Villegas

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Los caminos de la vida

Villegas es una película de caminos: asfaltados y subjetivos. En la primera parte, es una road movie plena: dos primos (Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi) viajan en auto hacia su pueblo de origen, General Villegas, por la muerte del abuelo de ambos. Es claro, aunque no lo digan, que sus destinos se fueron bifurcando. El malestar subterráneo se hará evidente en plena ruta. Pero al llegar allá, alejados del hipertenso corazón porteño, cada uno irá -quién sabe- reencontrándose, o reencontrando al otro, o, simplemente, asumiendo el irreversible paso del tiempo, ese asombroso descubrimiento de los que rondan los treinta.

La opera prima de Gonzalo Tobal, egresado de la FUC, es sutilmente clásica, de gran solidez (que no es lo mismo que rigidez) formal, con actuaciones medidas y al mismo tiempo espontáneas. Lo callado es más importante que lo dicho. Lo dicho jamás es grave ni retórico. Lamothe y Bigliardi, que han hecho parte de sus carreras juntos, logran momentos de verdad, luminosamente naturales.

Esteban (Lamothe) es más adaptado, aburguesado, previsible: está por casarse, tiene que volver para trabajar. Pipa (Bigliardi) parece más anclado a la juventud; también, a la experimentación, al impulso, al extravío. Tobal no toma partido: ni siquiera roza las torpezas del maniqueísmo.

Pipa lleva su guitarra. En Buenos Aires tiene una banda, en la que alguna vez estuvo Esteban. Ya no. Pero la música no sólo marca desuniones: une puntas de lazos, incluso temporales. Desde la bellísima Where Have All The Flowers Gone?

, cantada por Marlene Dietrich desde el tocadiscos del abuelo, hasta una tersa canción de Nacho Rodríguez, de Onda Vaga, compuesta para el filme.

Para bien o mal, Villegas prescinde de picos dramáticos. Opta por reflejar, con delicadeza, el ánimo de sus protagonistas. En una secuencia, los primos se encuentran adentro de un silo familiar -son de clase media alta-, semihundidos en el maíz. Se comportan como chicos en un pelotero, como si recuperaran algo, algo así como una dicha compartida, que se escurre como los granos entre sus dedos. El camino de vuelta los espera ahí, con sus desvíos.