Violette

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Encontrar la belleza

Probablemente ninguna actriz podría haber ido mejor que Emmanuelle Devos en este protagónico, pero no sólo por una cuestión de capacidad interpretativa (ella es siempre brillante) sino que su físico era necesario para interpretar a un personaje feo pero al mismo tiempo atractivo en su singularidad. Con sus rasgos toscos, su nariz y su mandíbula pronunciadas, su boca amplia, Devos es de esas actrices que pueden resultar chocantes a primer golpe de vista, pero que conforme van desempeñándose en su rol, gracias a su encanto personal pueden verse crecientemente seductoras.
La frase que sirve de acápite para esta película está sentenciada por la voz en off de la protagonista: "La fealdad en una mujer es un pecado mortal. ¿Eres hermosa? Entonces eres lo que vemos por tu belleza. ¿Eres fea?, eres lo que vemos por tu fealdad." Así es que se relata la historia de una mujer que no ha sido muy agraciada: hija bastarda no deseada, insegura, requerida de afectos y solitaria durante toda una vida, quien vivió las dos guerras mundiales atravesando una penuria económica tras otra y que, para colmo, obtiene continuos rechazos amorosos, por su poco atractivo, por mala suerte, y principalmente por su indisimulada y desesperada necesidad de afecto, que la conduce a situaciones a menudo humillantes.
Esta mujer fue en la vida real nada menos que Violette Leduc, escritora francesa autora de obras como La asfixia o La bastarda. Leduc comenzó a escribir empujada por la tortuosa relación que contrajo con el escritor gay Maurice Sachs y más adelante por el madrinazgo de Simone de Beauvoir, quien supo ver el diamante en bruto que escondía tan atormentada narradora. Vivió el movimiento existencialista francés codeándose con escritores como Jean Genet, Jean Cocteau, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y otros; algunas de estas figuras apenas son nombradas en la película y otras aparecen parcialmente, pero el abordaje no se permite una feria de personalidades (Medianoche en París de Woody Allen tenía mucho de eso) colocando en el cuadro, ante todo, a verdaderos personajes.
Al director Martin Provost parecen gustarle las biografías de mujeres: su anterior película había sido Séraphine, sobre la pintora Séraphine de Senli, y su énfasis parece la profundización en psicologías complejas, difíciles. Una notable adaptación de época, un reparto que reúne varios de los más grandes talentos franceses de la actualidad (a Devos la secundan, entre otros, los inmensos Sandrine Kiberlain y Oliver Gourmet) conduce la narración a través de los pormenores de una mujer inestable que logra hacer de la escritura su propia catarsis personal y, quizá, su psicoanálisis. Los conflictos internos de un protagónico tan interesante, y un guión que echa luz sobre ellos sin subrayarlos, permiten que las más de dos horas de metraje de esta película ni se sientan. Lo que sí se echa en falta es que, contando con este reparto de lujo, no se exploten más las posibilidades de los actores. Como si el director les tuviera miedo, o no supiera conducir sus interpretaciones hacia las profundidades anímicas requeridas por el relato. A lo mejor hacía falta un actor-director, de esos que saben guiarlos y motivarlos, de esos que logran captar con la cámara pequeños gestos, elocuentes sobre todo un universo interior. Pero en fin, claro está que no todo el mundo puede ser John Cassavetes.