Violette

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Magnífico rompecabezas de una escritora y su época

“(...) No hay más que palabras definitivas. No hay otras palabras. Tengo una fiebre de buscador de oro para encontrar esa palabra: el diamante de una obrera. Si no la encuentro voy a arrastrarme a lo largo de los cafés cerrados a las once de la noche. Las sillas, una sobre otra, son elocuentes, y yo estoy muda. ¿En qué te has convertido, tú, que querías escribir? Un pedazo de diario pisoteado con el que se divierte el viento en una calle pisoteada. (...) Las tres de la mañana. Las cuatro de la mañana. El alma es friolenta, el corazón no está tranquilo, las manos están vacías, el pie que movemos dentro del zapato no demuestra que estemos vivas, estamos lívidas hasta la punta de los dedos, nos apretamos las unas contra las otras, esperamos el día. La vieja reinita desteje su bufanda, destruir la embellece. " Violette Leduc (“El Poder de la Palabra”)

Martín Provost (“Tortilla y cinema”, 1997; “El vientre de Juliette”, 2003; “Où va la nuit”, 2011) retoma el biopic, género que le ha dado gran reconocimiento con “Séraphine” (2008). En esta oportunidad toma la vida de la escritora Violette Leduc, magistralmente interpretada por Emmanelle Devos (“Le temps de l´ aventure”, “El tiempo de los amantes”, 2013; “Le fils de l´autre, ”El hijo del otro” , 2012) y la refleja como si fuera un rompecabezas dividido en siete actos con más de dos horas de duración. Cada uno de ellos hace referencia a personas que fueron claves en determinados momentos de su vida centrada en dos décadas que va de los ‘40 a los ‘60, en especial a su relación con Simone de Beauvoir, excelente interpretación de la actriz y cantante Sandrine Kiberlain (“9 mois ferme” (“9 meses de condena”, 2013), “Les femmes du 6ème étage” (“Las mujeres del 6° piso”, 2010).

“Violette” es un abordaje genuino y veraz a la escritora francesa, que no se interna en el cliché y la superficialidad, sino que opta por el tortuoso camino que ésta transitó hasta alcanzar el éxito y sostenerlo. El espectador asistirá al infortunio de la soledad de una mujer sin autoestima, que usa la literatura como vía de escape a su fuego interior, exorciza fantasmas y emprende una búsqueda incansable de afecto.

Violette Leduc fue una de las más importantes escritoras francesas de los ilustrados ‘60, tal vez la década más brillante y conflictiva del dilo XX. El ambiente intelectual y filosófico que se respiraba por esos años era el del existencialismo con un Jean Paul Sartre que dictaba cátedras sobre “El ser y la nada”, o un Martín Heidegger hablaba en “Ser y Tiempo, del «ser-ahí», (Dasein), una Simone de Beauvoir que rompía la otredad con “Una muerte muy dulce” (1964), “La mujer rota” (1968), Françoise Sgan, Juliette Greco, Jean Cocteau, Jean Genet (su alma gemela), Samuel Beckett, el mecenas Jacques Guérin, François Truffaut y sus “Les quatre cents coups” (“Los 400 golpes”, 1962), Claude Chabrol con “Les cousins” (“Los primos”, 1958) o Jean Luc Godart con las recordadas “À bout de souffle” (“Sin aliento”, 1960) y “Vivre sa vie” (“Vivir su vida”, 1962). En la música brillaban: The Beatles, Jim Morrison, Bob Dilan, Rolling Stones, Mireille Mathieu, Jonny Halladay, Jacques Brel, Chales Aznavour, Gilbert Beacaud, Yves Montand, etcetera.

Martin Provost, director francés obstinado con descubrir para el cine el mundo oculto de las mujeres, tomó como protagonista de su historia a Violette Leduc por la fuerza arrolladora de la escritora, que fue una adelantada a su tiempo que, queriendo explicarse su vida, puso de relieve todos los tabúes de su tiempo y, no sólo eso, replanteó el mismo concepto de identidad. Nació, a principios de siglo y en un pueblo del norte de Francia, como hija “ilegítima” de Berthe: "Mi madre no me dio nunca la mano... Me ayudaba a subir y a bajar las aceras pellizcando mi vestido a la altura del hombro", recuerda la autora en “L'asphyxie”, una biografía atravesada por el desprecio, el hambre, y la soledad.

Martin Provost trata de recuperar esa figura un tanto desequilibrada y detener la mirada en el golpe de la pluma contra el papel, en la piel erizada ante el frío o en el gesto de desolación por hambre, en la clandestinidad de las reventas y la falta de amor. En el filme se da mucha importancia al detalle de lo cotidiano. Pues fue desde ahí desde donde Violette condujo su revolución literaria contra el mundo. Fue su tormento de lidiar con la cotidianeidad lo que colocó a la autora en el límite de lo más amargo, vulgar, salvaje e inhumano, para volcar en textos extraordinarios esas desagradables vivencias que fracturaron su vida. El escándalo no fue más que una consecuencia de la necesidad de su escritura, ya que al leer cualquier texto de Leduc, biografía encubierta o no, el lector se topa con la crudeza de la relación lésbica descrita en “Ravages” (1955) y que le valió la censura, luego su amor prohibido con un profesor cuando de niña; sus abortos clandestinos; el incesto entre hermanos; su vociferada bisexualidad. Toda esa verdad vivencial la volcó en su literatura. Es su vida. Y lo es con una violencia y sinceridad inédita. La sensación física de su escritura es evidente en los cuerpos desnudos que chocan, como lo es en la percepción perfectamente táctil de la pobreza, del frío de la nieve, de la angustia del vacío. "Lo personal es político", decía Beauvoir, y así es la vida entera de Leduc: “un manifiesto por la revolución de los cuerpos y las almas”, sostiene Martin Provost en un reportaje.

Como si fuera una novela Martin Provost taya su filme por capítulos, enfocados hacia las personas que fueron importantes en su crecimiento personal, espiritual y artístico. Finalizan los títulos iniciales, pantalla en negro y voz en off Violette dice la “fealdad de una mujer es pecado mortal, si eres bella es la que miran por la calle por su belleza, si eres fea es la que miran por la calle por su fealdad”. Una sola frase pone de relieve no sólo la desvalorización, sino también la necesidad de afecto de la escritora, en la que existe una distancia abismal entre el erotismo de sus libros y la vida real. Segundos después el espectador descubre que Violette vive semioculta en una casona de la campiña francesa con el escritor Maurice Sachs, subsistiendo en el transcurso de la Segunda guerra Mundial gracias al mercado negro, con el riesgo que implicaba comprar y vender en medio de bombardeos y balas. Luego la traslada a París y su encuentro con Simone de Beuvoir.

“Violette” es un relato genuino de una las precursoras del feminismo, el filme se centra en Leduc y la relaciona con las figuras esenciales del mundo cultural francés de los ‘60, sin profundizar demasiado en cada uno de ellos. Concentra el ojo de la cámara en la forma en vivió, sintió, y como escribió la precursora de los temas tabú en la literatura. Es un relato poético, minucioso y pausado; lejos del ritmo de una película de acción. Es un viaje hacia la libertad, buscando que el espectador se identifique con la complejidad del personaje, a la vez que lo interna en su propia complejidad para iniciar el mismo viaje del héroe hacia sus ignoradas profundidades.

Violette en el filme y en la vida real es un personaje borroso, en que es buena o mala, santa o demonio, y cuanto más difusos son los límites de su realidad, más aprehensión a su vida se verá. Ella, en ambas realidades, va en busca de su “sombra”, la parte más siniestra y oscura de su persona, a la que debe asumir y pactar con ella para integrar su personalidad. El director muestra a Violette tal como es, sin rodeos, ni maquillajes, sin simplificar nada, sin optar por blanco o negro, porque ambos son toda ella al mismo tiempo.

A Provost, a diferencia de “Seraphine”, en “Violette” se ocupa más de la relación de los personajes que de la reconstrucción de época. Si bien el diseño de producción es excelente, el director lo utiliza de modo tangencial para instalar en él a sus personajes. No buscó mostrar el paisaje exterior en grandes planos panorámicos, sino su vacío, en cambio se instaló en el espacio íntimo, y a través de él en el paisaje humano mostrando opresión, miseria, promiscuidad y dolor, por las heridas provocadas por la guerra que aún hoy no terminan de sanar.

La excelente fotografía de Ives Cade, apastelada y oscura, con el negro como color predominante, da a la realización un tono de angustia, zozobra, inestabilidad y desaliento, donde todo es estrechez, donde la palabra no basta, donde la idea no basta. Son imágenes de un drama, que no es sólo de décadas, sino de seres humanos desfijados de su realidad.