Violette

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Sobre Violette Leduc, sin maquillaje ni exaltaciones

De moda incluso entre nosotros promediando los'60, seguida y reeditada hasta bien entrados los 90, después olvidada y hoy ignorada por las nuevas generaciones, reaparece con esta obra la escritora Violette Leduc, una persona, digamos, sincera hasta lo chocante para hablar de sus asuntos personales, nerviosa, agresiva, que vivió profesionalmente ofendida con la vida y con la sociedad. Era manejadora, egocéntrica, rápida para ofenderse, nada fácil para convivir, pero tenía innegable talento, era leal con quienes admiraba (y envidiaba), y, en el fondo, sólo quería alguien que supiera amarla.

Buscaba justo a quien ella sabía que no iba a poder amarla como ella quería, ese era el problema. Muchas mujeres incurren en lo mismo, e insisten haciéndose daño y causando fastidio y dolor en quien trata de acercarse. Lo supo expresar en sus páginas, a veces a pesar de sí misma, y expresó también otras varias cosas que las mujeres, hasta ese momento, no habituaban publicar en sus libros. Cosas que despertaron polémica, le dieron la fama mundial, el aprecio de los existencialistas, la ponderación de las feministas, y el actual aplauso irrestricto de comentaristas que quizá nunca hasta ahora habían leído "La asfixia", "La cacería del amor", "La locura ante todo", "La mujer del zorrito", ni siquiera "La bastarda", que es su obra mayor (todo eso editó aquí Sudamericana, y también "Therese e Isabelle", que en 1968 tuvo una versión cinematográfica semiporno).

Martin Provost describe a Violette Leduc sin maquillajes ni exaltaciones, haciéndonos sentir, entremezcladas, la mezquindad y la angustia de su persona, tal como ella nos hace sentir la ansiedad de la carne y la desazón del alma en sus escritos. La presenta con todo lo malo, desde sus negocios de estraperlista durante la guerra, y también con lo bueno, hasta sus años de paz consigo misma. Emmanuelle Devos contribuye haciendo una encarnación impresionante, llena de fuerza, de veras convincente. A su lado, Sandrine Kiberlain es poco más que una tiesa representación de la estirada Simone de Beauvoir. Otras representaciones están a cargo de Olivier Goumet (el mecenas), Catherine Hiegel (la madre siempre culpable que hace lo que puede), Olivier Py (su primer impulsor aunque no pudieran soportarse) y Jacques Bonnaffé (Jean Genet con pinta de pícaro a bordo de un regio auto deportivo). En breve aparición, Nathalie Richard, como la veterana que sufre los reclamos amorosos de la incipiente escritora, ajena al daño que ya le había causado.

Detalle curioso: cuando estas dos mujeres se encuentran, Violette la llama Hermine. En realidad se llamaba Denise Hergés. Ocurre que la experiencia sentimental con Denise le inspiró a Violette casi todo lo atinente al personaje de Hermine en "La bastarda". Se trata, en suma, de un guiño al público lector. No hay muchos otros. Provost no se apoya en juegos literarios, sino en la sinceridad de la escritora. Película interesante, quizá medio larga, pero no alargada. Para apreciar a una actriz y un buen realizador, y rastrear después las novelas por las librerías de viejo.