Vivir al límite

Crítica de Daniela Kozak - La conversación

Una adicción potente y letal

“El ímpetu de la batalla es a menudo una adicción potente y letal, para la guerra es una droga”, dice la cita de Christopher Hedges, ex corresponsal de guerra del New York Times, que abre The hurt locker, estrenada en Argentina como Vivir al límite. Para algunos hombres, la adrenalina de la guerra es una adicción, la única sensación verdaderamente intensa. De eso se ocupa esta película, dirigida por Kathryn Bigelow y escrita por el periodista Mark Boal, que viajó a Irak en 2004 como corresponsal de la revista Rolling Stone para ver de cerca cómo trabajan los escuadrones encargados de desactivar los Improvised Explosive Devices (artefactos explosivos improvisados) que brotan como hongos en las calles de esa ciudad ocupada y en ruinas que es Bagdad.

Filmada en Jordania a 45 grados a la sombra, The hurt locker retrata el día a día de uno de esos escuadrones. La secuencia inicial muestra a los miembros de la compañía Bravo en plena acción. El robot que usan para inspeccionar las bombas se rompe, y el sargento Thompson debe acercarse al montón de basura donde está el artefacto enfundado en un traje protector que parece de astronauta y pesa unos 50 kilos. La tensión de la escena no podría ser mayor, y es sólo el principio. A lo largo de dos horas, la secuencia se repetirá con variaciones en cada nueva misión. Bigelow narra con maestría el trabajo de estos profesionales que enfrentan la muerte todos los días, varias veces por día; y se concentra en los detalles mínimos y esenciales de la vida en el frente.

Con una cámara en mano nerviosa, numerosos cortes que no atentan nunca contra la coherencia espacial de las escenas, y un cuidado trabajo sobre la banda sonora, la directora consigue narrar la percepción, transmitir en cada plano la sensación de peligro e incertidumbre que experimentan los soldados en ese caluroso infierno de polvo y cemento, donde cualquier civil es sospechoso.

The hurt locker quiere ser un testimonio verídico pero ficcional de lo que pasa en Irak, y para ello se concentra en la psicología de los personajes: el sargento William James (Jeremy Renner), temperamental e imprudente, que va directo al peligro sin tomar precauciones; el sargento J.T. Sanborn (Anthony Mackie), el típico soldado profesional que sigue al pie de la letra los procedimientos porque cree que es lo mejor para sobrevivir; y el especialista Owen Eldridge (Brian Geraghty), un soldado joven obsesionado con el miedo a la muerte. Cuando el sargento James se incorpora al escuadrón, los otros deben lidiar con la imprudencia del nuevo jefe, cuya actitud temeraria pone en riesgo la vida de todos. Si al principio James recuerda a esos héroes valientes de los filmes bélicos clásicos, a medida que avanza la acción, la película revela la complejidad del personaje. El sargento James es un excelente técnico al servicio del ejército norteamericano pero es, sobre todo, un adicto a la adrenalina de la batalla, alguien que no sabe vivir de otro modo, un personaje a la vez violento, sentimental y solidario, que fascina al espectador con sus contradicciones.

En las trincheras no hay ideologías

Experta en cine de género, Bigelow es una cineasta talentosa que aprovecha cada escena de acción para explorar la ambigua relación de odio, envidia, admiración y camaradería entre estos hombres, y maneja muy bien el suspenso. Cada vez que el sargento James se acerca a uno de esos artefactos, cada vez que avanza despacio por las calles desiertas de Bagdad como el héroe de los westerns avanza hacia el enemigo para batirse a duelo, la ansiedad en las butacas se torna casi dolorosa. Porque en esta película de acción, las explosiones no son meros regodeos visuales, sino escenas de una potencia visual y dramática enorme.

Desde que pasó por los festivales de Venecia, Toronto y Mar del Plata en 2008, y se estrenó en Estados Unidos en 2009, The hurt locker ganó muchos premios y se convirtió en la favorita de los críticos. Con nueve nominaciones, se perfila como una de las grandes ganadoras de los próximos premios Oscar. Bigelow tiene serias chances de convertirse en la primera mujer que gane un Oscar como mejor directora. Pero aunque la suya es una película entretenida y accesible, con todo lo necesario para convertirse en un éxito, en Estados Unidos tuvo un estreno bastante modesto, limitado a las salas de cine arte. Es que esta película, realizada de manera independiente, con un presupuesto reducido para los estándares norteamericanos (menos de 15 millones de dólares) y sin grandes estrellas, pertenece a un género -el de la guerra de Irak- que resultó un fracaso en las boleterías. Filmes anteriores como Leones por corderos, de Robert Redford, In the valley of Elah, de Paul Haggis (estrenada en Argentina como La conspiración y también basada en un artículo periodístico de Mark Boal), y Redacted, de Brian de Palma, no lograron interesar a los norteamericanos.

Se han hecho muchas conjeturas al respecto: los liberales dicen que los americanos están tan cansados de esa guerra que no quieren ver nada más; para los conservadores, sermonear al público y criticar los esfuerzos bélicos mientras mueren soldados en Irak y Afganistán no es una buena idea. Lo cierto es que estas películas, marcadas en mayor o menor medida por el tono pedagógico o moralista, son filmes menores, manifiestos antibelicistas poco consistentes desde un punto de vista dramático, repletos de diálogos sentenciosos e inverosímiles.

Pero en las trincheras, dicen, no hay ideologías, y The hurt locker evita cualquier posicionamiento ideológico explícito. La película no explica la guerra, la muestra. Y para mostrarla no construye una gesta épica, sino que elige un aspecto puntual, pero no por ello menor. “Los artefactos explosivos improvisados –explica Mark Boal en una entrevista a un medio norteamericano- son el centro de esta guerra. Las bombas son la táctica fundamental de la insurgencia, y el éxito o fracaso de la guerra de Irak depende de la habilidad para lidiar con estos artefactos, éste es el trabajo más duro. La película muestra sólo una parte de la vida durante la guerra, pero es una parte fundamental”.

The hurt locker recrea un aspecto de la invasión a Irak para que el espectador forme su propia opinión, lo cual no es poco en un país como Estados Unidos, donde el tema recibió, sobre todo durante los primeros años, una cobertura mediática pobre y aséptica. “Este tipo de filmes sirven como contrapeso, tratamos de hacer una película que ayude a la gente a aprender sobre esta guerra”, observa Boal. Y gracias a su atención a lo particular, The hurt locker consigue revelar aspectos universales sobre los hombres y la guerra. El filme no necesita discursos antibélicos para mostrar las oscuras motivaciones que a menudo se esconden debajo de las excusas patrióticas. Se vale, como toda gran película, de una puesta en escena rigurosa que sabe transmitir la enfermiza adicción al peligro, la locura, y la tragedia de la guerra moderna.