo el poder devastador de la explosión.
La fotografía, a cargo de Barry Ackroyd, es una de las más grandes justificaciones contra la piratería. Como debe ser. No sólo porque la mayoría de los encuadres (principalmente cuando la cámara está quieta) son poderosos (Will levantando las bombas escondidas) sino porque tiene una alta definición impresionante. El detalle del polvo que se levanta por las ondas expansivas es algo digno de ver en la pantalla grande (ni hablar del sonido). Además, pone en escena a otro protagonista. Uno que ya pasó por varios clásicos (Lawrence de Arabia, El bueno, el malo y el feo) y convierte a los hombres en Hombres. En leyendas. Es el calor, claro. Ya sea en el desierto de Arabia o en el de México (o en el de Irak, como es el caso), el calor toma un lugar importante en la historia. De nuevo, cito esa secuencia fundamental contra los francotiradores. Allí, en medio de la nada se forja el compañerismo.
Pensar que la justificación principal de Avatar es ir al cine porque en televisión pierde mucha potencia, y ver (y escuchar, sentir) cada momento de Vivir al límite (en cine, potenciado), una película independiente del 2008 no hace más que coronarla como la mejor candidata para el Oscar. Una película arriesgada, inteligente, técnicamente impecable (atención a la metatextualidad de la soberbia banda sonora que evoca una de las mejores películas del 2007). Un triunfo para el cine.