Viva el palindromo!

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Además de cineasta, Tomás Lipgot es palindromista. Es decir, un aficionado a los palíndromos, esas palabras o frases que pueden leerse de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, como “Dábale arroz a la zorra el abad” o “Neuquén”. Es esa ciudad, creáse o no, nació Lipgot, que se lanzó a la inverosímil tarea de filmar un documental sobre su hobby. El resultado es esta curiosidad intitulada ¡Viva el palíndromo!

Lipgot es narrador en primera persona de esta travesía que lo lleva a Cataluña, Francia y Alemania tras los pasos de los integrantes del Club Palindromista Internacional. Entre sus miembros hay escritores, filólogos, matemáticos, abogados, y hasta un sindicalista (dueño de 700 ediciones del Quijote, obra que asegura haber leído también al revés). Ellos van trazando la historia de este “juego ludolingüístico” -también etiquetado por alguno como “enfermedad crónica” o “neurosis obsesiva”-, que se remonta a la antigua Grecia. Sótades de Maronea es señalado como el iniciador de un movimiento que tuvo a Julio Cortázar, Juan Filloy y los escritores de OuLiPo como algunos de sus aficionados célebres.

Fiel a su temática, el documental tiene un espíritu lúdico que vuelve atractivo un tema de otra manera árido e infilmable. Además de algunos personajes increíbles, ante nuestros ojos pasan canciones alusivas, una revista especializada, unos cuantos libros, un congreso sobre el tema y decenas de ejemplos de palíndromos, incluidos algunos eróticos, que tienen premio propio: el Falolaf de bronce. En la exacta mitad de la película -los portadores de este virus buscan la simetría- hay un corto animado con diálogos exclusivamente palindrómicos. Por eso, antes de entrar al cine, diálogos exclusivamente palindrómicos. Por eso, antes de entrar al cine, hay que tener en cuenta una advertencia: esta manía puede ser contagiosa.