Vincere

Crítica de Diego Lerer - Clarín

La historia oculta detrás de El Duce

La película de Marco Bellochio sobre Benito Mussolini es rotundamente política y contemporánea.

El material con que contaba Marco Bellocchio para Vincere daba para una ópera. Y el veterano realizador, sabiendo eso, dio a su nuevo e impactante filme un trato similar. La historia de Ida Dalser, la nunca reconocida primera mujer de Benito Mussolini, ignorada por la historia hasta ser redescubierta hace unos pocos años, y quien fuera madre del primer hijo del dictador, tiene todos los ingredientes -históricos, políticos, dramáticos- para una tragedia conmovedora, socialmente relevante y emotiva.

Bellocchio hace eso, pero no del todo en Vincere . Cineasta talentoso, inteligente y cerebral, el director de El diablo en el cuerpo ubica a Dalser (una intensa Giovanna Mezzogiorno) en el centro del torbellino político y emocional, casi en carne viva, haciendo lo imposible por ser reconocida, tenida en cuenta -ya que no amada- por Mussolini (Filippo Timi en su juventud, luego mostrado sólo a través de archivo). Pero alrededor de ella arma un rompecabezas donde juega con material de la época (para contextualizar), con los registros cinematográficos (va variando de acuerdo a la era que retrata) y con la ficción ( La pasión de Juana de Arco , de Dreyer, y El pibe , de Chaplin, entre otras), que sirve como contrapunto para una historia basada en la vida real, pero cuyos materiales -manipulados, ya que no hay registros- son puro cine.

Vincere es la historia de una serie de traiciones y engaños de Mussolini: a sus ideas socialistas, a su partido, a su mujer, a su hijo y, más que nada, al pueblo italiano. También a la Iglesia, pero en sentido inverso: fue un hombre no creyente que empieza desafiando la existencia de Dios y luego entra de lleno en sus manejos. A través de la Iglesia El Duce mantiene al pueblo a raya y a su mujer encerrada en un manicomio. Bellocchio, cineasta anticlerical si los hay, deja en claro su punto de vista.

Ida puede ser ese pueblo traicionado. Como todos, fue seducida por Mussolini y llevada al paroxismo por su ímpetu delirante y belicoso. Pero, a diferencia de casi toda la población, cuando creció su figura política, ella fue alejada y encerrada después, ya que su verdad podía revelar la “flaqueza moral” de su marido. Se podrá decir que ella arriesgó demasiado al no querer aceptar ciertas reglas y seguir gritando verdades que la “condenaban”. Pero esa misma pasión que siguió sintiendo por El Duce la convierte en un gran personaje.

La maestría de Bellocchio está en poner al espectador en época y evitar los recursos psicologistas (no hay pasado que justifique, ni hay explicaciones de esa pasión). El futurismo que tanto admiraba Mussolini es un fuerte referente estético de la primera parte, mientras que el melodrama toma más fuerza en la segunda. Las emociones que explotan en el rostro de Mezzogiorno mirando a Chaplin remarcan -quizás demasiado, pero la película necesita el golpe- la dureza de la obligada separación entre esa madre y un hijo que no sabe bien cuál es su lugar.

En esa intersección inteligente entre ópera y película social, Bellocchio va de las causas a las consecuencias del fascismo a través de cuerpos y rostros que explotan y se consumen. Es la historia de un amor y de una traición. Una película rotundamente política y contemporánea.