Violeta se fue a los cielos

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Sobre el tapiz de su voz

Un ojo abierto, movedizo, bien vivo es la primera imagen de la película de Andrés Wood, Violeta se fue a los cielos. El director chileno logra una biografía notable de Violeta Parra (1917-1967), la artista que dejó una obra original: poesía, canciones, y tapices sobre arpillera.

La actriz Francisca Gavilán se transforma en sintonía con los momentos más dramáticos y gozosos de Violeta, según un relato que avanza y retrocede como saltos de ave. Wood reconstruye la infancia, la búsqueda de la propia voz, la relación con su padre (muy buen trabajo de Cristián Quevedo), en medio de brumas y cerros pero sin abusar del paisaje. Hay en la película constantes visuales y el crujir de la madera con el viento, mientras Violeta camina con la guitarra y su hijo Ángel.

Estructura la biografía la entrevista a Violeta, réplica de una similar, televisada. En la película Luis Machín es el entrevistador a veces malintencionado que sólo encuentra buen humor y dulzura en la mujer, mientras ella cuenta
el viaje a Polonia, su obra en tapiz, el Louvre y el amor por Gilbert Favre (Thomas Durand), una pasión que arrastró hasta el tiro del final.

Violeta se fue a los cielos tiene música de la Parra. La actriz canta y se acompaña con la guitarra, al tiempo que los distintos momentos toman diferente color y luz. Hay algo de realismo mágico, ese pa­trimonio del lenguaje latinoamericano que Wood utiliza como detalle, sin amanerar la historia.

El ruido que acompaña los silencios y los primerísimos planos del rostro de la actriz va articulando el drama.

“Una canta donde la quieren oír”, dice ella. Canta Volver a los 17 en la carpa al lado de la cordillera y en el ambiente de la alta burguesía de Santiago, donde la escuchan sin ganas. La edición, la fotografía y el diseño de la película toman con fuerza el sello y la estética de la cantora popular. Loca de ira por Gilbert, en lo alto de la cordillera, mientras suena bravo el temporal, canta: “Maldigo los estatutos del tiempo con sus bochornos” en una imagen estremecedora.

Violeta en la película de Wood es una mujer deslumbrante, difícil, seguida de cerca por su hija Carmen Luisa (Stephania Barbagelata); una poeta sin tregua. “Para mí es lo mismo pintar, cantar o bordar”, confiesa con naturalidad cuando presenta sus trabajos en el Louvre. El director sostiene la tensión y muestra sin ilustrar. Instala tanto el clima de la muerte del angelito como el entusiasmo compulsivo de Violeta, como si se tratara de un documental. “Qué tanto apuro si no sabe ni adónde va”, se queja Ángel. La película transmite los frutos de tanto sentimiento y deja la huella de Violeta Parra, todavía fresca sobre la tierra.