Violette

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Nombres propios que se imponen

Por los límites del qualité transita Violette, nueva intromisión del director Martin Provost -luego de Seraphine- por los caminos del arte, en este film que aborda una parte de la vida de la escritora Violette Leduc, autora un tanto maldita, discípula de Simone de Beauvoir y admirada por referentes tan respetados de la intelectualidad francesa del Siglo XX como Sartre o Genet. Sus textos eran confesionales, pedazos de su existencia hechos letra y papel, con una fuerte carga erótica que sublimaba múltiples frustraciones personales. Para Beauvoir era como aquella alumna que había llevado más lejos su cruzada feminista, emancipándose del deseo masculino y explotando su propia sexualidad. Ese vínculo, entre obsesivo, patológico y de amistad, es el que explota esta película, que se sostiene por las actuaciones sobresalientes de Emmanuelle Devos y Sandrine Kiberlain.

Violette pertenece a ese tipo de producciones francesas que hacen gala de una dirección de arte notable y de un trabajo de recreación histórica fascinante. Si para colmo de males lo que se cuenta es real -o simula serlo-, todo da como resultado un film calculado en su precisión formal y en la manera en que se exponen sus temas. La película de Provost, encima, tiene una estructura episódica, como de capítulos de un libro que va desnudando progresivamente el interior castigado de la protagonista, lo que acrecienta esa idea de biografía psicoanalítica: cada segmento opera como una reducción y simplificación de la progresión dramática de Leduc. Y eso es particularmente lo más molesto de la película: esa necesidad de tomar cada elemento de la vida de su personaje para construir una reflexión y un sentido, termina chocando contra el viaje interior de un personaje que nunca terminó de descubrirse o construirse.

Cada capítulo, al igual que la película en sí, está titulado con un nombre propio: Maurice, Simon, Jean y así. Esa presencia de los nombres propios tiene que ver con aquellos personajes que fueron influyendo en la vida de Violette. Y esos nombres propios, también, adquieren demasiada importancia, especialmente si notamos que se trata de nombres propios con peso específico en la historia de la cultura universal. Por momentos, Provost no puede escapar a la fascinación de poner en escena recreaciones de personajes históricos. Y su película se convierte en un baile de disfraces bastante superficial por el que desfilan Maurice Sachs, Jean Genet, Jacques Guérin.

Pero ni bien la película retoma el vínculo Beauvoir-Leduc, vuelve el interés y la complejidad olvidada en otros tramos, muchos de ellos exageradamente marcados desde la actuación, casi en una construcción teatral de espacios y tiempos. El vínculo de ambas escritoras toma fuerza, fundamentalmente, por la presencia de dos actrices exquisitas: Devos y Kiberlain se alejan del embellecimiento visual y formal de la película, buceando en el interior de personajes que no se terminan por definir. Kiberlain construye una Beauvoir inteligente y sensible, enérgica y vital, pero a la vez lo suficientemente fría como para convertirse más en una editora que en una artista; Devos, por su parte, hace totalmente suya a la débil emocionalmente Leduc, en un tour de force interpretativo notable: un personaje tortuoso, insatisfecho, que provoca algo de rechazo y bastante de lástima. En ese contrapunto, Violette funciona porque parte de lo obvio para adentrarse en aguas turbulentas. Finalmente los nombres propios que se imponen son los de ambas actrices.

Lamentablemente la película encuentra su cielo y su límite en su exageradamente prolija narración: su cielo, porque permite que las actrices jueguen sin tantas ataduras; su límite, porque en todo caso la película se sabe biopic tradicional y recurre a algunos clichés como es la historia de superación personal (a medias). Lo cierto es que teniendo a una autora tan osada como Leduc en el centro, era necesario un poco más de riesgo formal por parte de Provost. En todo caso esta película quedará como un homenaje un poco acartonado a una artista genial, a su pesar.