Violette

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Imágenes sobre el deseo femenino

Si bien no elude el esquematismo dramático típico de las biopics, la película de Martin Provost acierta en la precisión con la que brinda una imagen de una narradora atormentada, sin caer en el regodeo del sufrimiento ni en el trazo grueso.

Tras el estreno de Séraphine (2008), se hizo evidente el interés del actor y director francés Martin Provost por diseccionar el “alma femenina”; en aquel caso, la de la pintora Séraphine de Senlis. Ahora, con Violette (2013), Provost cambia de artista y también de arte; su nuevo film aborda la conflictiva y pasional historia de Violette Leduc, una escritora que supo rodearse de las celebridades literarias de su época, pero siempre (al menos, a través de la lente del realizador) mediante el inconformismo y la angustia.

Emmanuelle Devos, compone a Leduc con matices pero siempre al borde del histrionismo catártico, con la suficiente convicción como para no provocar la gracia cuando, en verdad, la biografía de la escritora aspira a la compasión.

La primera parte del film tiene un trabajo cuasi documental sobre el contrabando de alimentos, actividad que la artista mantuvo antes de ser reconocida. Hija bastarda, bisexual, ya desde sus tiempos delictivos deliberaba los pequeños actos cotidianos con breves destellos de locura. La imagen con la que Provost la acompañará hasta su consagración es bien gráfica: “afea” a Devos, a su triste departamento en la ciudad; incluso afea determinados espacios elegantes. Bajo la óptica de Violette (la película), Leduc vivió como un signo de su época, pero como un signo negativo. De allí que cada paso hacia su consagración esté retratado como la búsqueda por conocerse mejor, aspecto que la vincula inexorablemente con el existencialismo en boga; por su vida circularon Jean Paul Sartre, Albert Camus, Jean Genet y, muy especialmente, Simone de Beauvoir, quien se transformó en su mentora y mecenas, la responsable de mediar con el influyente Gallimard. La relación entre ambas tiene un lazo entre solidario y tenso; Leduc veía en ella su reflejo agraciado, mientras que de Beauvoir se ocupaba de su trayectoria literaria, acaso por ser condescendiente.

Como defecto principal, la película pierde parte de su potencia en la segunda mitad; producto, tal vez, de la misma vida que retrata. El paso a la urbanidad mostrará sus complejidades (en una época conflictiva de por sí, escéptica); al mismo tiempo, aparecen en escena ciertas trabas vinculadas a los mecanismos de validación del arte un tanto subrayadas. No obstante, en esta parte el espectador conocerá a una Violette aún más frustrada y a la vez esperanzada frente a la posibilidad de amar, de ser leída por primera vez, de mirar a su feminidad desde la sabiduría que deja el paso de los años. Y la película acompaña este proceso interno; abundan tomas que la muestran caminando, en pleno tránsito, contrastadas más tarde con primerísimos primeros planos a los que Devos les imprime pura verdad.