Vino para robar

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Un cóctel de alta costura

El cine nacional tenía el casillero vacío en comedias romántico-policiales donde el eje transcurriera sobre robos espectaculares, con ladrones de guante blanco y el protagonismo de una pareja pícara, elegante y cool, al estilo de Grace Kelly-Cary Grant en “Atrapar al ladrón” o de Audrey Hepburn-Peter O’Toole en “Cómo robar un millón de dólares”. Desde el prisma del humor, que fue el punto fuerte de sus dos películas anteriores “Cara de queso” (2006) y “Mi primera boda” (2011), el realizador argentino Ariel Winograd trae ahora a la pantalla todos esos condimentos, con la carismática dupla local de Valeria Bertuccelli y Daniel Hendler, apuntalando un producto esencialmente entretenido.

Con espíritu lúdico, aunque también algo frío y maquinal, “Vino para robar” ya juega desde el título con los dobles guiños, donde el verbo y sustantivo complementan sentidos que se bifurcan en sucesivas vueltas de tuerca con simpáticos ladrones que hacen de su oficio algo superior: no buscan billetes (de hecho los descartan) sino el valor simbólico que sustenta un objeto de arte o una antiquísima botella de vino.

El guión se complica progresiva e intencionalmente hasta el absurdo y la incredulidad, pero no pierde coherencia intrínseca, a medida que se aleja de explicaciones realistas y terrestres. Todos los artificios son posibles y se permite mostrar algunos trucos de balas y sangre de utilería o accidentes fingidos que se mezclan con posibles datos verdaderos hasta no discernir los unos de los otros.

A dos puntas

Un espíritu internacional y clásico caracteriza a la película que puede gustar a dos puntas, tanto localmente como más allá de límites geográficos. Con su material evanescente y ágil, “Vino para robar” pone en movimiento un relato que reúne a dos estafadores con encanto y mucho oficio. La historia comienza en un museo metropolitano con el robo de una máscara y termina en la bóveda del Banco Hipotecario de Mendoza. Participa en el juego la dupla Bertuccelli-Hendler junto a Martín Piroyansky, un desternillante asistente cibernético; un millonario coleccionista mafioso (Juan Leyrado); el dueño de un viñedo en quiebra (Mario Alarcón) y un inspector sorprendente (Pablo Rago) de participación breve pero clave.

Para alcanzar su puesta fluida y congruente, Winograd contó con un equipo técnico muy sólido en fotografía, sonido, vestuario, maquillaje y -por supuesto- dirección de arte. Es sorprendente la destreza narrativa con la que el director concibió los robos (en una secuencia, Hendler se desplaza por el interior de los circuitos de aire acondicionado como Bruce Willis en “Duro de matar”, lo que justifica los créditos de los dobles de riesgo que vemos al final).

Puro artificio

Repleta de citas, “Vino para robar”, se nutre tanto del espíritu lúdico de la saga 007, como de las realizaciones de la comedia clásica de mediados del ‘50 y ‘60 con heroína independiente, elegantísima y tramposa, aunque en el fondo noble, a la que pone el cuerpo Valeria Bertuccelli, quien sigue sorprendiendo con sus múltiples matices de comediante. Ella consigue la química necesaria con un Hendler con mucho oficio que se refugia en la inexpresividad a lo Buster Keaton. Otros personajes secundarios (como el de Pablo Rago) en el rol de inspector o el del dueño del viñedo no tienen el desarrollo ni el interés que Winograd supo lograr en sus filmes anteriores, mientras que el actor Alan Sabbagh se destaca fugazmente en el rol de gerente bancario que alterna la materialidad de su profesión con el culto de un gurú new age.

Con el apoyo institucional de la provincia de Mendoza, en la que transcurren varias escenas clave, el film aprovecha los paisajes y sus posibilidades cinematográficas. Pero no se queda en la mera promoción turística y se pone más bien al servicio de la comedia, con los personajes entrando y saliendo de hoteles cinco estrellas, el banco, la bodega y la mismísima Fiesta de la Vendimia que se integra al rodaje de una secuencia de suspenso.

Frívola, ingeniosa y elegante, la película denota aspiraciones de masividad y exportación. Contada con acierto y brillantez, la trama se parece a un vestido de alta costura para el que se añora un futuro de contenidos algo más anclados en el aquí y ahora.