¡Vivan las antípodas!

Crítica de Miguel Frías - Clarín

El lado bello del planeta Tierra

El ruso Victor Kossakovsky ha dado muestras de su talento para los documentales de temática -supuestamente, falsamente- mínima.

¡Vivan las antípodas!

está en las antípodas de su propia filmografía: para bien o para mal es una película ambiciosa. Su premisa: “unir” ocho lugares -de a cuatro pares- que se encuentren, entre sí, en los extremos opuestos del planeta.

El filme, una coproducción de la Argentina, Alemania, Holanda y Chile, empieza en Villaguay, Entre Ríos, donde dos hermanos cuidan el paso de un pequeño puente, por el que cruzan autos destartalados, en un ámbito bucólico, rural, que parece detenido en el tiempo. Cuando ya estamos acostumbrados a ese ritmo moroso, un giro de cámara nos envuelve y nos involucra en una rotación planetaria, hasta que aparecemos en la populosa y frenética Shanghai, mostrada a ritmo chamamecero.

Contemplativa, sin voces aleccionadoras, pero con músicas e imágenes por momentos ampulosas (líricas, aunque a veces empalagosas de tan preciosistas), Kossakovsky contrasta estilos de vida. Estilos que tal vez no sean tan distintos. Los movimientos de cámara -manejada por el propio realizador- y la belleza extrema de los paisajes nos hacen sentir frente a una mezcla de cuidada producción de National Geographic con un filme de corte ecologista a gran escala, como Koyaanisqatsi .

La gran calidad del realizador se realza, no tan paradójicamente, cuando apunta a lo pequeño en tomas panorámicas. Para captar detalles como el cándido e involuntario humor de los hermanos argentinos (“Yo nunca vi un chino. Son todos parecidos, nomás, y no se les entiende nada”) o la triste belleza de una ballena encallada en Nueva Zelanda. Instantes fuertemente sugestivos, en los que predomina la delicadeza cinematográfica.