Viviendo con el enemigo

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

Triángulo amoroso en épocas de post-guerra. Esto ya se ha visto, señores de Hollywood.

Dejando de lado una más que desacertada (¿o sería muy acertada?) traslación del título original, “Viviendo con el Enemigo” (The Aftermath, 2019) es uno de esos claros ejemplos donde un montón de grandes actores se juntan bajo una mala premisa. La película de James Kent -realizador más afecto a la TV inglesa- nos lleva a la Alemania post Segunda Guerra Mundial, donde los ingleses, los rusos y los norteamericanos (bah, los aliados) cantaron victoria y ahora tienen que poner un poco de orden entre el caos y la miseria que quedó tras el conflicto.

Pasados unos cuantos meses desde el armisticio, la muy inglesa Rachael Morgan (Keira Knightley) llega a la destruida ciudad de Hamburgo para reencontrarse con su marido Lewis (Jason Clarke), coronel de las fuerzas británicas encargado de la reconstrucción. Como miembros del bando triunfante, los Morgan tienen algunos privilegios, como poder asentarse en la mansión de Stephen Lubert (Alexander Skarsgård), un arquitecto viudo que, junto a su hija adolescente, deben abandonar el hogar y cedérselo a sus nuevos ocupantes. Pero Lewis es un hombre sensible y permite que los Lubert se queden en el altillo de la casa, algo que no le cae nada bien a su mujer, quien no ve con buenos ojos a los alemanes en general.

La señora tiene sus razones, y a partir de ahí se van a dar varias situaciones tensas entre ella y su vecino forzado. Mientras tanto, su esposo pasa los días demasiado ocupado lidiando con la restauración de la ciudad, y algunas bandas violentas de simpatizantes nazis que todavía quieren seguir esparciendo la violencia y elodio. En este clima tan tenso, las relaciones matrimoniales no encuentran mucha cabida, y compartiendo algunas penas, la enemistad entre Rachel y Stephen pronto se convierte en algo más pasional.

¿Cómo puede pasar esto casi de la noche a la mañana? Gracias a la magia del guión de Joe Shrapnel y Anna Waterhouse, basado en la novela homónima de Rhidian Brook. Un relato incoherente y bastante forzado desde el minuto cero, que intenta contarnos un drama romántico con trasfondo bélico, que no tiene pies ni cabeza, justamente, por la cambiante actitud de sus personajes principales.

Desde su arribo a la mansión, Rachel se nos presenta como una mujer fría y odiadora, incapaz de ver más allá de sus propios problemas. Por su parte, el director parece creer que los alemanes de 1946 son todos unos santos, y los ingleses los villanos de la película que vienen a maltratarlos (curiosamente, nunca se nombra el Holocausto y sus atrocidades). Ok, no sería lo uno ni lo otro, pero los puntos de vista de Kent están un poco confusos y desaliñados. Por supuesto que quiere dejar en claro que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos, pero la narración y la “ideología” están tan mal llevadas, que “Viviendo con el Enemigo” nunca encuentra la veta ni el tono correcto.

Entre miraditas cómplices, malos tratos, culpas y abandonos, el matrimonio de los Morgan se va extinguiendo, mientras crece el romance entre Rachel y Lubert. Este escenario de traición durante la guerra ya parece un cliché en sí mismo -¿se acuerdan de “El Ocaso de un Amor” (The End of the Affair, 1999)?-, acá complicado con una trama secundaria protagonizada por Heike (Anna Katharina Schimrigk), la hija del arquitecto, todavía más incongruente.

La gata Keira
Igual, hay algo peor que la narración en sí y es la química entre estos apasionados protagonistas. Ya sabemos que el pobre Clarke no da pie con bola con sus últimos estrenos (te estamos mirando a vos, “Cementerio de Animales”), pero peor es la poca onda que le ponen Knightley y Skarsgård a una relación que no nos transmite nada más que tedio y mucha previsibilidad.

El conjunto nos puede dejar una buena puesta en escena y reconstrucción de época; una discusión sobre, justamente, las secuelas de la guerra para ambos bandos del conflicto (aunque acá el análisis carece de profundidad); y un buen uso de la cámara y los espacios, donde los escenarios pueden convertirse en un personaje más de la historia. Por lo demás, “Viviendo con el Enemigo” es una película maltrecha que falla desde su premisa y el desarrollo de la trama y su trió protagonista, y nos entrega un desenlace todavía más insatisfactorio e incoherente que invalida todo lo anterior.

Un verdadero derroche de talento y alguna que otra idea, que se pierde entre los caprichos y los lugares comunes del relato y sus realizadores.